Porque muchos andan como les he dicho muchas veces… que son enemigos de la cruz de Cristo, cuyo fin es perdición, cuyo dios es su apetito y cuya gloria está en su vergüenza, los cuales piensan solo en las cosas terrenales.  Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a Él mismo (Filipenses 3:18-21).

El cambio requiere trabajo, como así también entrega. Pablo dice: “ocúpense en su salvación con temor y temblor”; los filipenses tenían la responsabilidad de luchar por su fe (Filipenses 2:12). No obstante, agrega: “Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención” (v. 13). En la Escritura, se nos llama a trabajar porque Dios trabaja en nosotros. En la batalla de un cristiano contra los hábitos adictivos, tendrá que trabajar y al mismo tiempo entregárselo a Dios.

Esta dualidad es importante. Si no luchas contra el pecado, nunca cambiarás. Fracasarás en seguir a Jesús. Sin embargo, si piensas que todo tu esfuerzo es lo que produce el cambio, serás arrastrado hacia la autodependencia y la arrogancia.

En Filipenses 3, Pablo advierte que no debemos descuidar la primera parte de esta ecuación: nuestra responsabilidad. Los versículos 18 y 19 constituyen la advertencia. Hay algunos de los que Pablo dice que “son enemigos de la cruz de Cristo”. Su estilo de vida niega o distorsiona el evangelio de Jesús. Su “dios es el vientre”; están gobernados por sus deseos. Su “gloria está en su vergüenza”; se deleitan en la inmoralidad. Centran su mente “en las cosas terrenales”; están consumidos por pensamientos impíos. Su fin es la destrucción. Esta es una advertencia para todos: si no haces que tu meta sea seguir a Cristo, serás un enemigo de la cruz. Pablo nos advierte que busquemos esforzadamente la piedad. 

Si toda nuestra esperanza dependiera de nuestra fidelidad, tendríamos pocas razones para esperar buenos resultados.

No obstante, el apóstol también nos tranquiliza. Si toda nuestra esperanza dependiera de nuestra fidelidad, tendríamos pocas razones para esperar buenos resultados. Somos frágiles e inconstantes. Pablo nos alienta de este modo en los versículos 20-21: Cristo te transformará.

Mientras que estos “enemigos” tienen su mente enfocada en las cosas terrenales, los creyentes tienen una “ciudadanía… en los cielos, de donde también esperamos al Salvador”. Tenemos pleno motivo de albergar esperanza, porque este Salvador viene. Jesucristo transformará nuestra debilidad, fragilidad, volubilidad e inconstancia. “El poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” es el mismo poder que obra en nosotros.

Trabajamos arduamente en nuestra adicción porque, en definitiva, Dios nos cambiará.

Podemos confiar en este Salvador porque hace en nosotros “lo que es agradable delante de él” (ver Hebreos 13:21). Tenemos la promesa de que “el que comenzó en [ti] la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Esta es una garantía inamovible. Trabajamos arduamente contra nuestra adicción porque, en definitiva, Dios nos cambiará.

Dios te llama a la acción; no hay pasividad en la vida cristiana. De todos modos, tienes esta confianza: ¡el Señor Jesucristo te transformará! Su obra es la garantía firme de tu esperanza; tu trabajo es la respuesta de confianza.


Este artículo es un extracto del libro Adicciones: Rompiendo con hábitos esclavizantes. Publicado por Editorial EBI.

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