Un conocimiento certero y preciso de la Trinidad ya de por sí es una bendición. Por supuesto, cualquier revelación de la verdad de Dios es un acto de gracia, pero la Trinidad nos trae una bendición de un valor mucho más grande del que normalmente le dan los creyentes en el presente. ¿Por qué? Porque, cuando la analizamos, descubrimos que la Trinidad es la revelación suprema de Dios mismo para con su pueblo. Esta es la corona, la cumbre, el lucero más reluciente en el firmamento de las verdades divinas.

Dios reveló esta verdad acerca de sí mismo de manera más clara e irrefutable en la encarnación misma, cuando Jesucristo, el eterno Hijo de Dios, se hizo carne y caminó entre nosotros. Tan solo ese acto nos reveló la Trinidad de tal manera que ninguna cantidad de revelación verbal sería capaz de comunicar. A Dios le ha placido revelarnos que él existe como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y como Dios cree que es importante que lo sepamos, así también debemos nosotros creerlo. Y debido a que Dios atravesó una serie de dificultades para dejarnos esto bien claro, debemos ver la Trinidad como una posesión valiosa, en la cima misma de las tantas cosas que Dios nos ha revelado, que de otra manera no las hubiéramos conocido.

Cuando Pablo le escribió a los colosenses, les decía que estaba orando por ellos. Él no oraba para que obtuvieran grandes casas y carrosas de lujo. Él oraba para que fueran bendecidos por Dios en el ámbito espiritual con riquezas espirituales. Estas son sus palabras:

“…para que sean alentados sus corazones, y unidos en amor, alcancen todas las riquezas que proceden de una plena seguridad de comprensión, resultando en un verdadero conocimiento del misterio de Dios, es decir, de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:2-3).

¿Qué significa ser “ricos” espiritualmente? Somos ricos espiritualmente cuando tenemos “pleno entendimiento”. ¿Cuántas personas hoy en día pueden decir con honestidad que tienen un verdadero entendimiento de la naturaleza de Dios como para decir que es “pleno”? ¿Será que la mayoría nos conformamos con algo inferior a lo que Dios tiene para nosotros? La persona que tiene tal riqueza, vista en la plenitud del entendimiento, posee un “verdadero conocimiento” (LBLA) de los misterios de Dios, es decir, de Cristo mismo. La meta de la vida cristiana, incluyendo la meta del estudio y la erudición cristianos, es siempre la misma: Jesucristo, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”.

¿Anhelamos tener un “verdadero conocimiento” acerca de Cristo? Cuando cantamos, “Señor, quiero conocerte”, ¿lo decimos en serio, y luego hacemos uso de las maneras que él nos ha proporcionado para alcanzar este “verdadero conocimiento” de él? Conocer verdaderamente a Cristo es conocer la Trinidad, porque Dios no se ha revelado de manera tal que tengamos un conocimiento verdadero y equilibrado del Padre fuera del conocimiento del Hijo, todo lo cual nos llega por medio del Espíritu.

Una persona que quiera “conocer a Jesús” tiene que, debido a la naturaleza de la revelación de Dios, conocerle de la manera en que está relacionado con el Padre y con el Espíritu. Debemos conocer, entender y amar la Trinidad para ser cristianos plenos y cabales. Es por eso que decimos que la Trinidad es la más excelsa de las verdades reveladas de Dios.

Una persona que quiera “conocer a Jesús” tiene que, debido a la naturaleza de la revelación de Dios, conocerle de la manera en que está relacionado con el Padre y con el Espíritu.

¿Por qué la trinidad ha sido “Olvidada”?

¿Por qué la Trinidad se ha convertido en un apéndice teológico al cual a menudo se malinterpreta más de lo que se le conoce correctamente? Creo que hay varias razones. Existe la idea completamente falsa de que Dios no quiere que usemos nuestras mentes para amarle y adorarle (anti- intelectualismo), así como la idea de que “la teología es para personas frívolas e insensibles. Queremos una fe viva”.

Esta última razón es la más irracional porque una fe viva es aquella que se centra en las verdades de la revelación de Dios. Los sentimientos y las emociones más profundas evocadas por el Espíritu de Dios no están dirigidos hacia conceptos difusos, borrosos e imprecisos, sino hacia las verdades de Dios claramente reveladas en cuanto a su amor, la obra de Cristo y el ministerio del Espíritu Santo.

En las relaciones humanas no tiene sentido alguno decir “Yo amo a mi esposa”, si no me esfuerzo lo suficiente para tener en cuenta su personalidad, gustos, sueños, etc. Y peor aún, si mi esposa ha puesto todo su empeño para asegurarse de que yo pueda conocer esas características suyas, y yo continuara ignorando sus esfuerzos, ¿qué dice eso realmente acerca del amor que siento por ella? La idea de que existe cierta contradicción entre el estudio profundo de la Palabra de Dios para conocer lo que Dios ha revelado acerca de sí mismo, y una fe viva y vital, es intrínsecamente contradictoria en sí misma.

Cualquiera que fueran las razones para que exista una ignorancia general acerca de los aspectos concernientes a la Trinidad, el resultado es claro. La mayoría de los cristianos, aunque recuerdan el término “Trinidad”, han olvidado el lugar central que debe tener esta doctrina en la vida cristiana. Además, en raras ocasiones este resulta ser el tema de los sermones y estudios bíblicos, y rara vez es el objeto de adoración —al menos la adoración en verdad, la cual dijo Jesús es la que desea el Padre (Jn. 4:23). En cambio, esta doctrina se ha malinterpretado y también se ha ignorado.

Se ha malinterpretado de tal manera que la mayoría de los cristianos, cuando se les pregunta, dan definiciones incorrectas y en ocasiones totalmente heréticas de la Trinidad. Para otros, se ha llegado a ignorar hasta el punto en que, entre aquellos que entienden correctamente la doctrina, no se le da el lugar que debería tener en la proclamación del mensaje del evangelio, ni en la vida del creyente individual en la oración, la adoración y el servicio.

La mayoría de los cristianos, aunque recuerdan el término “Trinidad”, han olvidado el lugar central que debe tener esta doctrina en la vida cristiana.

La Solución

Afortunadamente, la solución a este problema está a la mano. El Espíritu Santo siempre desea guiar al pueblo de Dios a un conocimiento más profundo de la verdad de Dios. Esta es la maravillosa “constante” en la que pueden confiar todos los ministros y maestros: en todo verdadero creyente habita el Espíritu Santo de Dios, y el Espíritu siempre va a cumplir la promesa de guiarnos a toda verdad. Cualquier creyente que busque honestamente la verdad de Dios y esté dispuesto a dejar a un lado cualquier idea preconcebida y tradición que puedan ser contrarias a esa verdad, encontrará fuerza y aliento para el esfuerzo (sí, “esfuerzo”) que se requiere para llegar a ese conocimiento verdadero y al pleno entendimiento de los cuales Pablo hablaba.

Nosotros simplemente no nos sentamos y esperamos a que Dios nos golpee con una ola de emociones. Por el contrario, el Espíritu nos conduce a su Palabra, alumbrando nuestras mentes y llenando nuestros corazones de amor por las verdades que descubrimos. Muchas obras teológicas se derivan de una postura intelectual y académica. No hay nada malo con tales obras, porque hay necesidad de ellas. Sin embargo, el libro que escribí, La Trinidad Olvidada, aunque incorpora los elementos académicos necesarios, está escrita desde una posición que incluye la “pasión”. No se trata de pasión en el sentido de sentimientos desordenados y caóticos, sino de pasión en el sentido de un amor ferviente por algo: en este caso, la verdad sobre Dios a la que llamamos “Trinidad”.

El libro al que hago referencia, no pretende ser un manual de todos los “argumentos” que se pueden usar para “demostrar” un punto. Para eso ya existen abundantes obras. En cambio, esta obra está escrita por un creyente para otros creyentes. Y aunque tengo que explicar y enseñar, ilustrar y documentar, lo hago para alcanzar un objetivo superior. Deseo invitarlo a usted, amigo creyente, a un amor más profundo, sublime e intenso de la verdad de Dios. Es mi deseo que cuando termine de leer este libro, no lo ponga a un lado simplemente y diga: “Tengo algunas municiones buenas para usarlas la próxima vez que debata sobre la Trinidad”.

En cambio, espero que Dios, en su gracia, use esto para implantar en su corazón un profundo anhelo de conocerlo aún más. Ruego que ese anhelo permanezca por el resto de su vida, y que le conduzca a amarlo más de lleno, a adorarlo más plenamente y a honrarlo con toda su vida. Mi deseo es que se una a mí diciendo: “Amo a la Trinidad”. Una persona que ame esta verdad de Dios también podrá explicarla y defenderla, pero la motivación para hacerlo será mucho más abundante, y el resultado final será la edificación del creyente y la iglesia en general, en lugar de una mera “victoria” en un debate o argumento en particular. Y una cosa es segura: una persona que hable la verdad de Dios por convicción y amor lo hace mucho más convincentemente que la persona que carece de tales motivaciones.

Este artículo es un extracto del libro del libro La Trinidad Olvidada, escrito por el Dr. James R. White, publicado por Editorial EBI.

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