El orgullo puede ayudarnos a sentirnos fuertes y atractivos a nuestros ojos, al menos por un momento. Pero, en realidad, es una flagrante violación de nuestro diseño creado. Cuando se ve con precisión es feo, destructivo y totalmente absurdo. Es lo absurdo y ridículo del orgullo lo que quiero considerar.
Un niño golpea a su hermano menor. Su mal comportamiento es evidente y su madre le dice que debe pedir perdón. Pedir perdón, ¿qué podría ser más natural? Pero las palabras no salen de su boca. Su orgullo acepta cualquier otra disciplina que no sea decir: “¿Me perdonas?”. Cuatro palabras: ¿por qué no las dice? Porque su orgullo odia la idea. Tiene una aversión irracional a la humildad. Y puedes ver a toda la humanidad representada por este niño. ¿Cuántos adultos han hecho algo descaradamente malo y simplemente no pueden disculparse? ¿Cuántos adultos ni siquiera han dicho “lo siento” -un paso muy pequeño- y mucho menos “¿me perdonas?”? Es realmente extraño dada la verdad sobre nosotros.
Un adolescente quiere ser independiente porque sabe lo que es mejor. Por supuesto, ese adolescente también depende bastante de su familia para sobrevivir. El padre desconcertado ni siquiera puede pensar en palabras que hagan entrar en razón al adolescente.
Un marido y una mujer discuten sobre quién tiene razón, o al menos más razón. Se nota que se están cansando de la batalla, pero cada uno quiere tener la última palabra. Poco a poco, retornan a la charla de patio de colegio. “Ni siquiera sabes qué ropa ponerte”. “¿Ah sí? Bueno, eres tan tonto….” Luego, retroceden a lo apenas verbal. “Hrmmph”. “Argh”. “Grrr…”
¿Y cuántas veces critico a otras personas porque conducen su coche demasiado cerca de mí, o no hacen algo como yo lo haría? “¿Cómo se atreven?”, digo desde mi trono. Mientras tanto, mi mujer ve cómo hago las mismas cosas y, sin embargo, actúo como si tuviera inmunidad diplomática. En ese momento, ciertamente no le parezco atractivo, ni siquiera humano.
El orgullo es una de las principales formas de describir el pecado. Es malo. Va en contra de Dios y de los demás. Y es extraño e incongruente porque los seres humanos son, por naturaleza, dependientes y no han logrado nada en sí mismos que justifique la entronización. Solo vivimos de las “inconmensurables riquezas de su gracia” (Ef. 2:7). Nuestros currículos están esencialmente vacíos, pero creemos que nos hemos ganado el derecho de mirar a los demás por encima del hombro. Puede parecer correcto, pero cuando nos miramos en el espejo de la Escritura vemos algo que se parece más a la tortuga Yertle del Dr. Seuss[1]. Si no nos horroriza nuestro orgullo, nos veremos menos obligados a desprendernos de él.
“El cielo gobierna” es fundamental para nuestra humanidad (Dn. 4:26). Los seres humanos pertenecemos a la realeza, pero vivimos debajo del Rey y somos administradores de su reino. Lo que debería ser natural para un rey humano son las humildes palabras de Salomón. Cuando se le autorizó a construir el templo del Señor, dijo: “Quién soy yo para que le edifique una casa, aunque solo sea para quemar incienso delante de Él?” (2 Cr. 2:6). En efecto, ¿quién sería digno de supervisar la construcción de la casa de Dios en la tierra? Entonces Salomón confesó su incapacidad infantil para discernir bien, por lo que pidió sabiduría. Ahí está de nuevo la humildad. Es la vestimenta natural y más adecuada para nosotros. Más tarde, Salomón también se volvió menos que humano en su orgullo, pero dio un breve vistazo a la verdadera humanidad.
Así que miramos al único ser verdaderamente humano: Jesús. Aunque fue víctima de la condescendencia arrogante de muchas personas que conoció, nunca se enfadó por este maltrato. (La ira suele ser un signo seguro de orgullo). En cambio, parecía seguir descendiendo en lugar de ascender. Antes de su descenso final a la muerte en una cruz, grabó la imagen de un siervo en los corazones de los discípulos (Jn. 13). Pablo lo describió así:
Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil. 2:3-8).
Unos versículos más adelante. Pablo utilizó este modelo para contar su propia biografía y sus renovadas aspiraciones (Fil. 3:4-11).
Como seguidores de Jesús, tenemos una mejor comprensión de cómo nuestro orgullo está fuera de lugar y es extraño. El ser humano es la corona de la creación, pero lo es porque Dios lo hizo así. Desde ese lugar elevado, tomamos el ejemplo de nuestro Rey, quien renunció a sus derechos, sabiendo que su lugar con el Padre estaba asegurado. Así que nos revestimos de humildad que, en contraste con el orgullo, resulta ser maravillosamente humana, bastante atractiva y sorprendentemente poderosa.
[1] Yertle es el rey del estanque, pero quiere un trono más alto, así que hace que las demás tortugas se pongan unas encima de otras, con él en la cima. Desde allí puede ver más lejos y aumentar su estatura y poder.
Esta traducción tiene concedido el Copyright © (8 de mayo de 2021) de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). El artículo original titulado “The Absurdity of Pride”, Copyright © 2020 fue escrito por Edward Welch. El contenido completo está protegido por los derechos de autor y no puede ser reproducido sin el permiso escrito otorgado por CCEF. Este artículo fue traducido íntegramente con el permiso de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) por José Luis Flores, Editorial EBI. La traducción es responsabilidad exclusiva del traductor.
This translation is copyrighted © (October 20, 2020) by the Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). The original article entitled “The Absurdity of Pride”, Copyright © 2020 was written by Edward Welch. All content is protected by copyright and may not be reproduced in any manner without written permission from CCEF. Translated in full with permission from the Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) by José Luis Flores, Editorial EBI. Sole responsibility of the translation rests with the translator.
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