Es probable que lleguemos a una etapa en nuestras vidas cristianas, donde nos cuestionemos si la oración realmente cambia las cosas. Esto quizá se debe a cierto conocimiento que tenemos sobre los atributos de Dios, como el de su omnisciencia, es decir, el todo conocimiento de Dios; o su inmutabilidad, es decir, que Dios no puede cambiar.
Entonces, muchos se preguntan: ¿Para qué orar? Un grupo de creyentes al no encontrar una respuesta a esta pregunta, y al no revisar todo el Consejo de Dios, ha minimizado la importancia de la oración, y se ha apartado de ella. Otros, sin embargo, aunque no tengamos tal sentir, no podremos negar, que, bajo ciertas y dolorosas circunstancias, hemos llegado a pensar que nuestras oraciones probablemente estén fuera de la voluntad de Dios, por lo tanto, abandonamos nuestro clamor a Jehová, y nos dejamos absorber por la ansiedad.
Surge además una interrogante más: ¿Dios cumplirá sus propósitos eternos en nuestras vidas, oremos o no oremos? Y aunque la respuesta a esta pregunta es bastante obvia; (pero no tan sencilla de explicar) pues Dios de seguro cumplirá sus “buenos” propósitos para la humanidad, y al decir “buenos”, aclaramos que cada de uno de ellos tiene un fin según su gran bondad, aunque a nosotros en el camino nos parezcan bastantes sombríos.
Pero esa no es la pregunta que como hijos de Dios deberíamos hacernos, pues, aunque entendemos que los planes eternos de Dios son inmutables, debemos observar que, según la Escritura, la oración sí cambia nuestro transitar en esta tierra, el cual puede ser lleno de paz, o empapado de afanes y aflicciones, lleno de dones celestiales, o rodeado de un vacío creciente.
Por lo tanto, lo que todo creyente debería preguntarse en primer lugar es lo siguiente: ¿Es la voluntad de Dios que nosotros oremos? La respuesta a esta pregunta es clara y contundente en respaldo bíblico. A través de toda la Escritura podemos ver el llamado de Dios a buscarlo en oración. El Salmo 145:18 dice: “Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras”. O el precioso pasaje de Jeremías 33:3: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”.
Nuestro Señor Jesucristo presentó la oración como un imperativo: “Pedid”, “buscad” y “llamad”. (Mt. 7:7) Estos tres verbos no solo están expresados como un mandato, sino nos lleva a una súplica ascendente, y sin desmayo hasta conseguir el favor de Dios.
El apóstol Pablo exhorta a que se hagan “rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres…”, y más adelante concluye: “porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador”. (1 Tim 2:1, 3). Los adjetivos “bueno” y “agradable”, no dejan lugar a dudas de que el corazón de Dios se complace con aquel que le invoca, y podemos tener convicción de que Dios obrará a nuestro favor al responder las plegarias.
La oración no siempre cambia las circunstancias, pero definitivamente siempre cambia algunas cosas. Sí, la oración realmente cambia las cosas:
Comunión con Dios
Nuestra comunión con el Señor se ve interrumpida por el pecado, ahora, si bien tenemos certeza de que la muerte victoriosa de Cristo en la cruz nos libró de la condenación eterna; también conocemos, que nuestra relación se ve afectada por el pecado, y, por lo tanto, debemos confesar los mismos, para ser limpiados de toda maldad. (1 Jn. 1:9)
La única manera que el creyente tiene para confesar sus pecados, es a través de la oración; la oración restaura nuestra comunión con Dios, y cambia el distanciamiento, en intimidad, cambia una vida cristiana fría, en una vida ardiente por el Señor.
Libertad de la tentación
Cuán bueno es restaurar nuestro compañerismo con Dios a través de la oración, sin embargo, aún más importante es orar para que el Señor nos libre de tentación. Jesucristo pidió que oraremos de la siguiente manera: “Y no nos dejes caer en tentación” (Mt 6.13) NVI. La palabra “tentación” o “prueba”, puede referirse a ese impulso que tenemos por pecar, y que nos conducirá a actuar fuera de la palabra de Dios.
La oración es el medio que Dios nos ha dado para poder resistir los embates de la tentación, sin la oración caeríamos fácilmente. La oración nos ayuda a sostenernos firmemente durante la prueba. Jesucristo insistió en esta enseñanza al decir a sus discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mt 26:41) Por lo tanto, la ferviente y constante oración, nos libra de caer en los lazos de perdición, y cambia una potencial vida en el pecado, por una vida en santidad, cambia los caminos erróneos, por caminos rectos.
Sabiduría
La necedad es mencionada en la Escritura como sinónimo de torpeza, tontera, insensatez, perversidad, ignorancia y falta de sabiduría, por eso es tan importante que el creyente sea sabio. Y aunque algunos de nosotros, al igual que Moisés, seamos instruidos en toda sabiduría secular (Hch. 7:22), la sabiduría que viene de lo alto, es distinta, pues es: “…pura, pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos…” (Stg. 3:17)
Es esa sabiduría la cual debemos buscar, y la manera enseñada por Dios para obtenerla es a través de la oración. Santiago 1:5 dice: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”. Por lo tanto, la oración cambia nuestra insensatez, en abundante sabiduría.
Paz y descanso
No podemos tener certeza total de que al orar Dios restaurará nuestra salud, nuestra situación económica, y los problemas que se encuentran en nuestro entorno. Entendemos que, ante muchas de nuestras peticiones, el Señor contestará afirmativamente, y también que, ante otras de ellas, callará por un tiempo, o definitivamente será un “no” su respuesta.
Sin embargo, esto no debe influir ni en la frecuencia de nuestras oraciones, ni en la fe objetiva que debemos mostrar; pues, aunque Dios no prometió que diría “sí” a todo lo que pedimos, si prometió que nos daría paz en cualquier dificultad.
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Fil. 4:6-7).
Sólo a través de la oración, del ruego y de la súplica, Dios cambia la conmoción, la inquietud, la perturbación, en paz, y cambia nuestros pensamientos de dolor, de sufrimiento, en pensamientos de sosiego y serenidad.
El maestro bíblico Evis L. Carballosa dice: “Dios derrama algunas cosas sobre los hombres ya sea o no que las pidan, ya sea que reconozcan el don o no (Mt 5:45). Pero él retiene algunos dones hasta que los hombres oran.”[1]
Es maravilloso entender que a través de la oración Dios cambiará nuestra tristeza en gozo, nuestra angustia en esperanza, o como diría el salmista:
“Has cambiado mi lamento en baile;
Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.
Salmo 30:11
[1] Evis Carvallosa. Apocalipsis. Grand Rapids Michigan: Editorial Portavoz, 1997, 164.
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