Dios es fiel y digno de confianza. Cuando todo se derrumba a tu alrededor, cuando no hay esperanza, cuando tu fe flaquea y la angustia te embarga, no hay lugar más seguro para estar que “al abrigo del Altísimo” (Sal. 91:1) o, en otras palabras: “bajo la sombra del Omnipotente” (Sal. 91:1). Como cristiano debes tener certeza de que en él estás seguro. No importa lo que esté sucediendo alrededor, debes poder decir a diario las siguientes palabras: “Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré” (Sal. 91:2). Dios no te manda a entender todo lo que te sucede. Tampoco te pide que trates de “sobrevivir” en tus propias fuerzas. Solo te pide confiar en él porque él es fiel. Si eres su hijo, tu vida está segura, tal como afirma el salmista: “debajo de sus alas estarás seguro” (Sal. 91:4b).
El impío teme por su vida, vive sin esperanza y no tiene de qué aferrarse. Algunos afirman lo contrario, creyendo que tienen control de su vida y que depende de sí mismos. Sin embargo, tarde o temprano el Señor derribará la falsa esperanza de muchos que se aferran a sus posesiones, a su posición, a su poder, a su influencia o a su astucia. El dinero y el poder, entre otras cosas, brindan esperanza momentánea. Lamentablemente, no será para siempre. Solo Dios brinda esperanza eterna. Sin él, el hombre es tal como Isaías advirtió al pueblo, “como suciedad, y todas [sus] justicias como trapo de inmundicia” (Is. 64:6).
Como cristiano muchas veces puedes verte tentado a vivir contrario a tu posición como hijo de Dios: en angustia y atribulado, como si no tuvieses esperanza. Aunque las pruebas son duras y la vida es difícil, Dios siempre está en control y tiene un propósito supremo para su gloria y tu bien. A diferencia del impío, tienes de quién aferrarte y en quién confiar: eres su hijo y estás seguro en sus manos.
Dios se reveló en el Antiguo Testamento como un Dios fiel, un Dios eterno, inmutable y todopoderoso que es, al mismo tiempo, cercano a su pueblo. Como el Dios fiel que es, es un Dios que se goza en salvar y en relacionarse con el ser humano. Por eso prometió lo siguiente a Abraham incondicionalmente: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:2-3). Dios no pidió nada a cambio a Abraham. Fue un pacto unilateral. Además, él hizo esta promesa —este pacto— cuando todo el panorama era más oscuro e improbable. Sin embargo, a pesar de la incredulidad e infidelidad de Abraham, la Escritura atestigua que “visitó Jehová a Sara, como había dicho, e hizo Jehová con Sara como había hablado. Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su vejez, en el tiempo que Dios le había dicho” (Gn. 21:1-2). Dios es un Dios fiel que no ha faltado nunca a su palabra y que cumplirá toda promesa incondicional, aun a pesar del pecado e infidelidad de sus hijos.
Dios se reveló en el Antiguo Testamento como un Dios fiel, un Dios eterno, inmutable y todopoderoso que es, al mismo tiempo, cercano a su pueblo.
Lo anterior debe darte mucho ánimo. Debe darte esperanza y confianza, especialmente cuando te enfrentes a desesperanza y tribulación en este mundo. El Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios que está a tu lado hoy (Heb. 13:8). Si eres su hijo, debes saber que, a pesar de tus múltiples faltas, el Señor es “fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Éx. 34:6). Nunca ha fallado ni faltado a su palabra, puesto que “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta” (Nm. 23:19a). No hay nada más glorioso que saber que Dios no se arrepentirá de haberte salvado, sino que “cumplirá su propósito en [ti]” (Sal. 138:8). Así como animó al pueblo de Israel, afirmando: “no te [dejaré], ni te [desampararé]” (Dt. 31:6), él te sostendrá hasta el final, porque ninguno de los suyos se va a perder de su mano (Jn. 10:28). Él es tu “Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones” (Dt. 7:9). Él Señor es “la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto” (Dt. 32:4). De la misma manera que “no faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel” (Jos. 21:45a; cp. Jos. 23:14), él cumplirá todo lo que ha prometido para ti.
El Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios que está a tu lado hoy (Heb. 13:8).
Dios también fue fiel en hacer un pacto incondicional con David, prometiendo que “[afirmaría] para siempre el trono” (2 S. 7:12-13; cp. 1 Cr. 17:11-12) de uno de su linaje. De la misma forma en que “ninguna palabra de todas sus promesas que expresó por Moisés su siervo, [faltó]” (1 R. 8:56), el Señor será fiel en cumplir lo prometido a su siervo David. Esto es así porque el Señor “hace memoria de su pacto perpetuamente, y de la palabra que él mandó para mil generaciones” (1 Cr. 16:15). Un día, ese niño que nació (Is. 9:6a) y cuyo nombre es “Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Is. 9:6b), reinará “sobre el trono de David y sobre su reino” (Is. 9:7). Daniel vio claramente en una visión el cumplimiento de esta promesa:
“Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos,naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” Dn. 7:13-14
El día llegará y el Mesías “será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre” (Zac. 14:9). Él será fiel en cumplir su palabra, su pacto, su promesa.
Además, el Señor es fiel aun cuando su pueblo es infiel. Él sacó a Israel de Egipto “por amor de su nombre, para hacer notorio su poder” (Sal. 106:8). Pero, como el Salmo 106 atestigua, el pueblo constantemente fracasó en ser fiel a Dios. Por eso, Dios los exhortó y disciplinó una y otra vez (Neh. 9:28- 30a) hasta que fueron entregados al cautiverio (Jer. 52:12-16; cp. Neh. 9:30b), tal como había sido profetizado (Jer. 25:8-11). Merecían la disciplina del Señor y habría sido entendible si perdían toda oportunidad futura. Sin embargo, incluso entonces, el Señor muestra su fidelidad: “Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar” (Jer. 29:10). Por eso Jeremías declaró de la siguiente manera con la certeza de conocer a un Dios fiel: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lm. 3:22-23). Él no olvidaría sus promesas y pactos para con su pueblo. El Señor, “por [sus] muchas misericordias no los [consumió], ni los [desamparó]; porque [es] Dios clemente y misericordioso” (Neh. 9:31).
El Dios de Israel demostró una vez más que “[su] reino es reino de todos los siglos, y [su] señorío en todas las generaciones” (Sal. 145:13). No olvidó ni rechazó a su pueblo. No sería para siempre, sino que fue “hasta que los setenta años fueron cumplidos” (2 Cr. 36:21). Sabiendo lo que Dios había hablado, Daniel pidió al Señor que cumpliera su palabra (Dn. 9:2-3). Entonces,
“para que se cumpliese la palabra de Jehová…, despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito por todo su reino, diciendo: …Jehová el Dios de los cielos… me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén…. Quien haya entre vosotros de su pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén que está en Judá, y edifique la casa a Jehová Dios de Israel…” (Esd. 1:1-3)
Tal como había profetizado Habacuc: “Aunque la visión tardará aún por untiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará” (Hab. 2:3), el Señor sería fiel. El regreso había iniciado. Dios no los había desechado, ni se había olvidado de ellos. El Señor fue fiel en cumplir su palabra.
Ante esta evidencia incontrovertible, no te debe quedar duda que el Señor es un Dios fiel, que guarda su pacto y que cumple su palabra. El Antiguo Testamento está repleto de la fidelidad de Dios. Esta fidelidad revelada debe animarte a confiar cada uno de los días de tu vida. No mires las circunstancias, no mires hacia atrás. Mira a Dios, su carácter y su obra, y confía en él y su verdad. Él nunca te abandonará ni cambiará sus planes. Si eres suyo, no te desechará. El hecho que no haya desechado a Israel y que siga habiendo esperanza para un remanente (Ro. 11) debe ser motivo de gozo para el cristiano de hoy en día. Dios no te dejará por otro pueblo, ni te hará a un lado. Las promesas que te ha hecho son verdad y así como ha cumplido todo lo que ha prometido, él cumplirá todo lo que queda por cumplirse. Debes tener confianza en tu Dios que es “Dios grande, fuerte, temible, que [guarda] el pacto y la misericordia” (Neh. 9:32).
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¡Espéralo muy pronto!
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