¿Por qué me cuesta tanto vivir en santidad? Muchas veces me he hecho esta pregunta. Quisiera ser más santo. Incluso a veces siento que Dios es injusto. Quisiera que fuera fácil. Pero no lo es. Por lo menos, para mí, no lo ha sido. 

Cuando deseo vivir en santidad, me siento como el apóstol Pablo cuando dice que “el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Ro. 7:18-19). Me identifico perfectamente con él. 

Cuando viene la tentación, se desata una guerra en mi interior (Gá. 5:17) y con demasiada frecuencia pierde el bien. 

Incluso, mi malvado corazón a veces busca justificar mis caídas usando la Biblia misma. “Total, hasta el apóstol Pablo dijo que el mal estaba en él. Entonces, ¡imagínate cómo estoy yo!” (Ro. 7:21). 

Pero el Espíritu no me permite excusar el pecado. El latido del tambor de su convicción me llama a ser santo en toda mi manera de vivir porque Él es santo (1 P. 1:15).  

Para intentar ganar esta batalla, me encuentro recurriendo a ciertos juegos psicológicos para motivarme. 

  • Me recuerdo cuánto odio el sentimiento de culpa que viene después de la tentación. 
  • Me advierto de la vergüenza que pasaré si alguien me descubre. 
  • Incluso repaso las consecuencias que vendrán sobre mi vida y mi familia si peco. 
  • Recurro a la autoestima, porque me gusta pensar que soy un bueno cristiano. 
  • Me alecciono sobre la obligación que tengo de hacer lo correcto porque soy un cristiano que es pastor y profesor de teología.
  • Me autoimpongo ciertas reglas que intento acatar por mi disciplina personal. 

Y aún así, la tentación me gana con demasiada frecuencia. 

¿Por qué me cuesta tanto vivir en santidad?

La Biblia nos provee los recursos que necesitamos para andar en santidad. Quisiera trazar la santidad hasta sus raíces. Como si fuera un árbol, comenzaremos con el fruto de las buenas obras y llegaremos hasta su raíz más profunda.  

Tenemos que iniciar con la expectativa que Dios tiene de nosotros: Dios quiere que andemos en santidad. La santidad que Él desea tiene que demostrarse en nuestra vida práctica (Mt. 5:16; Tit. 3:8; 1 P. 2:12). Dios nos salvó con la intención de que andemos en buenas obras (Tit. 2:14). De hecho, Él preparó esas buenas obras para que pudiéramos andar en ellas (Ef. 2:10). Entonces, en árbol de la santificación, Dios quiere que mi vida dé el fruto de las buenas obras. 

BUENAS OBRAS

Pero ¿de dónde vienen las buenas obras? Las buenas obras no vienen de la nada. La Biblia describe el buen actuar como fruto (Mt. 7:16-20; Gá. 5:22-23; Tit. 3:14). ¿De qué son fruto? 

Son el fruto del amor. El fruto de las buenas obras viene del amor. Es imposible vivir en santidad sin amar a Dios. El autor de Hebreos entiende cuán difícil es andar en santidad. Sabe que necesitamos el estímulo de nuestros hermanos en Cristo. Por ello nos manda a congregarnos, porque así nos podremos estimular al amor y a las buenas obras (He. 10:24). Pero noten la secuencia: primero nos estimulamos al amor. Luego vienen las buenas obras. Si no amamos a Dios, nos será imposible andar en santidad. ¿Por qué es tan difícil andar en santidad? Porque no amamos a Dios como deberíamos. Tenemos que cultivar nuestro amor a Dios. 

AMOR A DIOS → BUENAS OBRAS

Entonces, las buenas obras son fruto de nuestro amor a Dios. Esto implica que nuestra falta de santidad indica una falta de amor a Dios. Si nuestras buenas obras son deficientes, nuestro amor es deficiente. Entonces, necesitamos cultivar nuestro amor a Dios. 

¿Cómo cultivamos nuestro amor a Dios? 

Nuestro amor a Dios no viene de un vacío. No podemos mirar hacia dentro de nosotros y, con mucho esfuerzo, crear amor de la nada. ¿De dónde viene nuestro amor? El apóstol Juan nos explica de dónde viene nuestro amor a Dios: viene del amor de Dios por nosotros. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Jn. 4:19). Mi amor a Dios no surge de la nada. Es el resultado del amor de Dios por mí. ¿Ves la secuencia?

AMOR DE DIOS → AMOR A DIOS → BUENAS OBRAS

Algunos pudiéramos cuestionar si Dios realmente nos ama. Pudiéramos pensar: “Si Dios nos ama tanto, ¿por qué es tan difícil hacer lo que él dice?” 

¿Cómo sabemos que Dios nos ama? 

La Biblia nos explica cómo sabemos que Dios nos ama. La muestra más grande del amor que jamás se haya visto en la historia de la humanidad fue cuando Dios envió a Cristo a morir en la cruz por nuestros pecados. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4:10). Y ¿cuándo lo hizo?  “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). Lo que inspira mi amor a Dios es su amor por mí. Y su amor por mí queda contundentemente demostrado en la cruz. 

Ahora llegamos a la raíz. El Evangelio es la raíz de la santificación. Los autores bíblicos nos predican el Evangelio en estos pasajes. Observa cómo lo presentan: ¡Envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados! ¡Cristo murió por nosotros! Es el Evangelio. Nadie puede amar a Dios ni vivir en santidad sin el Evangelio.  

EL EVANGELIO → AMOR DE DIOS → AMOR A DIOS → BUENAS OBRAS

Entonces, podemos trazar el árbol de la santificación así: 

El fruto de las buenas obras
brota de las ramas del amor a Dios
que crecen del tronco del amor de Dios 
que se arraiga en el Evangelio.

Ahora podemos contestar la pregunta con la que iniciamos: ¿por qué me cuesta tanto vivir en santidad? 

Porque no amo a Dios tanto como debería. 

¿Por qué no amo a Dios tanto como debería? Porque no entiendo su amor por mí. 

¿Cómo puedo amar a Dios tanto como debería? Reflexionando profundamente en el Evangelio. 

Sin duda hay otros elementos que son necesarios para entender el proceso de la santificación en la vida del creyente. Pero aquí encontramos la esencia pura de la santificación. El Evangelio revela nítidamente el amor de Dios, creando en mí un profundo amor a Él, motivándome a vivir en santidad.

El Evangelio revela nítidamente el amor de Dios, creando en mí un profundo amor a Él, motivándome a vivir en santidad.

Como dijo Jerry Bridges, tengo que predicarme el Evangelio todos los días para entender el amor de Dios por mí y cultivar mi amor por Él. La culpa, el temor, la vergüenza y las demás motivaciones son válidas hasta cierto punto, pero son deficientes por sí solas. Cuando le amamos como deberíamos, guardar sus mandamientos no será gravoso (1 Jn. 5:3). 

Entonces, ¿qué necesito para andar en santidad? Predicarme el Evangelio del amor de Dios en Cristo porque solo el amor maduro puede motivar la genuina santidad (1 Jn. 4:18).

Publicado originalmente en PALABRA+GRACIA