La familia es una institución consagrada desde su incepción por Dios mismo. Nada en todo el registro creacional fue hecho por Dios con tanta determinación, precisión y especificidad como aquel primer matrimonio, Dios mismo fue quien presentó a Adán su esposa Eva, esto después de establecer que en todo el orden creado no había una ayuda idónea para él, así que Dios le creó una ayuda idónea perfecta.

Aun teniendo este cuadro hermoso y sencillo del primer matrimonio, la falta de detenerse y meditar en el segundo capítulo de Génesis ha robado a muchos hombres y mujeres del asombro de la institución del matrimonio y del núcleo familiar que se forma.

La ausencia de asombro en el diseño del matrimonio y la familia que el Señor creó para promover el bienestar humano, como una muestra de Su bondad, gracia y sabiduría, es una tragedia. Este privilegio y encargo solemne no le fue dado a los animales ni a los ángeles, sino que fue dado al hombre y a la mujer: «Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra» (Gn. 1:28). 

Sólo el ser humano fue creado a la imagen y semejanza de Dios, señalando la distinción de la humanidad por encima del resto de la creación. Este encargo divino era en sí la primera bendición en toda la historia. El diseño de la familia como la institución más importante en el orden creado frecuentemente es sobrepasado por cómo la caída ha afectado, distorsionado y pervertido aquella institución que debía haber sido por la cual la tierra se llenaría con el conocimiento de la gloria de Dios. 

La familia por lo tanto es una institución que es excelente desde su inicio, sabiendo que fue hecha por un Dios sapientísimo. Pero, la excelencia del orden creado fue interrumpida y la caída del hombre trajo consecuencias y secuelas que se sienten hasta hoy. El pecado entró, la muerte reinó, y las familias no se quedaron intactas. Ahora la creación se caracteriza por el pecado y la transgresión. ¿Cómo es entonces posible hablar de una familia cristiana en semejante situación?

A pesar del pecado, existe la posibilidad de volver hasta cierta medida a la excelencia de la institución de la familia. Aún después de la caída, aquella imagen de Dios que fue constituida en el hombre permanece intacta de alguna forma u otra (Gn. 9:6; Stg. 3:9). 

La excelencia de la institución de la familia únicamente puede ser lograda en la familia cristiana, es decir, la familia que ha sido redimida por la sangre de Jesucristo. Aunque, no es este, en ninguna manera, un motivo para presumir que una familia lo hará a la perfección. De este lado de la eternidad, siempre el pecado estará presente en el mundo, y la familia cristiana no es la excepción.

Sin embargo: la familia cristiana no será caracterizada únicamente por el pecado, sino que será distinguida por lo menos por tres características principales, dando evidencia de que es una familia cristiana: (1) el propósito principal: glorificar a Dios, (2) la regla infalible: la Palabra de Dios, y (3) una cultura santa: la aplicación del evangelio.

El propósito principal: glorificar a Dios.

Como todo lo que Dios ha hecho, la institución de la familia fue hecha para Su propia gloria. No hay ningún fin mejor en toda la existencia a que Dios sea glorificado. Por lo tanto, el propósito principal para la familia cristiana es glorificar a Dios en todo. La familia cristiana busca organizarse y orientarse con el fin de que Dios sea glorificado. El centro de la familia por lo tanto jamás es el egocentrismo del padre o de la madre.

Ningún miembro de la familia es la prioridad, sino que lo es Dios solamente. Ellos reconocen que no pueden ser ladrones de gloria, ellos conocen que sus voluntades son finitas y que es mejor poder decir como una familia unida: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo» (Mt. 6:9–10). Hay una sujeción por lo tanto a Dios y Su voluntad es suprema, porque la gloria de Dios es el objetivo. 

Este objetivo no es meramente sentimentalismo, sino que se manifiesta mediante una planeación integral en glorificar a Dios. La semana se organiza alrededor del blanco de glorificar a Dios, estructurando sus vidas enteras para cumplir aquella meta solemne. Cuidadosamente la familia cristiana separa los tiempos necesarios para resguardar espacios de dedicarse enteramente al Señor. Todo lo demás es secundario, todo lo demás es subordinado y conduce a glorificar a Dios.

Por lo tanto, ellos son miembros fielmente involucrados en la vida de una iglesia local, poniendo a la disposición de la congregación sus dones espirituales con el fin de edificar a los santos y así recíprocamente ser edificados. El día del Señor y el servicio dominical es lo que centra su vida familiar, pero no es lo único ni de mayor peso. En la privacidad de su hogar, la familia cristiana se consagra a sí misma al Señor conformándose de manera intencional en una pequeña iglesia, donde el padre es el líder espiritual y los demás miembros son los feligreses. Fielmente la familia entera se entrega para ser un sacrificio vivo y santo al Señor (Rom. 12:1). Celosamente resguardan tiempos donde pueden glorificar a Dios juntos. Sus tiempos de devoción familiar tienen unos elementos esenciales y necesarios siempre:

  1. Estudio de la Biblia
  2. Oración y confesión
  3. Alabanza y acción de gracias

Es imperativo para la familia cristiana priorizar a Dios y ponerle claramente en la primera posición en todo. Cuánto peligro e hipocresía existe en aquellas familias que solamente pretenden glorificar a Dios unas cuantas horas el domingo, pero el resto de su semana se dedica a servirse a sí mismos, a construir sus propios reinos y a realizar sus propias voluntades. 

Que tristeza aquellas familias que no buscan realizar juntos aquel propósito sublime por el cual fueron constituídos en primera instancia,  glorificar a Dios. La prioridad de una familia cristiana es la gloria de Dios y ser hallados fieles delante del Señor sin importar lo que cueste. Para asegurarse que todo lo que hacen glorifique a Dios, ellos consultan la única regla infalible que existe, las Sagradas Escrituras.

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