Por la gracia de Dios tengo la oportunidad de ser profesor en un par de institutos bíblicos. Algo que siempre es precioso son las relaciones que se van desarrollando con los alumnos a medida que pasa el tiempo. En el proceso de conocerlos escucho muchas historias; algunos tienen poco tiempo de creyentes, un par de años, pero rápidamente sintieron un deseo de estudiar la Escritura y profundizar en ella y en sus iglesias no había estudios con la profundidad que estaban buscando. Otros, son líderes que llevaban años orando por poder dedicarle tiempo al estudio más profundo de la Palabra, y en su momento, Dios abrió las puertas para poderlo hacer en un Instituto, entre muchas otras historias, y siempre es precioso ver cómo Dios ha obrado y obra en cada uno.

Dentro de todo, algo que suele ser un común denominador entre las historias de los alumnos jóvenes con padres creyentes, es que muchos tuvieron que pelear con sus familias cuando decidieron entrar al instituto, más si es internado. Para sus padres se trataba de una locura que de repente se apoderó de la mente de su hijo. Son años que se desperdiciarán, según ellos, y que podrían ser utilizados para estudiar una carrera o trabajar y hacer dinero, lo que para nada ha de tomarse como algo malo. En contra del parecer de la familia, estos jóvenes continuaron en su convicción de prepararse y entraron a estudiar la Biblia; la evidencia de que dicha decisión seguía siendo un conflicto en el corazón de sus padres y familiares estaba en que, en el período vacacional, cuando algunos decidían volver para pasar tiempo con sus familias, se daban situaciones incómodas. 

Las situaciones incómodas eran producto de la nueva pasión que sus hijos ahora traían por la Palabra de Dios. Querían hablar de lo que habían aprendido y de cómo Dios los estaba desafiando a vivir de manera consagrada a Él. También aprovechaban cada momento para animar a sus familiares a leer más la Escritura, orar y tener tiempos en familia para platicar lo que Dios había hablado a cada uno hasta ese momento. El resultado de tanta insistencia era mayor rechazo. Las respuestas suelen ser:

  • Te fuiste al instituto para volver como un fanático religioso.
  • Quieres imponerle tus gustos a los demás, hablando del estudio de la Biblia, como si se tratase de un gusto que no tiene por qué tener todo creyente.
  • Ahorita no es tiempo de Biblia, estamos disfrutando tiempo en familia.
  • Etcétera.

Lo que llama mi atención de este tipo de respuestas es que demuestran una separación de la Palabra de Dios de la vida cristiana, aparte del domingo. Todas las respuestas anteriormente mencionadas, y las que tampoco se mencionaron, muestran un desconocimiento o, por lo menos, una falta de apropiación de lo que dice Deuteronomio 6:4-9. Esto es, que se niega de manera implícita que la Palabra de Dios debería estar permeando cada área de sus vidas y, por lo tanto, de sus mentes y corazones, ya que esto es lo que Dios espera de aquellos que han venido a ser parte de Su pueblo.

Escucha, oh Israel, el SEÑOR es nuestro Dios, el SEÑOR uno es.
Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza.
Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón.
Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes.
Las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos.
Las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas.

Si bien los casos antes mencionados corresponden a la realidad de algunos, no todos, de los jóvenes que he podido conocer que han tomado la decisión de ir a estudiar la Palabra de Dios a un instituto, creo que esto es un reflejo de cómo piensan muchas familias de creyentes dentro de las iglesias, ya que no creo que se trate solo del problema de los padres con hijos que deciden estudiar en un instituto bíblico. Ciertamente hay varios elementos de carácter involucrados en la problemática antes mencionada. Pero quiero centrarme en cómo les es molesto a muchos escuchar a alguien que les incita a vivir de una forma parecida a la que Dios le dijo a Su pueblo en Deuteronomio 6:4-9 porque se cree que vivir así es propio del fanatismo.

Lo primero que hay que mencionar es que Deuteronomio 6:4-9 es dado a Israel cuando este está a punto de entrar a la tierra prometida. Por lo tanto, Dios quiere que Su pueblo desde sus inicios sea una comunidad caracterizada por vivir Su Palabra en cada área de su vida. Después de la declaración de que Dios es Uno (v. 4) para recordarle al pueblo que no hay ningún otro que puede ser llamado Dios aparte de Jehová, Moisés le dice al pueblo que se debe amar a Dios con todo el corazón, alma y fuerzas (v. 5). Esta es una forma de decir que se debe amar a Dios con todo lo que la persona es, sin reservas. Dicho amor sin reservas se vería expresado en que la meditación de la Escritura sería constante, con el fin de que el pueblo buscase agradar a Dios en todo lo que hiciese y en cada momento del día. Por eso dice el verso 6 que estas palabras, o sea la ley de Dios, estarían en su corazón. La palabra «corazón» en el Antiguo Testamento se suele utilizar para hablar de lo interno del hombre, incluso puede ser utilizado en algunas ocasiones como sinónimo de mente. Por ejemplo, el Salmo 4:4 dice:

Tiemblen, y no pequen;
Mediten en su corazón sobre su lecho, y callen.

Aquí, meditar en tu corazón es que algo esté presente en tu mente. Así que Dios quiere en Deuteronomio 6 que Su ley esté constantemente en los pensamientos de Su pueblo. En el verso 7, el mensaje empieza a dirigirse a los padres en particular; a ellos y a nadie más se les dice que debían enseñar a sus hijos. Esto no quiere decir que está prohibido que alguien más le pueda enseñar algo de la Palabra de Dios al hijo de alguna persona, pero por lo menos sí se intuye que la responsabilidad principal es de los padres, lo cual, dicho sea de paso, debería ser un recordatorio siempre en las iglesias en donde hay ministerios para jóvenes. No es el propósito hablar de la bondad de estos ministerios en la iglesia en esta ocasión, y me limitaré a decir que pueden llegar a ser de mucha bendición. Pero no está de más aclarar que, cuando estos son tomados por los padres de la iglesia como la oportunidad de desvincularse de su responsabilidad primaria, entonces no se está cumpliendo con el modelo bíblico. Retomando el verso 7 y la idea de los versos 8 y 9, la repetición de la Palabra de Dios a los hijos debía, en resumidas cuentas, ser en todo tiempo. Cada momento del día podría ser una oportunidad para meditar en la Palabra de Dios en familia, la cual, según el Salmo 19:10 es:

Deseables más que el oro; sí, más que mucho oro fino,
Más dulces que la miel y que el destila del panal.

¿A qué vamos con todo esto? ¿Tocar un tema que no sea de la Biblia está mal? ¿Hay un porcentaje de palabras en tu día que deben ser de algún tema bíblico? No, pero sí que podamos ver que hay un problema con la forma en la que entendemos que la Palabra de Dios tiene que formar parte de nuestra vida, si creemos que hay tal cosa como un tiempo para la familia y uno distinto para hablar de la Palabra de Dios. Estamos mal si le llamamos fanatismo a lo que debería ser la normalidad para aquellos que son pueblo de Dios (1 P. 2:9). Estamos mal si creemos que se trata de una cuestión de gustos profundizar en la Palabra, si es que entendemos que esta es la revelación del Dios al que decimos amar. Si esto es así, entonces tal vez deberíamos considerar que tendríamos que empezar a ser más vistos como lo que algunos llaman «fanáticos». 


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