Juan 1:18 describe a Dios Hijo estando eternamente en el seno del Padre. Uno nunca lo hubiera imaginado, pero Jesús declara que su deseo es que los creyentes también puedan estar con él allí (Juan 17:24).

En verdad, para eso fue que el Padre le envió, para que los que le hemos rechazado seamos traídos de vuelta —y traídos de vuelta no solo como simples criaturas, sino como hijos, para disfrutar del abundante amor que el Hijo siempre ha conocido.

En cierta ocasión J. I. Packer escribió: “Si queremos juzgar en qué medida alguien comprende el cristianismo procuramos establecer qué es lo que piensa acerca del concepto de que es hijo de Dios y de que tiene a Dios como Padre. Si no es este el pensamiento que impulsa y rige su adoración, sus oraciones y toda su percepción de la vida, significa que no entiende nada bien lo que es el cristianismo”.

…cuando una persona llama “Padre” al Altísimo, con confianza y de manera deliberada, eso muestra que ha captado algo hermoso y fundamental acerca de quién es Dios y hacia dónde lo conduce esa salvación.

Ciertamente, porque cuando una persona llama “Padre” al Altísimo, con confianza y de manera deliberada, eso muestra que ha captado algo hermoso y fundamental acerca de quién es Dios y hacia dónde lo conduce esa salvación. ¡Y esto hace que él conquiste grandemente nuestros corazones! Porque el hecho de que Dios Padre esté feliz e incluso se deleite en compartir su amor por su Hijo y así ser conocido como nuestro Padre, revela cuán insondable y lleno de gracia él es. Y realmente es con un deleite afable que él nos da ese privilegio. Cuando alguien viene a la fe, los cristianos a menudo sonríen y dicen (en alusión a Lucas 15:10) que los ángeles se regocijan en el cielo. Pero lo que Lucas 15:10 realmente dice es que hay gozo en el cielo delante de los ángeles de Dios por cada pecador que se arrepiente. ¿Quién está delante de los ángeles en el cielo? Dios. Es Dios en primer lugar y más que nadie quién se regocija en derramar su amor sobre quienes lo han rechazado.

Conocer a Dios como nuestro Padre no solamente alegra maravillosamente nuestra perspectiva de él, sino que también nos da el gozo y consuelo más profundos

Conocer a Dios como nuestro Padre no solamente alegra maravillosamente nuestra perspectiva de él, sino que también nos da el gozo y consuelo más profundos. El honor que brinda es asombroso. Ser el hijo de un pudiente rey es algo agradable, pero no hay palabras para describir ser el amado del emperador del universo. Francamente, la salvación de este Dios es mejor incluso que el perdón, y ciertamente más segura. Otros dioses puede que ofrezcan perdón, pero este Dios nos recibe y nosabraza como a sus hijos, para nunca abandonarnos. (Porque los hijos nunca dejan de ser hijos por portarse mal). Porque la relación que nos ofrece no es la del tipo “me quiere, no me quiere… me quiere, no me quiere…” en la que tengo que tratar de mantenerme bien con él, portándome de manera impecable. No, pues “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12) —y lo hizo con la certeza de que pudiéramos disfrutar su amor para siempre.

Pensemos tan solo en quién es el Hijo: él es el eterno y absolutamente amado de su Padre; el padre no cambiaría para nada ni tampoco renunciaría al amor por su Hijo —y el Hijo vino a compartir eso, tal y como quería su Padre. Porque Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos (Hebreos 2:11), el Padre no se avergüenza de que lo conozcan como nuestro Padre (Hebreos 11:16). Nada nos podría dar más confianza y deleite al acercarnos al trono de gracia celestial. “Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos” (1 Juan 3:1, LBLA).

La Diferencia entre un Padre y un Tirano

Imaginemos ahora a un Dios que no sea Padre, Hijo y Espíritu: nunca, ni en sus más remotos sueños, podría él diseñar una salvación como esta. Si Dios no fuera Padre, nunca podría darnos el derecho de ser sus hijos. Si él no disfrutara de la comunión eterna con el Hijo, entonces nos tendríamos que preguntar si él se atrevería a compartir algo de comunión con nosotros, o si sabría qué cosa es comunión. Si, por ejemplo, el Hijo fuera una criatura y no hubiera estado eternamente en el “seno del Padre”, conociéndole y siendo amado por él, ¿qué tipo de relación con el Padre pudiera él compartir con nosotros? Si el Hijo mismo nunca hubiese estado cercano al Padre, ¿cómo podría acercarnos a él? 

Si Dios fuera una sola persona, la salvación se vería completamente diferente. Puede que él permitiera que viviéramos bajo su gobierno y protección, pero a una distancia infinita, acercándonos, quizás, por me­dio de intermediarios. Él pudiera incluso ofrecer perdón, pero no ofrecería cercanía. Y, debido a que por definición él no sería eternamente amo­roso, ¿trataría él mismo el precio del pecado y ofrecería ese perdón gratui­tamente? Lo más probable es que no. Asalariados distantes seríamos, que nunca escucharíamos las hermosísimas palabras del Hijo a su Padre: “los has amado a ellos tal como me has amado a mí” (NVI). 

Dios se acerca a nosotros él mismo, el Padre regocijándose en compartir su amor por su hijo, enviándole para que en él pudiéramos ser traídos de vuelta al seno del Padre, en donde por el Espíritu le llamaría­mos “Abba”.

Pero este Dios se acerca a nosotros él mismo, el Padre regocijándose en compartir su amor por su hijo, enviándole para que en él pudiéramos ser traídos de vuelta al seno del Padre, en donde por el Espíritu le llamaría­mos “Abba”. 


Este artículo es un extracto del libro Deleitándose en la Trinidad, publicado por Editorial EBI.

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