Confirmó la veracidad de Cristo

Existen varios aspectos que hablan a favor del Señor y de Sus seguidores gracias a Su ascensión triunfal a la diestra del Padre. En primer lugar, fue una confirmación de la absoluta veracidad de Cristo. Cristo se había identificado claramente ante Caifás como alguien que se sentaría a la diestra del Padre, y también había asegurado que cumpliría la profecía de Daniel del mesías que llegaba en las nubes para dar inicio a una era dorada (Mt. 26:64; ver Dn. 7:13). Al percatarse del significado de esas afirmaciones, el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, acusó a Jesús de blasfemia, y dio su aprobación cuando seguidamente escupieron el rostro de Jesús, le dieron puñetazos, le abofetearon y se burlaron de Él (Mt. 26:65-68). Pero la exaltación de Cristo a la diestra del Padre demostró, de una vez y para siempre, que los malvados religionistas estaban equivocados y que Jesús estaba en lo cierto.

Dio paso a la etapa actual de Jesús

La ascensión elevó a Jesús a la diestra del Padre, donde continuamente ministra a favor de los santos. Él es el Abogado ante el tribunal de justicia infinita del Padre, que funge como abogado defensor del creyente. Él alega el mérito de Su propio sacrificio expiatorio cuando el creyente peca (1 Jn. 2:1) sin el cual el creyente estaría en peligro eterno por causa de la responsabilidad infinita del pecado. Gracias al sacerdocio permanente de Cristo a favor de los santos, Él está «viviendo siempre para interceder por ellos»; y como tal, «puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios» (He. 7:25).

El salmista profetizó el estatus exaltado de Cristo con el Padre: «Jehová [Yahweh] dijo a mi Señor [Adonai]: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies» (Sal.110:1). Esto no significa que la diestra del Padre sea el trono davídico y que la etapa actual del Señor sea el reino mesiánico o incluso un adelanto parcial de éste. Según el salmo, este reino en el que Cristo estará a la diestra existirá hasta que el mesías inaugure Su reino, cuando Sus enemigos sean derrotados (1 Co. 15:24-26). A pesar de que David no comprendía las implicaciones de su profecía, Él sí comprendía lo que significaba esa situación de estar a la diestra del Padre.

Le dio a los creyentes acceso a Dios

En consonancia con el aspecto anterior, y tal vez como base del mismo, la ascensión de Cristo —su paso a través de los cielos— a un sacerdocio eterno a la diestra del Padre les concedió a los creyentes acceso al trono de Dios en un momento de necesidad. Como dice Hebreos 4:14-16:

Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

No solamente hemos obtenido acceso al lugar Santísimo de Dios a través de la ascensión y exaltación de Cristo, sino que además tenemos «confianza» (parresia; o sea, «valentía, audacia, temeridad, especialmente en la presencia de personas de alto rango»).

El texto hace énfasis en tiempos de necesidad especial, refiriéndose a debilidades o enfer­medades de un tipo o de otro, a tiempos en los que podemos sentirnos más intimidados a acercarnos al Dios eterno en toda su santidad, majestad y poder. Leon Morris hace hincapié en la invitación divina: «El autor está instándonos a acercarnos con valentía. Los cristianos no deben mostrarse vacilantes, pues tienen a un Sumo Sacerdote en el cual pueden confiar. Su exitosa travesía por los cielos apunta a su poder para ayudar, y su compañerismo hacia nuestros puntos débiles muestra su simpatía hacia nuestras necesidades».[1]

Garantizó un ministerio ampliado para los creyentes 

Jesús les hizo una promesa inusual a Sus seguidores la noche antes de Su crucifixión, y esa promesa involucraba Su ascensión: «De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre» (Jn. 14:12). La frase «aun mayores» no debe entenderse como por encima y más allá de los grandiosos milagros que Jesús hizo; pues esas fueron, después de todo, obras de omnipo­tencia. El alcance de la grandeza aquí no puede ser en el ámbito físico o en cualquier otro que emanara de Jesús como el Dios-hombre; debe tener lugar en el ámbito de lo espiritual, donde los creyentes pueden de alguna manera mediar las cosas de Dios. La conexión de estas obras mayores con el regreso al Padre sugiere que están relacionadas con los logros de la expiación de Cristo, incluyendo Su muerte y resurrección, así como la ascensión y exaltación. Además, estas obras deben estar asociadas con el poder del Espíritu Santo, a quien Cristo enviaría tras Su partida hacia el cielo.

Existe un vínculo inconfundible entre estas obras mayores y la promesa del Espíritu que Cristo hizo en Juan 7:38-39: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado». El derramamiento del Espíritu dependía de la glorificación de Cristo, como referencia al logro de la expiación, la cual, como se ha apuntado, se basa en la inseparabilidad y corre­latividad de Su muerte, resurrección y ascensión. Jesús confirmó lo que dijo en Juan 14:12, lo cual sucedió un rato después en esa noche crucial en la que Él fue traicionado. Aquí Él asocia la venida del Espíritu escatológico con Su partida hacia el Padre (Jn. 16:7). Homer Kent resume este aspecto muy bien: «Por tanto estas obras mayores serían obras espiritua­les, en las cuales las buenas nuevas de la muerte y resurrección de Cristo serían proclama­das como el poder transformador de los hombres pecaminosos. Como consecuencia, los gentiles, así como los judíos, serían alcanzados, y surgiría un nuevo cuerpo espiritual, la iglesia del Nuevo Testamento».[2]

Leon Morris relata acerca de las obras mayores que se hicieron basadas en el derrama­miento del Espíritu tras la partida del Hijo el día de Pentecostés y después.

Solamente el día de Pentecostés se añadieron más creyentes al pequeño grupo de cristianos de los que se habían añadido durante toda la vida terrenal de Cristo. Ahí vemos un cumplimiento literal de la frase «mayores hará». Durante su vida el Hijo de Dios fue confinado en su influencia a un sector comparativamente pe­queño de Palestina. Tras su partida, sus seguidores pudieron trabajar en lugares diversos y lejanos e influenciar así a un mayor número de hombres.[3]

Confirió autoridad, honor y gloria a Cristo

El apóstol Pedro profundiza aun más en la correlación entre la resurrección y ascensión de Cristo que se ha analizado anteriormente. Él demostró aun más que Cristo fue elevado hasta la autoridad suprema sobre toda cosa creada: «El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo, quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades» (1 P. 3:22).

En esa misma conexión, la ascensión le confirió a Cristo Su gloria original, una gloria que Él había dejado a un lado para tomar forma de siervo y ser portador de nuestros pecados. En sus llamadas horas de oración como sumo sacerdote, antes de Su muerte, Cristo eleva una petición, «Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese» (Jn. 17:5). Esta gloria era nueva para Él como Dios-hombre, pues el Hijo oraba por su gloria pre-encarnación y pre-kénosis. En la kénosis, Cristo dejó a un lado Su gloria, que consistía, en parte, en dejar de usar de forma voluntaria Sus prerrogativas y poderes como segunda persona de la Trinidad, algo que hizo para ser el Dios-hombre y siervo con propósitos redentores. Esos poderes y prerrogativas soberanos le fueron restaurados en Su ascensión y exaltación (Fil. 2:9, aunque desde la eternidad Él los había ejercido de acuerdo con la subordinación funcional dentro de la Trinidad divina).

Les garantiza a los creyentes la entrada al cielo

El autor de Hebreos utiliza la expresión «precursor» para describir la entrada de Cristo al cielo al proveer la expiación por el pecado. «La cual [esperanza] tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec» (He. 6:19-20). La esperanza del cristiano se describe usando la metáfora del «ancla»; ésta es invisible pero segura e inamovible porque se extiende dentro del velo, una expresión utilizada para describir el Lugar Santísimo, dentro del santuario celestial, la presencia misma de Dios. Es ahí donde Jesús entró, cual Melquisedec, como eterno sacerdote para el creyente. La esperanza en sí consiste en dos cosas inmutables: la imposibilidad de que Dios mienta y el juramento divino que confirma la promesa (vs. 17-18).

Gracias a la ascensión el Señor se ha sentado «a la diestra de la Majestad en las alturas» (He. 1:3). Cristo está allí como precursor de los suyos. «Llamarle precursor (prodomos) denota la perspectiva del creyente de poder estar al final donde está Cristo ahora. Él ya está en la presencia real de Dios».[4] F. F. Bruce profundiza acerca de la precedencia o idea del precursor en esta metáfora, apuntando que «Precursor es un vocablo relativo que implica una secuencia. Habiendo sido glorificada la Cabeza, los miembros de su cuerpo deberán unírsele en su debido tiempo; y el sublime oficio de la intercesión en los cielos conferido al Sacerdote Eterno constituye el medio indispensable para lograr esto. Su defensa es la salvaguarda de su iglesia y la garantía de la glorificación de ésta».[5]

Esta garantía de entrar en el cielo gracias a que Cristo ascendió a éste como precursor de todos los creyentes también da significado en parte a algunas de las últimas instrucciones de Jesús, particularmente, a las palabras que Él anunció en Su partida hacia el Padre para preparar moradas para los suyos. Aquí Él dice, «para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Jn. 14:3). Su actual morada en la casa del Padre garantiza su reunión final con todos aquellos que han puesto su confianza en Él.

Este artículo es un extracto del libro Teología sistemática del Nuevo Testamento, publicado por Editorial EBI.


[1] Leon Morris, Hebrews, en el tomo 12 de The Expositor’s Bible Commentary, ed. Frank E. Gaebelein (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1981), 47.

[2] Homer A. Kent Jr., Light in the Darkness: Studies in the Gospel of John (Grand Rapids, MI: Baker, 1974), 174.

[3] Leon Morris, The Gospel According to John, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1971), 646.

[4] Homer A. Kent, Jr., The Epistle to the Hebrews: A Commentary (Grand Rapids, MI: Baker, 1972), 123.

[5] F. F. Bruce, The Epistle to the Hebrews, edición revisada, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1990), 132.


La Teología Sistemática del Cristianismo Bíblico de Rolland McCune es una lectura obligada para aquellos que desean ir más allá de lo básico de la doctrina bíblica. McCune aporta un fuerte énfasis en la base exegética para cada doctrina y enseñanza. Este libro es muy atractivo y comprensible. Incluso las doctrinas complejas están escritas de una manera clara y concisa para cualquier lector.


Comparte en las redes