La temporada de Navidad provee una oportunidad natural de considerar la persona y venida de Cristo, el Mesías prometido. Fue desde la caída del hombre que el Mesías fue prometido. Esta promesa se conoce como el protoevangelio, y se encuentra en Génesis 3:15: «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar». La promesa es la garantía divina de que el problema más grande que enfrenta el hombre tiene solución, que habrá un remedio que Dios mismo proveerá.
Ahora, es evidente que los profetas del Antiguo Testamento desearon conocer la persona y el tiempo del Mesías prometido. 1 Pedro 1:10–11 dice: «Acerca de esta salvación, los profetas que profetizaron de la gracia que vendría a vosotros, diligentemente inquirieron e indagaron, procurando saber qué persona o tiempo indicaba el Espíritu de Cristo dentro de ellos, al predecir los sufrimientos de Cristo y las glorias que seguirían». La expectativa de la llegada del Mesíases desarrollada desde todas las profecías mesiánicas. Cada profecía enriquece la comprensión del ministerio que realizaría el Ungido del Señor. Cuanto más se investiga y se entiende las diferentes profecías, mejor se puede apreciar la magnitud del papel que tendría el Mesías en el plan divino.
Aunque la expectativa mesiánica aumenta en proporción al avance de la historia y la revelación progresiva, no siempre los hombres comprendieron totalmente el plan divino. Dios es claro en comunicar cuál era la tarea del Mesías, pero los hombres ignoraron lo que Dios estaba diciéndoles, considerando únicamente lo que les parecía más significativo. La realidad es que las presuposiciones de los hombres (especialmente lo que ellos consideran que es el mayor problema del hombre) influyen muchísimo en su apreciación del Mesías y en la expectativa que tenían en cuanto a Su venida. Para conocer más de la anticipación del advenimiento del Mesías, consideraremos la expectativa mesiánica en tres partes: (1) la expectativa mesiánica en el tiempo de Jesús, (2) la expectativa mesiánica explicada por Jesús, y (3) la expectativa mesiánica en nuestros días. Mi intención es que comprendamos mejor el propósito de Jesús en Su primera venida para ayudarnos a entender y anhelar Su segunda venida.
La expectativa mesiánica en el tiempo de Jesús
En el tiempo de Jesús había una expectativa mesiánica predominante que puede ser etiquetada como la expectativa de liberación. Los judíos habían leído una y otra vez en los profetas sobre la venida del Mesías quien sería el Rey sobre toda la tierra—el hijo prometido de David, el Mesías venidero que tendría establecido el trono de su reino para siempre (2 Sam. 7:13) y poseería dominio «de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra» (Sal. 72:8). Daniel 7:13–14 es una de las profecías más claras y enfáticas en cuanto a Su reinado incuestionable: «Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado ante Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido». La expectativa era la venida poderosa y liberadora del Mesías, por cuanto Dios mismo había prometido la destrucción y el juicio que vendría sobre los enemigos del pueblo del Señor.
Los judíos consideraron que su mayor problema era la opresión externa de los romanos y, por lo tanto, anhelaron un Mesías Liberador. Hay que afirmar que ellos no estaban equivocados en sus interpretaciones de las profecías mesiánicas. De hecho, habían comprendido correctamente lo que Dios les había dicho. Sin embargo, no podían ver que el problema del hombre no era simplemente la opresión externa de los romanos, sino que era su propia pecaminosidad e inhabilidad de ser justos delante de Dios. Además, algo que no era tan claro desde las profecías mesiánicas era la naturaleza de las dos venidas del Mesías prometido. Los judíos esperaban que todas las profecías tuvieran su cumplimiento en una única venida del Ungido del Señor, pero ahora, después de la primera venida del Mesías y después de Su ministerio inicial, se puede saber que todas las profecías que no fueron cumplidas en Su primera venida tendrán cumplimiento en Su segunda venida (cp. Jn 14:1–3; Hch. 1:9–11; 1 Tes. 4:16–17).
La expectativa mesiánica explicada por Jesús
Cuando el Mesías prometido finalmente vino, los judíos no lo reconocieron. Apenas Sus discípulos en unos momentos peculiares pudieran verle tal como Él era. Evidentemente Cristo no llenó sus expectativas. Ellos no estaban anticipando la humillación y el padecimiento necesario del Mesías—el Siervo sufriente—para redimirlos definitivamente de sus pecados. La esperanza de los judíos concerniente a su liberación estaba correcta, pero no en cuanto al tiempo de su cumplimiento. Todavía aquellas profecías mesiánicas tendrán un cumplimiento futuro. Cristo no ha cumplido al pie de la letra muchas de las profecías mesiánicas que serán cumplidas en Su segunda venida. Sin embargo, la primera venida del Mesías fue crucial en el plan divino para garantizar la salvación del pueblo del Señor. Jesús fue quien mejor explicó el propósito de Su primera venida.
La explicación que Jesús dio señala los aspectos que se cumplieron en Su ministerio terrenal. Aunque se podrían considerar cosas adicionales, mirando desde un aspecto teológico, es suficiente observar lo que Jesús mismo habló en cuanto a Su propósito, esto se encuentra clara y detalladamente en una profecía que el Señor citaba, en Lucas 4:18–19 donde Jesús cita la profecía de Isaías 61:1–2: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor». También Jesús explicó que vino para hacer la voluntad de Su Padre (Jn. 6:38), para cumplir con la ley y los profetas (Mt. 5:17), para traer una espada (Mt. 10:34), es decir, para traer división (Mt. 10:35–36), para llamar justos al arrepentimiento (Mc. 2:17; Lc. 5:32), para buscar y salvar lo que se había perdido (Lc. 19:10), para anunciar las buenas nuevas del reino de Dios (Lc. 4:43), para dar vida en abundancia (Jn. 10:10), para salvar al mundo (Jn. 12:47), para traer juicio (Jn. 9:39), y para dar testimonio de la verdad (Jn. 18:37).
Evidentemente Jesús cumplió con la voluntad del Padre en Su primera venida para efectuar el propósito singular que tenía que ser llevado a cabo. Posiblemente la mejor explicación de Jesús en cuánto al propósito de Su primera venida es Marcos 10:45: «Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos». Pablo concuerda con esta afirmación en 1 Timoteo 1:15: «Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero». Cristo vino para salvar al pecador, todo eso tiene sentido considerando cuál es el mayor problema del hombre. El cual, no es simplemente una opresión externa, sino que es la corrupción interna y la condenación eterna como consecuencia de su pecado. Por lo tanto, Cristo lidió con el mayor problema del hombre en Su primera venida para redimir para Sí un pueblo propio.
La expectativa mesiánica de nuestros días
Después de considerar el propósito cumplido del Señor Jesucristo en Su primera venida se puede apreciar todavía la expectativa mesiánica que debemos tener en nuestros días. Hoy esta expectativa concierne a la segunda venida de Cristo, la culminación del plan divino, la cima de la historia de redención. Es crucial considerar la presente expectativa mesiánica, porque es tan central en el Nuevo Testamento, la anticipación del regreso del Rey de reyes y Señor de señores. Tan fundamental es semejante esperanza que es como finaliza la revelación divina. La Biblia cierra con estas palabras: «El que testifica de estas cosas dice: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús. La gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén» (Ap. 22:20–21). Dios mismo sabiamente nos señala la oración final de las Escrituras y es la petición del pronto regreso del Salvador.
Hoy debemos, como los redimidos del Señor, anhelar con fervor Su segunda venida. Nada debe ser tan deseado, tan anticipado o suplicado como el regreso de nuestro Cristo. En Su segunda venida Cristo vendrá como un ladrón en la noche, inesperado (1 Tes. 5:2), pero para los cristianos debe ser algo esperado. ¿Qué puede ser más anhelado para el creyente que estar con su Señor? Los mandatos relacionados con Su venida son evidentes: se debe velar (Mat. 24:42), y estar preparados (Mat. 24:44) para Su advenimiento. Jesús exhorta a los creyentes en Lucas 21:36 a velar «en todo tiempo, orando para que tengáis fuerza para escapar de todas estas cosas que están por suceder, y podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre». Santiago 5:7 nos recuerda que: «Por tanto, hermanos, sed pacientes hasta la venida del Señor».
El mayor deseo del creyente debería de ser ver a su Salvador. La promesa que Jesús dio a los santos de la antigüedad no es una promesa vana, sino que es siempre una promesa para el creyente: «Vengo pronto; retén firme lo que tienes, para que nadie tome tu corona» (Ap. 3:11). No importa si han pasado 2,000 años o más, la expectativa mesiánica permanece firme en el pueblo del Señor, porque su anhelo es estar con su Dios. Nuestra oración ferviente debe de ser ver a nuestro amado Señor venir sobre las nubes con Sus santos para inaugurar la siguiente dispensación del plan divino.
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