Para muchas personas, es obvio que no podemos permitir que cualquier enseñanza sea tratada como “verdad”. Tenemos que evaluar toda enseñanza escudriñando las Escrituras.

Pero, al concluir que una enseñanza no es veraz, ¿cómo debemos proceder?

John Newton nos ayuda con este asunto en su carta “On Controversy” (Acerca de la controversia), dirigida a un amigo muy querido envuelto en una controversia doctrinal. En ella, él nos da muy buenos consejos que expongo aquí, los tres primeros de la siguiente lista, seguidos de un cuarto de mi autoría.

1. Considera a tu adversario

Cuando Newton usa la palabra “adversario”, no tiene un espíritu contencioso. Solo se refiere a la persona que enseña algo contrario a lo que uno cree que está en la Biblia. Newton nos llama a considerar el estado espiritual de la persona con la que hablamos.

Si consideras que él es un cristiano, nuestro trato debe ser acorde. Newton dice: “El Señor lo ama y tiene paciencia con él; por lo tanto no deberías tratarlo con desprecio ni injustamente”. Luego nos recuerda: “En poco tiempo lo encontrarás en el cielo; allí él te será más querido que cualquier amigo que tengas ahorita en la tierra. Anticipa ese tiempo en tus pensamientos, y aunque tengas que oponer sus ideas, míralo como un alma como tu, con quien estarás felizmente en Cristo para siempre”.

Por lo tanto, dale el beneficio de la duda. Haz buenas preguntas. Intenta entenderlo antes de refutarlo. Esto es tratarlo con la dignidad de ser un hermano en Cristo, no simplemente un objeto de crítica.

Trata a tu adversario con la dignidad de ser un hermano en Cristo, no simplemente un objeto de crítica.

Pero si consideras que la persona no es cristiana, Newton nos exhorta: “él es más un objeto de tu compasión que de tu ira”. Su punto central es que si no fuera por la misericordia de Dios en abrir nuestros ojos a la verdad del evangelio estaríamos igual. No hay porque ser prepotente. Todo lo que tenemos es por gracia. Míralo con ojos compasivos como Dios lo mira.

2. Considera al público

Otros están viendo nuestras interacciones con las creencias de otros cristianos. Entre este público habrá tres clases de personas: 1. Los que están de acuerdo con nuestro adversario. 2. Los que no han determinado lo que creen. 3. Los que están de acuerdo contigo.

Cuando se trata de los que están de acuerdo con el adversario, los tratamos igual como mencionamos en el primer punto. Pero, cuando se trata de los que no han determinado lo que creen, debemos tener mucho cuidado. Este es el grupo que ambos buscan persuadir.

Algunos están perdidos en enseñanzas falsas, otros han seguido por ingenuidad lo que se les ha enseñado, y aún otros por ignorancia no han hecho la tarea ardua de buscar y estudiar la enseñanza correcta. En todos los casos, nuestro tono es igual de importante que el contenido de nuestro argumento. Newton dice que ellos conocen las cualidades que debe tener un seguidor de Cristo: humildad, mansedumbre, y amor.

En todos los casos, nuestro tono es igual de importante que el contenido de nuestro argumento.

Para citar a Newton: “El lema escritural: ‘la ira del hombre no obra la justicia de Dios’ se verifica en la observación cotidiana. Si nuestro celo se amarga con manifestaciones de enojo, vituperio, o desdén, podemos pensar que estamos obrando en servicio a la verdad, cuando en realidad le estamos trayendo descrédito.”

Él nos recuerda que “la auto-justicia se puede alimentar tanto por obras como por doctrinas”. Osea, tu puedes erradamente creer que Dios te ama más que alguien por tu doctrina, igual que por tus obras. Ambas son falsas.

Tu puedes erradamente creer que Dios te ama más que alguien por tu doctrina, igual que por tus obras. Ambas son falsas.

El último grupo no requiere mención, ya que está de acuerdo con nosotros. Solo debemos cuidar nuestro tono para asegurar que ellos también entienden que el corazón con el cual juzgamos la doctrina de alguien más importa igual que el contenido que estamos defendiendo.

3. Considérate a ti mismo

Mi recomendación sería empezar con este paso. Newton lo incluye como tercero. Él quiere recordarnos que juzgar la doctrina de otros es algo peligroso para nuestro corazón. Nos advierte sobre riesgo de “crecer en un sentimiento de nuestra propia importancia, o beber de un espíritu de enojo, o quitar nuestra atención de las cosas que le dan vida a nuestra fe y poner nuestro esfuerzo en asuntos de segunda importancia.”

Juzgar la doctrina de otros es algo peligroso para nuestro corazón.

Nuestra labor es embellecer y proteger el mensaje del evangelio. Caer en la trampa de criticar por egoísmo o vanagloria resultará en exponer tu propio corazón pecaminoso más que exponer las doctrinas erradas de otros.

Dudo que la mayoría de nosotros tenga la madurez y el dominio propio para juzgar la doctrina de alguien más. Nuestro propio corazón seguirá en pecado, mientras nos creemos superiores por tener una ortodoxia “más pura”.

Dudo que la mayoría de nosotros tenga la madurez y el dominio propio para juzgar la doctrina de alguien más.

4. Considera juzgar en privado

En la mayoría de los casos, no es necesario tener estas conversaciones en público. En la medida que puedas, acércate a la persona para intentar primero entender lo que está diciendo, y luego poder hablar maduramente acerca de lo que dice las Escrituras.  

En privado, directamente con ellos, se puede entablar una verdadera relación que es duradera por mucho tiempo. Cuando simplemente criticamos en público en muchos casos traemos vergüenza al evangelio. Esto es aún más cierto en la época de las redes sociales, donde todos consideran que tienen una opinión válida para compartir.

Cuando simplemente criticamos en público en muchos casos traemos vergüenza al evangelio.

Para concluir, es importante no sacrificar el ser como Cristo con el fin de defender el mensaje de Cristo. Cuando dejamos de ser como Él, no importa cuánto defendamos su mensaje, nuestro esfuerzo es irrelevante.

Este artículo fue publicado originalmente en el Blog de Justin Burkholder.


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