¿Has escuchado frases como, “yo nací en cuna cristiana” o “yo vengo de familia cristiana”? Frases como éstas pueden explicar bien el origen familiar pero no revelan la identidad individual. Entonces, ¿a qué se refieren esas frases? ¿Es malo reconocer nuestra herencia familiar? Sí y no. Permíteme explicar.

Tristemente, en muchos casos esas frases hacen solo referencia al hecho de identificarse con una cierta religión. No están hablando de convicciones, sino de tradiciones. Seamos cuidadosos en pensar que el cristianismo es solo una etiqueta que nos ponen al nacer. A veces es como una nacionalidad, ¿no es cierto? Yo podría llegar a pensar, “soy mexicano porque nací en México y soy cristiano porque nací en familia cristiana”. Pero no es así. No debe ser así.

Pero por otro lado, no es incorrecto reconocer nuestra herencia familiar. Todo lo contrario. Dios ha dado a los padres de familia la responsabilidad de enseñar el evangelio a los hijos. Pablo lo dice así al ordenar, “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4, RV60). Hay un llamado no nada más a que el evangelio sea una materia familiar que se imparta, sino a que sea el núcleo de todos los intereses familiares—en una familia, no hay nada más importante que el evangelio. Todo lo demás se subordina a la autoridad del evangelio. La familia no rige con el evangelio, el evangelio rige a la familia. El evangelio es más que solo orar con los niños antes de dormir o antes de tomar los alimentos. Ambas actividades son importantes, pero si la presencia del evangelio en la familia solo se remonta a actividades rutinarias, no verás la bendición que Dios quiere derramar sobre aquellos que “primeramente buscan el reino de Dios” (Mt. 6:33).

Por lo tanto, si el evangelio es tan importante, valdrá la pena que sepamos cómo debe regir nuestra vida familiar. Aquí dos consideraciones para reflexionar.

El Evangelio Enseñado

El evangelio es algo que se transmite intencionalmente—no hay atajos. Explicando acerca de cómo los Judíos habrían de creer en el evangelio, Pablo argumenta, “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Ro. 10:14, RV60). Y unos cuantos versículos más tarde Pablo concluye que, “La fe es por el oír y el oír por la palabra de Dios” (Ro. 10:17).

En otras palabras, el evangelio se comunica conscientemente a otros. En el caso particular de la familia, es imperativo que tengas designado un determinado tiempo en el que le enseñes el evangelio. Este tiempo no es para que el padre de familia “regañe” a sus hijos con la Biblia. No es el tiempo de dar aire a todas tus frustraciones familiares. Tampoco es el tiempo en que “relucirás” tus sueños de ser predicador. No es el tiempo para predicar por horas con tintes de soberbia o arrogancia.

El tiempo de estudio familiar debe tener solo una meta principal: ver a Dios y a su plan de rescate revelado en las Escrituras. Eso es todo. Muéstrales a Dios y su plan redentor. Que lo vean, que lo admiren, porque “mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18, RV60). Cada página de la Escritura revela a Dios y a su plan, entonces haz tu labor de evangelista (2 Ti. 4:5) y enseña el evangelio a tu familia.

Este tiempo debe incluir un tiempo de confesión de pecados, lectura bíblica, enseñanza del evangelio y aplicación práctica a las vidas de tu familia. Tal vez no lo puedas hacer diariamente, pero no puede pasar una semana sin que lo hagas por lo menos una vez. Busca el horario que sea mejor para todos. No pongan excusas. Siempre te sobrarán razones para no tener un tiempo de estudio bíblico durante la semana. Pero nuestras razones, ante Dios, son mera desobediencia.

El Evangelio Modelado

El evangelio no solo se enseña, también se vive. No pueden ser solo palabras, tienen que ser también acciones. Aquí es donde suele haber una triste desconexión familiar. Es un círculo terriblemente vicioso que destruye a familias. El problema es algo así:

El padre o madre tratan de enseñar la Biblia a sus hijos o familia.

Los padres no tienen autoridad moral porque sus vidas no reflejan lo que enseñan.

Los hijos ignoran lo que los padres enseñan.

Los padres abandonan el intento de enseñar a su familia.

Los padres, después de un tiempo, se dan cuenta que tienen que intentarlo otra vez, pero el círculo vicioso vuelve a presentarse.

Habrá algunos puntos que cambiarán de familia en familia, pero generalmente ese es el patrón con el que las familias tienen que enfrentarse continuamente. ¿Por qué sucede esto? Muy simple. Porque no entendemos el evangelio.

El evangelio en la familia no se modela con vidas perfectas. El evangelio en la familia no brilla más cuando los padres nunca pecan. Por lo menos no es así en las Escrituras. ¿Has leído de David, de Salomón, de Sansón, de Pedro o de Pablo? Todos ellos, nuestros héroes bíblicos, tienen vergonzosos episodios de pecado en sus vidas. Y sin embargo, la razón por la que Dios los dejó en las Escrituras, es para que veamos que el evangelio brilla más cuando el pecado ahoga más. El evangelio rescata a personas en necesidad de rescate y de restauración.

El evangelio en la familia no se modela con vidas perfectas. El evangelio en la familia no brilla más cuando los padres nunca pecan. Por lo menos no es así en las Escrituras. ¿Has leído de David, de Salomón, de Sansón, de Pedro o de Pablo?

Así que como padre, cuando pelees en frente de tus hijos, o grites, o peques de alguna u otra manera, lejos de sentir que no tienes autoridad moral para enseñarles, ¡muéstrales que el evangelio transforma a través de un genuino arrepentimiento! ¡Muéstrales la confesión de pecados! ¡Muéstrales un corazón contrito! ¡Que vean en la vida real el Salmo 51!

Esto no quiere decir que puedes vivir en pecado todo el tiempo. El verdadero arrepentimiento genera una verdadera transformación (Pr. 28:13). Pero esta transformación nunca ocurrirá si te apartas del evangelio cuando pecas. Nuestra tendencia es “no querer leer la Biblia” cuando pecamos porque alegamos que nos sentimos hipócritas. Pero no debe ser así. La verdadera hipocresía es “enmascarar” nuestro pecado simulando que todo está bien. Cuando hemos caído, es urgente que Él nos levante.

Que Dios nos ayude a examinar nuestras vidas, nuestros horarios, nuestras semanas. Que nuestra prioridad sea el evangelio y que nuestros días lo demuestren. Que nuestras siguientes generaciones puedan decir que no solo nacieron en familias cristianas, sino que las familias también eran genuinamente cristianas. Siempre buscando el evangelio, siempre admirando al Dios del evangelio.


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