Codiciar es una palabra incómoda. Parece anticuada, de estilo victoriano. Incluso susurrarla evoca imágenes ominosas de puritanos y profetas y de los Diez Mandamientos y “por todos los santos, deje las cosas de sus vecinos en paz”. ¿Qué es la codicia entonces? ¿Cómo sabemos cuándo estamos codiciando?
En pocas palabras, codiciar es desear demasiado las cosas o desear demasiadas cosas. La codicia tiene un apetito insaciable ¿Y qué tiene de malo? Reemplaza nuestro deleite en Dios por la alegría que produce poseer cosas materiales.
Aquí tenemos 5 claves que te ayudarán en la lucha contra la codicia:
Considera tus verdaderas riquezas
“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor 8:9).
Si mides riquezas por los activos materiales, no saldrás luciendo muy próspero. Como la mayoría, tienes más que algunos y no tanto como otros. Pero si mides tus riquezas a través de lo que hizo Cristo en el Calvario —la ira de Dios apaciguada, nuestro pecado expiado, nuestra alma redimida— serás transformado de inmediato en el más rico de los ricos. La gracia movió a Cristo a hacerse pobre para que pudiéramos llegar a ser ricos.
Cuando el Evangelio se hace grande, la codicia se debilita.
¿Ya te sientes más rico? Recuerda las palabras de John Owen:
Cuando alguien fija su mirada en la cruz y el amor de Cristo, crucifica el mundo como si fuera una cosa muerta y no deseable. El cebo y el atractivo del pecado pierden su lustro y desaparecen. Llena tus afecciones con la cruz de Cristo y no tendrás lugar en el corazón para el pecado.
Confiesa y Arrepiéntete
Confiesa la codicia como pecado y establecerás un camino de arrepentimiento.
La codicia puede aparecer como un pecado sin víctimas. Pero siempre deshonra a Dios. Como lo expresó el autor Thomas Brooks: “Todo pecado ataca la santidad de Dios, la gloria de Dios, la naturaleza de Dios, el ser de Dios y la ley de Dios”.
Al permitir que penetren la verdadera gravedad y las implicaciones de nuestro pecado contra Dios, experimentamos la convicción en nuestros corazones que sienta las bases para un cambio duradero.
Es vital tener en cuenta que el Evangelio es el motivador de nuestra confesión. Las palabras del apóstol Juan son muy útiles aquí: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn 1:9).
Debido a que Jesús expió nuestros pecados en la cruz, nuestra confesión encuentra gracia con Dios nuestro Padre, y él derrama la gracia para el cambio. Además, nuestra confesión no necesita estar confinada a Dios, particularmente cuando somos miembros de una iglesia local. Santiago nos exhorta: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros (no solo a Dios), y orad unos por otros” (Santiago 5:16a). Si disfrutamos del compañerismo bíblico, ese “uno al otro” debe comenzar con el círculo de aquellos que han sido afectados por nuestra codicia, comenzando con la familia y extendiéndose a cualquier persona en una posición legítima para servirnos con su consuelo y sabio consejo. Abrazar la codicia puede ser un pecado privado, pero desecharla debería ser un proyecto grupal.
Expresa Gratitud Específica
Comprender la verdadera riqueza y confesar la codicia es un gran comienzo, pero Dios quiere llevarnos más allá de la conciencia del pecado para vivir agradecidos por todo lo que ha hecho y todo lo que tenemos.
Esta gratitud no es algo místico que brota dentro de nosotros después de cuarenta días de oración y ayuno. Es simplemente la respuesta obediente de aquellos que entienden sus valores divinos. “Estad siempre gozosos… Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Te 5:16, 18).
La gratitud trastoca la codicia. Es un antídoto expulsivo a la codicia en el corazón. La gratitud no es un sentimiento, y no se basa en las circunstancias actuales. Es el reconocimiento de nuestra dependencia de Dios y de los demás, un acto de humildad que lucha contra el orgullo por nuestras posesiones. El discurso de la gratitud quita la atención de nosotros mismos y la coloca en otro, ya sea en el Dios de nuestra salvación o el cónyuge que lava nuestra ropa. La gratitud es el reconocimiento de que Dios siempre es bueno y siempre correcto en sus tratos con nosotros. Como dice el antiguo himno de Vicente Mendoza, “Bendice, oh alma a tu Creador”:
Bendice, oh alma a tu Creador, con férvida canción; Despierta y canta su loor, tu ardiente corazón. No olvides nunca su bondad, mostrando ingratitud, Pues él perdona tu maldad, te salva y da salud De bien tu boca llena está; y nueva juventud A tu alma siempre le dará, calmando tu ingratitud.
En tiempos de abundancia o necesidad, el corazón codicioso dice: “Quiero, necesito, tendré”. El corazón agradecido simplemente dice: “Oh, bendice al Señor, alma mía”.
Desmaterializa Tu Vida
Recientemente un amigo me dijo que él y su familia estaban “desmaterializando” su casa. Pensé que era una gran idea, justo después de pensar: “Oye, ¿puedo tener tus cosas?”
Dejando la broma de lado, es doloroso privar tu vida de cosas materiales. Para esa familia, significaba aprovechar las verdaderas necesidades al pasar por armarios, áticos y almacenamiento para regalar lo que no necesitan y no usan.
A los ricos, Pablo les dice: “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (1 Ti 6:18-19). Para aquellos en nuestra cultura occidental, aquellos que son dueños de una casa o manejan un coche y son extremadamente ricos en relación con el resto del mundo, ¿qué cambios debemos hacer para aplicar mejor este pasaje y comenzar a almacenar un tesoro diferente? Para desmaterializar nuestras vidas, comenzaremos a cortar las codiciosas cadenas en nuestros corazones. Pero no será fácil.
Conozco a un chico que es un escapista; no estoy inventando esto. Su especialidad es escapar de una camisa de fuerza y un conjunto de cadenas cerradas alrededor de su cuerpo. ¿Cómo lo hace? “Sin trucos. Es solo trabajo”, es todo lo que él dice. Al ver la disciplina y el esfuerzo necesarios para extraerse sistemáticamente al retorcer su cuerpo en nudos deslizantes, parece un trabajo duro. Después de eso, inevitablemente está agotado por el puro esfuerzo que se requirió para liberarse.
Creo que desmaterializar nuestras vidas, la eliminación disciplinada de la esclavitud de las cosas, es algo como esto. No hay trucos, solo trabajo. La gracia no hace que las cosas sean fáciles. Pero la gracia hace posible las cosas difíciles.
Conclusión
Cuando la codicia busca encadenar el corazón a las cosas temporales de este mundo, la gracia nos permite disfrutar del único que no solo es necesario, sino que es suficiente. Y no solo suficiente en lo mínimo, sino que es gozo y satisfacción plena.
El Hijo del Hombre ha venido trayendo las riquezas de la herencia de Dios a todos los que lo reciben por fe. A diferencia de mi sudadera, o cualquier derecho terrenal, estas riquezas de Cristo son gloriosas (Ef 1:8), inmensurables (2:7), inescrutables (3:8), imperecederas (1 P 1:4) —¡y nuestras para siempre!
Mundanalidad
Este artículo es una adaptación de Mundanalidad: Redefiniendo la seducción de un mundo caído. Mirando específicamente los medios que consumimos, la música que escuchamos, la modestia que cultivamos y las posesiones materiales que recolectamos, este libro representa una súplica apasionada para que los cristianos eviten los peligros de ser moldeados por el mundo y, en cambio, busquen la piedad a través de la gracia del evangelio.
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