Lee la primera parte aquí.
En el primer artículo exploramos cómo el «garrote» de la memoria distorsionada puede convertir un pasado «bueno» en un enemigo del presente, manifestándose a través de la murmuración y la nostalgia. Ahora, en esta segunda parte, profundizaremos en cómo un pasado «malo» puede golpear con igual fuerza, generando amargura, pesar, vergüenza y culpa, revelando así los peligros de una memoria corrompida que nos aleja de la gracia transformadora de Dios.
DISTORSIONES DE UN MAL PASADO
Amargura
El garrote de la memoria asesta golpes con un «buen» pasado, pero ¿qué ocurre con un «mal» pasado? Un recuerdo distorsionado evoca el «mal» pasado para envenenar el presente. Para empezar, la amargura mina el pasado con la repetición constante de los males y el olvido de las bendiciones. La amargura quema puentes y construye barreras. La amargura puede ser el resultado de pecados pasados, pero también puede ser el resultado del sufrimiento, como en el caso de Noemí.
El libro de Rut comienza con Noemí, su esposo y sus dos hijos, que abandonaron Belén para ir a Moab huyendo del hambre (Rt. 1:1-2). Durante su estancia en Moab, el esposo de Noemí murió (Rt. 1:3). Durante los diez años posteriores, sus dos hijos se casan, pero también mueren (Rt. 1:5). En el momento de mayor hambruna personal de Noemí, el pan volvió a Belén, «la casa del pan». Noemí regresó con Rut, su nuera fiel. A su regreso a Belén, Noemí dice a las mujeres del pueblo: «No me llamen Noemí, llámenme Mara, porque el trato del Todopoderoso me ha llenado de amargura. Llena me fui, pero vacía me ha hecho volver el Señor. ¿Por qué me llaman Noemí, ya que el Señor ha dado testimonio contra mí y el Todopoderoso me ha afligido?» (Rt. 1:20-21). La amargura de Noemí definió su vida, hasta el punto de provocar un cambio de nombre, de agradable a amargo. Al examinar su amargura, Noemí identificó a Dios y su soberanía como la fuente. Manipuló el carácter de Dios, centrándose en su soberanía a expensas de su bondad y sabiduría. La amargura cegó a Noemí a la bendición de Rut. Noemí creyó que volvía con las manos vacías cuando en realidad, Dios le llenó las manos con Rut.
Al igual que la lengua, que contiene muchos más receptores del sabor amargo que del dulce,[1] la mente detecta y se fija en lo amargo a un ritmo alarmantemente alto e ignora lo dulce que le rodea. Sin embargo, a diferencia de la lengua, que utiliza la amargura para protegerse de los venenos induciendo el vómito, la amargura de la mente produce un sabor perverso.
El pesar
El pesar también retrocede y se repite. El pesar atasca el presente con lo que podría haber sido en el pasado. Te rindes a las condiciones miserables del presente como el hijo pródigo (Lc. 15:16). La memoria corrompida te atrapa en el chiquero de la prisión, y sigues llevándote la comida de los cerdos a la boca mientras te acuclillas en la miseria del pasado. La amargura se centra en lo que te han hecho, mientras que el pesar se centra en lo que te has hecho a ti mismo. La memoria murmura: «Ojalá las cosas hubieran sido de otra manera» y «Si tan sólo…». El pronombre «yo» domina el bucle reciclado del pensamiento. El pastor y escritor estadounidense A. W. Tozer, está de acuerdo: «El pesar puede no ser más que una forma de amor propio. Un hombre puede tener tan alta estima de sí mismo que cualquier fracaso en vivir de acuerdo con la imagen que tiene de sí mismo le decepciona profundamente. Este estado de ánimo cristaliza finalmente en un sentimiento que parece una prueba de profunda penitencia, pero que en realidad es una prueba de profundo amor propio».[2] Esta decepción se arraiga en la creencia de que posees la fuerza y la capacidad de tal modo que pudiste haber dirigido tus pasos de otra manera para haber alcanzado un resultado mejor.
Irónicamente, el pesar puede nacer de la madurez, del yo mayor que evalúa al yo joven. Sin embargo, el hombre mayor no reconoce que su madurez actual surgió de sus fallos pasados que ahora lamenta. El hombre mayor olvida el contexto en el que tomó la decisión. El garrote de la memoria corrupta golpea una y otra vez.
Vergüenza y culpa
En otros efectos dolorosos de la memoria corrompida, la vergüenza hace hincapié en la condena por parte de otros debido a una deficiencia percibida por algo hecho por ti o que te han hecho a ti. Así, la vergüenza se asocia con la reputación, ya que se basa en la opinión que los demás tienen de ti. La vergüenza pretende ser imperdonable, ya que no nace de un acto incorrecto, sino de algo que está mal en toda la persona y de una identidad defectuosa. Una disculpa se queda corta. Los demás te deshonran por estos defectos percibidos que pueden ser pecaminosos o no (sufrimiento). Por ejemplo, Jeremías afirma en una analogía que «se avergüenza el ladrón cuando es descubierto». El pecado publicitado produce vergüenza; sin embargo, la vergüenza también se extiende al sufrimiento, como en el caso de los siervos de David, a los que Hanún les rasuró la mitad de la barba y fueron sumamente avergonzados (2 S. 10:4-5) pero no habían pecado. Ya sea que esté asociada al pecado o al sufrimiento, la vergüenza carcome tu identidad con sentimientos de inutilidad y susurra que estás estropeado, que no eres digno y que eres un error.
En la actualidad, la vergüenza y la culpa se utilizan a menudo como sinónimos, pero son diferentes la una de la otra. A diferencia de la vergüenza, que es miedo a no valer nada, la culpa es miedo al castigo. Por eso, «la culpa vive en los tribunales. La vergüenza vive en la comunidad».[3] La culpa surge internamente de la convicción y la conciencia, mientras que la vergüenza surge externamente de las condenas de los demás. En esencia, la vergüenza enfatiza la pérdida de prestigio ante los demás, mientras que la culpa resulta de la pérdida de prestigio ante Dios. «Actualmente, la vergüenza es lo que alinea nuestras acciones horizontalmente. La culpa es lo que las alinea verticalmente».[4]
La culpa en sí no es un pecado y es utilizada por Dios para hacer que un pecador busque el perdón. La culpa real es la convicción dada por el Espíritu Santo debido a la violación personal conocida de la Ley de Dios. La memoria defectuosa responde a la culpa huyendo del arrepentimiento y revolcándose. Revolcarse tiene la idea de rodar en el barro y no buscar una salida, una corrupción viciosa de la memoria. La memoria corrompida infecta el alma con el problema privándola de cualquier solución.
El salmista describe la tortura de la culpa sin arrepentimiento así: «mi cuerpo se consumió; y mi vitalidad se desvanecía como con el calor del verano» (Sal. 32:3-4). Para evitar la confesión, la culpa sin arrepentimiento puede serpentear hacia la escurridiza solución del autoperdón. En esta distorsión la memoria recuerda los males del pasado, y luego se dirige a sí misma en busca de la solución. Como Adán y Eva, los culpables cosen su propia solución para enmendarse con hojas de higuera cuando en realidad necesitan el sacrificio que provee verdadera cobertura y que solo viene del Salvador (Gn. 3:7). El autoperdón eleva la solución del hombre por encima de la de Dios. El hombre intenta ser su propio juez indulgente, aunque no sea la parte ofendida. Por tanto, el defecto fundamental del autoperdón reside en un recuerdo corrupto de sí mismo, la magnificación de la justicia propia y la minimización de la ofensa. El autoperdón no es perdón en absoluto. La ofensa permanece como una bolsa de basura llena de pescado podrido que se mueve de estar colocada en el suelo de la cocina a estar fuera de la vista, debajo del fregadero. Pero fuera de la vista no significa que esté fuera de la mente, como tu nariz detectará muy pronto. El pecado sin arrepentimiento empeora con el tiempo.
El pecado es como las semillas de un árbol de pisonia. Estas semillas atrapan a los insectos con una resina pegajosa.[5] Las semillas pegajosas cargadas de insectos atraen a los pájaros con la esperanza de un sabroso festín. A medida que los pájaros comen el almuerzo, son atrapados por la comida. La resina de las semillas se pega a las plumas de las aves. A medida que las aves acumulan estas semillas en sus plumas, acaban por sentirse pesadas e incapaces de volar ya que no pueden quitar estas semillas por su cuenta. Cubiertos de las semillas pegajosas de pisonia, los pájaros mueren en el suelo de la selva tropical o suspendidas del árbol pegajoso. El pecado sin arrepentimiento se adhiere como estas semillas. La memoria provoca culpa, un sentimiento de carga sobre el pecado; y sin embargo, la memoria corrompida se revuelca o se excusa en el autoperdón. Mientras tanto, las semillas siguen adheridas, tu condición de culpa permanece. En verdad, «no necesitas complementar el perdón divino con ningún auto perdón»,[6] pero el hombre sigue corriendo en dirección contraria alejándose de Dios, agobiado y cargado por su pecado del cual no se ha arrepentido.
La memoria corrompida se aleja constantemente de Dios y se dirige hacia el yo. La memoria pretende ser un cetro, que el hombre toma para reclamar su propio autogobierno y sentarse en su propio trono. Sin embargo, el garrote de la memoria te sirve erróneamente alejándote de la sala del trono de Dios. La memoria caída desea servir al yo y, sin embargo, se daña a sí misma. La frase común «si mi memoria no me falla» enfatiza este problema fundamental; cuando la memoria me sirve, las cosas nunca salen bien.
Este post es un extracto del libro Memoria redimida, publicado por Editorial EBI.
[1] Danielle R Reed, et al. «Diverse tastes: Genetics of sweet and bitter perception» [«Gustos diversos: Genética de la percepción del dulce y el amargo»], Physiology & behavior vol. 88,3 (2006): 215-226.
[2] A. W. Tozer, «The futility of regret» [«La futilidad del arrepentimiento»], Alliance Life Magazine publicó una compilacion de ensayos en el libro That Incredible Christian [Ese increíble cristiano] (Wingspread, 2008).
[3] Ed. Welch, Shame Interrupted [Vergüenza interrumpida] (New Growth Press, 2012), 11.
[4] David Wells, The Courage to be Protestant [La valentía de ser protestante] 2da Ed. (Eerdmans, 2017), 132.
[5] Alan E. Burger, «Dispersal and Germination of Seeds of Pisonia Grandis, an Indo-Pacific Tropical Tree Associated with Insular Seabird Colonies» [«Dispersión y germinación de semillas de Pisonia Grandis, un árbol tropical del Indo-Pacífico asociado a colonias insulares de aves marinas»], Journal of Tropical Ecology, vol. 21, no. 3, (2005), 263-271.
[6] H. B. Charles, «How can I forgive myself?» [«¿Cómo puedo perdonarme a mí mismo?»] ftc.co. 24 de agosto del 2017. Acceso el 24 de agosto del 2020.
Memoria redimida
La memoria desempeña un rol importante en la vida cristiana, tanto en su función correcta como en su corrupción. Este libro está escrito para los cristianos que sufren, a sabiendas o sin saberlo, las pesadas cargas de la memoria. Dios quita estas pesadas cargas por Su misericordia en la cruz y redime la memoria a su propósito original, para glorificarlo y adorarlo.
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