De alguna manera todos conocemos un púlpito o como también se le llama podio. En conferencias, en la Universidad y en diferentes lugares incluyendo dentro de las iglesias locales. Puesto que es un instrumento que se utiliza para colocar dispositivos, computadoras, apuntes y Biblias, es de mucha utilidad. Más sin embargo, el púlpito también representa un lugar de autoridad porque desde allí se impartirá conocimiento, información, y en el caso de las iglesias cristianas, se predicará la Palabra de Dios. 

La palabra púlpito como tal no se encuentra en la Biblia, pero sí se encuentra la razón, el contenido y el propósito del uso que hoy le damos: Exponer la Palabra de Dios, es decir, predicar la Biblia. Mi intención a través de este artículo, es ayudarnos a reflexionar sobre el uso que se ha dado al púlpito, no como el instrumento en sí, sino lo que se predica desde allí. Mi deseo es recordar que sólo hay un Nombre importante, solo hay un mensaje importante y solo hay un propósito importante: Dios, Su evangelio y la transformación de Su amada Iglesia para Su gloria y honra. 

El daño

No recuerdo las veces que asistí a varias iglesias en las que escuchaba desde el pulpito una cantidad de chistes, de anécdotas, sueños, y situaciones personales de los predicadores, además del largo tiempo que se tomaban para contarlas. Después de escucharlas todos los domingos, llegué a preguntarme si en realidad esa  era la función de la prédica dominical. Jesús dijo: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). Aunque las ilustraciones y anécdotas son útiles en las predicaciones, no deben ser el centro de las mismas hasta el punto que los congregados se retiren de la iglesia conociendo más al predicador que a Dios; o peor aún, pensando en el sueño del predicador, más que en la voluntad de Dios para su vida.

Aún es más triste cuando utilizan el púlpito para atacar, condenar, desmeritar o contar las situaciones de algunas ovejas del Señor. Así como menospreciar a otros porque no tienen su misma forma de pensar, los utilizan como ejemplo de lo que no se debe hacer.  Aprovechan la oportunidad para reprender si es que no lo han hecho en privado, y si no lo han hecho en privado como dice Mateo 18, aprovechan la oportunidad para hacerlo; aprovechan el cierto poder que tienen por estar allí o por el cargo eclesiástico que tienen. Los predicadores que hacen esto olvidan su función, su papel y de quién deben hablar con amor, mansedumbre, misericordia acerca del Señor que ha muerto en la cruz por todas Sus ovejas. 

Sin embargo, la situación más lamentable es cuando se suben al púlpito a predicar un evangelio distorsionado, si es que mencionan el evangelio en sí. Cuando utilizan textos fuera de contexto, o de un solo texto hacen un mensaje general y mandatorio sin tomar en cuenta todo el consejo de la Palabra, y todo lo que conlleva preparar un sermón que proviene de la Biblia. El predicador está en grave peligro al subirse al púlpito y predicar lo que quiere sin proclamar a Dios el Salvador. Sin llamar al arrepentimiento que ofrece el evangelio, sin dar esperanza que hay en la resurrección de Cristo, y sin proveer el “cómo vivir” a través del poder del Espíritu Santo. 

Predicador, ¿Cómo estás utilizando el privilegio de proclamar las verdades de Dios descritas en la Biblia? ¿Utilizas ese tiempo para tu gloria o la gloria de Dios? ¿Quién es el centro de tu mensaje? ¿De qué alimentas a las ovejas por las que Cristo pagó con su sangre en la cruz? ¿Estás consciente de tu responsabilidad ante Dios cada domingo?

Hablemos la verdad en el púlpito

Cuando lees el libro de Hechos, el inicio de la iglesia primitiva, aprendes del mensaje que los apóstoles predicaban. Los primeros cristianos se reunían en casas a escuchar el mensaje del evangelio, una y otra vez (Hch 2:42–47). No existía un púlpito, pero sí un responsable de exponer la Palabra de Dios para convertir corazones y que éstos crecieran en el temor del Señor. Los primeros cristianos tenían el Antiguo Testamento y el testimonio de los apóstoles acerca de la obra y persona de Jesús, nosotros hoy tenemos toda la Biblia completa y cerrada para continuar la gran comisión de predicar el evangelio a toda criatura, enseñándoles a guardar todo lo que Jesús enseñó, y bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28:20). 

¿Cuál es la verdad que las ovejas necesitamos? La única verdad que transforma: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón.” (He 4:12). Hay tanta riqueza en la Palabra de Dios para conocer a nuestro Dios Trino que toda una vida no nos alcanza. Hay tanto para escudriñar en la Biblia que exponerla desde el texto, de libros o evangelios completos, es una fuente inagotable de sabiduría, exhortación, ánimo, esperanza y reprensión que nuestras almas necesitan.

Hermano pastor, como oveja, es mi deseo recordarte que el púlpito es para exaltar el nombre de Dios antes que el tuyo o de tus planes. Dios te permite pararte allí para que alimentes a Sus ovejas con la única Palabra que puede hacerlo: la Biblia. Hay un lugar para todo, pero la predicación es para alimentar con la Palabra de Dios. Las ovejas no te pertenecen, no se trata de ti, de tus historias, sueños, visiones o de entretener a las ovejas. Algunas llegan cargadas de dolor, de culpa por su pecado, de incredulidad, de enojo, o alguna persona que está allí no cree en Jesús. Ellos, y yo, necesitamos escuchar quién es Dios, lo que Él ha hecho en Cristo y cómo debemos responder a Su llamado si en verdad queremos ser luz en este mundo, como Iglesia y como individuos.

Es un enorme privilegio predicar de Cristo y Su evangelio; permite que este mensaje revise tu corazón antes de ser predicado a la congregación. Solo de esta manera el mensaje es tanto coherente como bíblico, cuando el centro es Cristo y Su evangelio. 

Recordemos las palabras del apóstol Pablo: “Por eso, cuando fui a ustedes, hermanos, proclamándoles el testimonio de Dios, no fui con superioridad de palabra o de sabiduría. Porque nada me propuse saber entre ustedes excepto a Jesucristo, y Este crucificado. Estuve entre ustedes con debilidad y con temor y mucho temblor, y mi mensaje y mi predicación no fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que la fe de ustedes no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Co 2:1–5).

Es mi oración que el Espíritu Santo obre en corazones contritos y humillados, provea de sabiduría bíblica para instruir con todo el consejo de Dios a las ovejas de Cristo o pidan ayuda si no saben cómo hacerlo. Que el temor de Dios sea más grande que una tradición, que su ego o que cualquier otro compromiso que no sea exaltar a Cristo. Como escuché de un fiel predicador de la Palabra que dijo: El púlpito es el timón de la Iglesia, desde allí estás diciendo lo que crees y lo que vives.

Que Dios nos encuentre fieles en lo que nos ha dado hacer.


Más allá del capítulo y el versículo

¿Le cuesta trabajo relacionar lo que dice la Biblia con lo que sucede en su vida? Aunque los cristianos por instinto desean aplicar las Escrituras, existen algunas dificultades que nos pueden desalentar y hacer que nuestro anhelo por la Palabra de Dios disminuya.

En realidad, la aplicación bíblica ha sufrido de varias maneras en la iglesia, ha pasado por todo, desde el descuido, el abuso y hasta el rechazo. Como respuesta ante tales desafíos, Más Allá del Capítulo y el Versículo nos brinda fundamentos bíblicos para poner en práctica la aplicación, y luego propone un método bíblicamente coherente para la misma.


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