La etapa de la paternidad es única y continua. Está llena de desafíos, alegrías y dificultades, pero también tiene un gran potencial para el crecimiento espiritual. Jesús exige de nosotros muchas de las cosas que la correcta paternidad también nos exige. La paternidad puede ser un catalizador para nuestro cristianismo, ya que implica una mortificación del ego, un aspecto clave de seguir a Cristo. Jesús mismo dijo: “Si alguien quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9:23).

La experiencia de ser padres nos brinda diversas oportunidades para avanzar en nuestra vida espiritual. A través de la paternidad, nos volvemos más conscientes de nuestras debilidades y pecados, pero también podemos notar los avances que hacemos en nuestra conformidad con Jesús. Ser padres nos permite evaluar de manera tangible nuestra madurez espiritual y, si somos sabios, podemos aprovechar esta etapa para crecer en piedad. Al adentrarnos en la paternidad, podemos identificar nuestras áreas de vulnerabilidad e inmadurez, así como aquellos aspectos de nuestra vida espiritual que ya han madurado. Esto nos motiva a acercarnos más a Dios y a expresar gratitud por su obra en nosotros. En resumen, la paternidad nos brinda un indicador de nuestra verdadera condición en términos de madurez cristiana.

«A través de la paternidad, nos volvemos más conscientes de nuestras debilidades y pecados, pero también podemos notar los avances que hacemos en nuestra conformidad con Jesús»

Algunos aspectos de nuestra paternidad que se conjugan con el cristianismo:

Amar

En el cristianismo, el amor es definido en varios pasajes. Nuestra mente relaciona rápidamente la definición de amor con 1 Corintios 13, el cual es un capítulo muy especial al respecto. Además, Jesús dice en Juan 15:13: “Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos“. Dar la vida por otros no solo implica morir por ellos, sino también vivir para beneficiarlos. Este tipo de autosacrificio es un rasgo característico del cristianismo. En la paternidad, una y otra vez entregamos nuestra vida por nuestros hijos. Sacrificamos horas de sueño, experimentamos dolores de espalda, trabajamos para proveer sus necesidades y buscamos constantemente su bienestar. Sin importar la hora, si nuestra vida espiritual es madura, estaremos listos para amar a nuestros hijos de manera práctica y sacrificada, viviendo una paternidad saludable. Por el contrario, la falta de amor sacrificial es un indicador claro de la necesidad de crecer espiritualmente.

«Dar la vida por otros no solo implica morir por ellos, sino también vivir para beneficiarlos. Este tipo de autosacrificio es un rasgo característico del cristianismo»

Ser humildes

Dentro del concepto de humildad, la Biblia presenta un factor clave: considerar al otro como más importante que uno mismo. A esto, Dios, a través del apóstol Pablo, añade algo importante en Filipenses 2:3-4: “No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás“. Esta es la conducta exigida por Jesús en la iglesia. En una paternidad saludable, la “primera iglesia” es el hogar, y, de alguna manera, debemos tratar a nuestros hijos como si fueran más importantes que nosotros. Esto no significa que sean realmente más importantes (todos somos igualmente valiosos ante Dios), pero constantemente debemos velar por el bien de nuestros hijos, poniéndolos como prioridad y sirviéndoles como si fuesen más importantes que nosotros. Claro está, esto puede ser malinterpretado al punto de utilizar la paternidad como una excusa para no tomar otros compromisos cristianos, pero ese no es el punto. Muchas veces, para tener una paternidad saludable, debemos posponer nuestros deseos y cancelar nuestros planes para dedicarnos a nuestros hijos, y eso es un acto de humildad al considerarlos como más importantes que nosotros.

Tener fe

La paternidad se ve afectada por diversas corrientes filosóficas que a menudo difieren de la instrucción divina de las Escrituras. Aunque muchas de estas corrientes pueden tener aspectos positivos y ser tentadoras, a menudo ocupan el lugar que solo le corresponde a lo que Dios establece como correcto. Algunos principios, como la disciplina de nuestros hijos, pueden ser reemplazados por ideas diferentes. En lugar de confiar en que los caminos de Dios son perfectos (Sal 19:7-10) y que seguirlos trae bendición (Sal 19:11), podemos pensar que nuestras ideas humanas son mejores, dejando de lado lo que Dios nos indica. Detrás de esto se esconde nuestra falta de fe, ya que estamos considerando que Dios no es tan confiable como para obedecerle. La desobediencia puede ser una señal de falta de fe, y la falta de fe puede ser fruto de la soberbia. Es importante reconocer nuestra necesidad de crecer espiritualmente, confiar en Dios y seguir lo que Él ha dicho, considerando que sus caminos son perfectos y superiores a los nuestros. Nuestra obediencia a la Biblia en la crianza de nuestros hijos será una expresión de fe en Dios y de humildad frente a su Palabra. Además, obedecer los mandamientos de Dios nos permite edificar nuestra vida en un fundamento sólido (Mt 7:24-25).

«Nuestra obediencia a la Biblia en la crianza de nuestros hijos será una expresión de fe en Dios y de humildad frente a Su Palabra»

Ser conscientes de nuestra verdadera condición espiritual

El fruto del Espíritu Santo se desarrolla en aquellos que “andan en el Espíritu” (Ga 5:16-23). Si notamos que en nuestra paternidad falta el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre o el dominio propio, podemos verlo como una señal de que necesitamos una mayor intimidad con Dios. No debemos conformarnos con pensar “no tengo paciencia” u otras cosas similares, sino aprovechar esas señales para identificar nuestra necesidad de profundizar en nuestra vida espiritual. La experiencia de ser padres nos brinda herramientas para realizar una introspección profunda de nuestra vida espiritual, ya que nos da la oportunidad de hacer un buen autoanálisis. Todos estamos caídos y nuestra naturaleza instintiva nos lleva a las obras de la carne (Ga 5:19-21), pero a través de la redención, Dios nos llama a dejar atrás al “viejo hombre” (Ef 4:22) y crecer en nuestra nueva identidad, conforme a la semejanza de Dios (Ef 4:24, Col 3:10), cuyo carácter es perfecto. 

Conclusión

Nuestra paternidad puede ser un termómetro que nos indica nuestra situación espiritual. Es sabio aprovechar lo que se manifiesta en ella para hacer los cambios necesarios. No debemos olvidar que Dios se compromete a hacernos semejantes a Jesús (Ro 8:28-29) y dirige nuestras vidas según este propósito. Esto es tan profundo que incluso podemos considerar que nuestros hijos tienen el carácter que necesitamos para nuestro crecimiento espiritual en semejanza a Jesús. Podemos confiar plenamente en ello, y eso nos ayuda a enfrentar la vida de manera diferente, sabiendo que todo lo que nos sucede es una herramienta diseñada por Dios para que seamos más como Jesús. La clave en todo esto es tener siempre presente el Evangelio y recordar constantemente que Jesús establece un nuevo estándar de amor que debe ser expresado a través de nosotros: esta nueva medida y ejemplo de amor es el de Cristo.

“Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros”

(Jn 13:34).


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