Como perro que vuelve a su vómito, así es el necio que repite su necedad (Proverbios 26:11).
¡Qué imagen asquerosa! He visto perros haciendo esto, y es tan desagradable como suena. Por supuesto, los perros no saben hacer otra cosa mejor. El necio debería saberlo, pero vuelve a su necedad de todos modos. Es ridículo volver a tu pecado cuando has ido progresando en contra de él. A medida que avanzas en tu lucha, debes aprender a no ser el necio.
El necio nunca aprende de sus errores. Enfrenta consecuencias por sus pecados, pero aun así, persiste en ellos. El ejemplo por excelencia de esto es Faraón. Obstinadamente, rehusaba dejar ir a Israel, y enfrentó consecuencias que se manifestaron en forma de plagas horrendas. Transigió y accedió a dejarlos ir, pero en cuanto el castigo se calmó, regresó a su rebeldía (ver Éxodo 8:15). O considera al alcohólico de Proverbios 23. Ese ebrio tiene alucinaciones (ver el v. 33); se entromete en peleas y cae, y no siente el dolor cuando se golpea (ver el v. 35). Su reacción al despertarse de su sopor por la borrachera es “beberé otra copa”. A pesar de todas las consecuencias negativas, los necios —al igual que el perro que vomita— vuelven a su necedad.
Lo cierto es que las consecuencias negativas por sí solas no son suficientes para hacer que dejemos de pecar. Si fuera así, nadie se volvería adicto. En realidad, un hábito que continúa a pesar de las consecuencias adversas es una de las características clave que define una adicción. Aprender a no ser necio, entonces, implica más que tomar conciencia de las consecuencias personales. Incluye acudir al Señor y entregarle tu vida.
La Biblia habla mucho acerca de los necios. Menciona la relación del necio con Dios y los demás. El salmista señalaba al necio por su falta de fe en Dios. Un necio dice literalmente en su corazón: “No hay Dios” (Salmo 14:1; 53:1), y difama la dignidad y el carácter del Señor (ver Salmo 74:18, 22). Ser el necio, el que vuelve a su necedad, es considerar que tu relación con Dios es algo menor e insignificante. Permanecer diligente en la lucha, entonces, requiere que te mantengas cerca del Señor. Mantén tu corazón y tu mente fijos en él mediante la oración, el estudio de su Palabra y la adoración.
El necio también desatiende a los demás. Los insensatos “desprecian la sabiduría” (ver Proverbios 1:7, 22) y se niegan a escuchar consejos (ver Proverbios 12:15; 15:5; 23:9). ¿No haces caso al consejo de personas piadosas? Permanece cerca de los consejeros sabios. Sé lo suficientemente humilde para oírlos y aplica la sabiduría bíblica a tus problemas. Y observa esto: ser responsable ante alguien y recibir consejos no termina cuando el clímax de tu lucha ha pasado. Necesitarás patrones de conducta que te ayuden a pelear por tu fe. Nadie puede sobrevivir por sí solo.
Junto con tu progreso vendrán tentaciones a relajar tus esfuerzos contra el pecado. La soberbia golpea en tales momentos (ver Proverbios 16:18). Pensamos de nosotros mismos: Solo una vez más; o: Ahora puedo manejarlo; o: Me merezco un poco de diversión. Pero volver en ese momento a nuestro hábito adictivo es necedad. Mantente cerca de Dios y de personas piadosas, y no serás un necio.
Reflexiona: ¿Cómo se manifiesta la necedad en tu vida? ¿Cómo puedes mantenerte cerca de Dios y de personas piadosas?
Reflexiona: No te rindas. Jesús vino a rescatar a los necios.
Actúa: Escríbete una carta en la cual enumeres las razones por las cuales sería necio regresar a tu hábito adictivo. Luego, compártela con un amigo de confianza.
Actúa: Anota tus tentaciones. Repasa el contexto de tu tentación e identifica las señales de advertencia.
Este artículo es un extracto del libro Adicciones: Rompiendo con hábitos esclavizantes. Publicado por Editorial EBI.
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