El ministerio con niños y adolescentes es diferente al ministerio con adultos. Muchos colaboradores en el ministerio evitan a los niños y adolescentes, sabiendo que requiere un enfoque diferente. A menudo podemos cometer el error de relacionarnos con los niños como lo hacemos con los adultos, cuando muchos jóvenes simplemente no pueden interactuar al nivel de ellos. Si queremos que los niños y los adolescentes se abran respecto a su mundo, y si queremos ministrarles con eficacia, tenemos que conectar con ellos de una manera que les haga sentirse comprendidos y conocidos. Esto significa que debemos hacer todo lo posible para llegar a su nivel de desarrollo. Requiere trabajar duro para ver la vida a través de sus ojos. Esta práctica refleja el corazón de Jesús, que nos recordó que debemos hacernos como niños para entrar en el reino de los cielos y que quien recibe a un niño en su nombre lo recibe (Mateo 18:2-4).
Es valioso conocer a los jóvenes tanto individualmente como en su desarrollo. Así podemos hablar en su mundo y ayudarles a entenderse a sí mismos y a su necesidad del Señor. Al mismo tiempo, es importante recordar que las tentaciones, las luchas y las necesidades del corazón humano siguen siendo las mismas independientemente de la etapa de la vida. El alma necesita ser alimentada con la verdad del evangelio a cualquier edad. Cada individuo necesita conocer a Jesús y aprender sobre el amor y el cuidado de Dios a cualquier edad. Todos necesitan ser desafiados a amar a Dios y a la gente. Pero aunque la sabiduría y los principios bíblicos son inmutables, la manera de contextualizarlos y aplicarlos a los niños y jóvenes no es siempre la misma.
Como adultos, a menudo nos resulta difícil conectar personalmente con los jóvenes. Puede resultar difícil atraerlos o involucrarlos en conversaciones significativas. La desconexión suele girar en torno a nuestras expectativas: intentar mantener una conversación de adultos con un niño, dar por sentado que los adolescentes están interesados en lo que a nosotros nos interesa, hablarles como si fueran inferiores, esperar que sean capaces de hablar con nosotros, o hacer que los jóvenes se sienten y mantengan una conversación sobre cosas que no tienen ningún interés o significado para ellos.
Como consejeros, algunos de nosotros podemos sentirnos más exitosos en conectar con los niños y adolescentes de lo que realmente somos. Ingenuamente nos alejamos de las interacciones sintiéndonos semiexitosos. Mantuvimos la conversación, conseguimos que el joven o la joven respondiera a nuestras preguntas y puede que incluso hayamos abordado algunos problemas de su vida. Podemos salir de una conversación así y pensar que ha ido bastante bien. Sin embargo, cuando le preguntamos al joven cómo le fue, podemos obtener una historia muy diferente: “Fue horrible. Aburrido. Odio hablar y no quiero volver”. El joven puede salir de esas conversaciones sintiéndose como si alguien le hubiera arrancado una muela, y hará lo que pueda para evitar otra visita dolorosa.
Queremos que nuestros vínculos con los demás sean fáciles, sin esfuerzo y naturales. Queremos caerle bien a la gente. Incluso podemos suponer que las personas a las que ministramos pueden o deben estar en el mismo nivel intelectual, emocional, espiritual o social que nosotros. Pero una conexión sin esfuerzo o una comprensión compartida rara vez es el caso con cualquier persona, y mucho menos con un niño. Creemos erróneamente que las buenas relaciones siempre se dan sin esfuerzo y que no es necesario trabajar duro. Cuando pensamos así, nos olvidamos de lo mucho que se comprometió Jesús para amarnos, compartir y conectar con nosotros. Descendió hasta nosotros, y sigue saliendo a nuestro encuentro en nuestra debilidad, flaqueza e infantilidad. Tomó carne humana, se humilló y entró en nuestra experiencia, incluso experimentando la muerte en nuestro lugar (Filipenses 2:6-8).
A la luz de todo lo que Jesús ha hecho por nosotros, la Escritura también nos exhorta: “No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás.” (Filipenses 2: 3-4). En nuestras relaciones con los demás, estamos llamados a tener la mentalidad de Cristo Jesús. ¿Cómo podemos modelar este corazón de Jesús en nuestras interacciones con los jóvenes con los que trabajamos? ¿Cómo sería acercarse a los niños y adolescentes con la mentalidad de Cristo Jesús?
Empezamos por comprometernos a encontrarnos con los jóvenes donde están, no donde estamos nosotros, ni donde queremos que estén. Debemos estar dispuestos a trabajar duro y reflexionar para entrar en su mundo. Esto significará dedicar tiempo a sentarse, observar y ayudar a los niños y adolescentes a sentirse conocidos. No es sino hasta que hagamos esto que habremos ganado la confianza necesaria para influir en ellos a favor del evangelio.
A menudo les digo a los estudiantes de consejería que entreno que su habilidad para trabajar bien con adultos no significa que serán competentes para trabajar bien con niños o adolescentes. Sin embargo, si pueden aprender a trabajar con jóvenes, probablemente estarán mejor equipados y serán más hábiles para trabajar con adultos. ¿Por qué? Porque habremos dedicado un tiempo extra a aprender la habilidad no natural de entrar en el mundo de otra persona, esforzándonos por conocerla y amarla de forma correcta.
Hacer que los jóvenes se abran significa esforzarse por desenterrar lo que ocurre en sus corazones y mentes. Estamos descubriendo sus motivos, deseos, temores, esperanzas, tentaciones y sueños. Como dice Proverbios 20:5: “Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre, y el hombre de entendimiento lo sacará”. Esa es nuestra meta: hacer que salgan los motivos del corazón, y luego decir la verdad de nuevo.
Al hacer que un niño o adolescente se abra, a menudo es la habilidad de un adulto la que determina la eficacia del asesoramiento, más que la capacidad de un joven para articular su mundo interior. Tendemos a charlar con un niño y sentirnos tentados a concluir, tras unos pocos minutos en que carecen de entendimiento, de respuestas reflexivas o incluso de interés por su situación. Nos decimos a nosotros mismos que hemos intentado obtener una mayor comprensión, pero que el niño simplemente carece de conciencia personal o no está dispuesto a abrirse. Por desgracia, la mayoría de las veces nos equivocamos. Con una atención genuina, una búsqueda constante, enfoques convincentes, la paciencia de un oído atento y la voluntad de hacer buenas preguntas, los jóvenes pueden compartir profundamente, y lo hacen.
No es hasta que se empieza a conocer bien a un joven que se puede contextualizar la verdad para satisfacer sus necesidades particulares. Este es un paso que nunca se puede omitir. Jesús modeló la idea de conocer a las personas individualmente. En su vida en la tierra, Jesús modeló el cuidado específico y la interacción personal con aquellos que encontró. A la mujer del pozo la conoció íntimamente y le dio la gracia a pesar de sus muchos pecados (Juan 4). A Zaqueo, un recaudador de impuestos, se le buscó para tener una relación con él (Lucas 19). Los fariseos y los saduceos fueron reprendidos y llamados cría de víboras (Mateo 12). A los niños se les dijo que vinieran y se les abrazó (Lucas 18). Cada discípulo era conocido individualmente (Juan 1: 42, 47). Jesús demostró a menudo que conocía tan bien a sus seguidores que sabía lo que pensaban (Marcos 9: 33-34). Les habló de sus dudas, su miedo, su incredulidad y su devoción (Mateo 8:26).
El Señor no nos abandona a nuestra suerte. Nos persigue porque es un Padre amoroso, un Consejero sabio y un buen Pastor. Sale a nuestro encuentro en nuestra necesidad, debilidad y fragilidad. El Señor es inquebrantable en su amor por nosotros. Muestra compasión y es misericordioso y bondadoso. Imitemos al Señor con el compromiso de conocer, comprender y buscar activamente a nuestros jóvenes.
Esta traducción tiene concedido el Copyright © (6 de febrero de 2021) de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). El artículo original titulado “Ministering to Young People Requires A Different Approach”, Copyright © 2020 fue escrito por Julie Lowe. El contenido completo está protegido por los derechos de autor y no puede ser reproducido sin el permiso escrito otorgado por CCEF. Este artículo fue traducido íntegramente con el permiso de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) por José Luis Flores, Editorial EBI. La traducción es responsabilidad exclusiva del traductor.
This translation is copyrighted © (december 20, 2020) by the Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). The original article entitled “Ministering to Young People Requires A Different Approach”, Copyright © 2020 was written by Julie Lowe. All content is protected by copyright and may not be reproduced in any manner without written permission from CCEF. Translated in full with permission from the Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) by José Luis Flores, Editorial EBI. Sole responsibility of the translation rests with the translator.
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