Muchos de los que hemos crecido en una tradición legalista vivimos con cierto temor a la conversación sobre buenas obras. Sabemos lo propensos que somos a volver a una idea de nuestra santificación donde adquirimos más del amor de Dios con nuestras buenas obras, y perdemos el amor de Dios con nuestras malas obras.

Para muchos, aprender de las doctrinas de la gracia y la centralidad del evangelio ha traído un entendimiento completamente diferente de su posición delante de Dios.

Phillip Yancey es un autor reconocido por la frase: “No hay nada que pudieras hacer que obligaría a Dios amarte más, y tampoco hay algo que pudieras hacer que obligaría a Dios amarte menos”. Aprender que el amor de Dios no es condicionado por nuestras obras, sino que es otorgado gratuitamente en Cristo, es un mensaje escandaloso y liberador.

¿Caer al otro extremo?

Sin embargo, a menudo los que hemos venido de una tradición legalista podemos caer en el extremo contrario. Este extremo ha sido señalado por Tim Keller como el “liberalismo” o “antinomianismo”. En Iglesia Centrada (Editorial Vida, 2012), Keller afirma: “El antinomianismo dice que porque somos salvos, no tenemos por qué vivir una vida santa y buena”.

Algunos nos “confiamos” en nuestra posición de salvos delante de Dios y resistimos cualquier idea que tenga que ver con nuestro deber en las Escrituras. No queremos que ellas nos obliguen a obedecer, y nos frustramos pensando que debemos hacer algo, ya que todo ha sido hecho en y por Cristo para nuestra salvación.

Las Escrituras afirman que las buenas obras serán resultado y producto del mensaje en el cual hemos creído.

Sin embargo, lo que las Escrituras nos presentan no es tan simplista. En muchas partes, la Palabra habla sobre las buenas obras que deben hacer los creyentes. Ella afirma que las buenas obras serán resultado y producto del mensaje en el cual hemos creído. Sin embargo, las Escrituras no suponen que estas obras resultarán orgánicamente sin ningún esfuerzo nuestro. Al contrario, nos llaman a hacer buenas obras, independiente de si “nos nace” naturalmente hacerlas.

¿Qué son las buenas obras?

Solemos pensar que las buenas obras son aquellas cosas espirituales que hacemos para Dios, como la lectura bíblica, la oración, el ayuno, o congregarnos. Sin embargo, Martín Lutero, en su tratado sobre las buenas obras, opina que en realidad una buena obra es cualquier obra hecha cuando nuestra confianza está puesta en Dios:

Cuando hacemos las obras en fe “todas las obras se vuelven iguales, y una es igual a la otra; toda distinción entre las obras, aunque sean grandes, pequeñas, cortas o largas, pocas o muchas. Las obras son aceptables no en sí mismas, sino por la fe que por sí sola es, obra y vive en cada obra sin distinción, sin importar cuán numerosas y variadas que son”.

Una buena obra es una hecha con nuestra confianza puesta en Dios, no en la obra ni en el resultado de ella.

Esto significa que una buena obra es una hecha con nuestra confianza puesta en Dios, no en la obra ni en el resultado de ella. La hacemos con el fin de complacer a Dios. Esto puede incluir lavar los trastos o donar un millón de dólares. Puede incluir las cosas cotidianas de nuestra vocación, como aquellas cosas espontáneas que Dios nos permite hacer. Todo lo que hacemos por fe en Dios es una buena obra.

Hay tres asuntos al respecto que creo que debemos resaltar:

1. Haz buenas obras para Dios

Mateo 5:16 muestra que las buenas obras resultan en mayor gloria para Dios. Nota lo que dice Jesús: “Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos”.

Cuando el mundo ve nuestras buenas obras, nuestras vidas constantes y consistentes, nuestra generosidad y sacrificio, humildad y valentía, justicia y compasión, todo hecho con nuestra fe y confianza puesta en Dios, esto resulta en que el mismo mundo reconozca y glorifique a nuestro Padre en los cielos. Hacemos buenas obras porque estas glorifican a Dios.

2. Haz buenas obras para tu prójimo

Una de las manifestaciones más claras del evangelio en la vida del cristiano es su amor por su prójimo. Nota lo que dice Pablo en Gálatas 5:13-14:

“Porque ustedes, hermanos, a libertad fueron llamados; solo que no usen la libertad como pretexto para la carne, sino sírvanse por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’”.

Nuestro llamado como libres en Cristo es un llamado al servicio y sacrificio por los demás. Así cumplimos con la ley de Dios. Ya que Cristo nos ha dado todo y llenado por completo, ya no tenemos que usar ni manipular a nuestro prójimo, sino que somos verdaderamente libres para servir.

Como dijo Martín Lutero famosamente: “Dios no necesita tus buenas obras, pero tu prójimo sí”.

3. Haz buenas obras para tu mortificación

Finalmente, solemos pensar que solo debemos hacer aquellas obras que “nacen de nosotros”. En nuestra generación posmoderna hemos perdido toda noción de deber y obligación. Consideramos que solo las cosas que “sentimos” son las genuinas. Si no “siento” que quiero hacer algo, entonces no lo debería hacer. ¡Esto es locura!

Hay muchísimas cosas que nuestra carne no quiere hacer, pero nuestro corazón sabe que debe hacerla.

Cuando hacemos buenas obras, aún cuando no queremos hacerlas, estamos practicando nuestra fe y haciendo morir nuestros deseos pecaminosos. Estamos escuchando y respondiendo a la Palabra de Dios y no a nuestro corazón caprichoso y carnal. Hacer buenas obras es apuñalar tu carne con la daga de la Verdad. De hecho, este paso es precisamente la muestra de que la obra es buena: confiamos en Dios más que nuestra carne.

Así que, cristiano, ¡haz buenas obras!


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