¿Has escuchado el adagio “Con los niños no”? Hace referencia a que los adultos no deberían tratar a los niños como si fueran adultos, ni faltarles al respeto, ridiculizarlos o abusarlos en ningún sentido.Ha sido tan bien aceptado, que incluso algunos gobernantes y organizaciones lo han usado para hacer campañas para concientizar a la población del cuidado que debemos tener como sociedad por los niños.
Sí, estamos de acuerdo con que los niños y niñas deben ser respetados, salvaguardados de cualquier peligro que pudiera estar amenazando su integridad o incluso, su vida. Sin embargo, de unos años a la fecha, se ha dado mayor difusión al cuidado de las niñas que de los niños; quizá infieren que las niñas son más vulnerables que los niños, pero no es eso lo que muestra la realidad.
Los niños son tan vulnerables como las niñas. Los niños también son golpeados, lastimados, ignorados por sus padres, abusados sexualmente y forzados a trabajos duros en algunas regiones; y, en muchos casos, ellos guardan silencio más que las niñas por vergüenza, por miedo o porque hablar de lo que les sucede implicaría que son cobardes y eso lo traducen a ser menos hombres.
Así que, siendo madre de tres varones, estando casada con un varón y siendo hermana y amiga de hombres que han sido transformados por la Palabra de Dios, quiero escribir acerca del porqué creo que, como sociedad, como mujeres y madres de familia, necesitamos estar pendientes de los niños tanto como lo estamos de las niñas.
Los niños nos rodean
¿Te has percatado de la cantidad de niños que hay a tu alrededor? En el lugar donde vivimos hay más niños que niñas; es sencillo darse cuenta porque hay demasiado ruido en las calles.
Niños corriendo, en patinetas, montando sus bicicletas y persiguiéndose unos a otros empuñando espadas de plástico. Demasiado ruido, gritos; y al fondo del jardín unas cuantas niñitas jugando tranquilamente con sus muñecas, inmersas en su propio tiempo y espacio, como si estuvieran ausentes del mundo ruidoso que las rodea. No podemos cegarnos a la realidad de que hay muchos niños, tampoco perder de vista que esos mismos niños escandalosos, en un futuro, serán los esposos de las niñitas tiernas que juegan en silencio.
Tristemente, esos niñitos vienen a nuestra memoria solo en esas ocasiones cuando los regañamos porque están ensuciando la cochera de nuestra casa y porque al salir patinando nos rompieron algunas plantas; y mira, con esto no quiero decir que no debamos corregir a los niños o cuidar lo que hay en nuestros hogares, sino que, quizá nos estamos enfocando en lo que no debiera ser un tema que nos quite el sueño y estamos ignorando lo que sí es de verdad importante.
Quizá nos estamos centrando demasiado en la conducta externa y nos estamos perdiendo de la maravillosa oportunidad de llegar a su corazón, de conocer qué es lo que está llenándolos y dirigiendo sus caminos; no hablo solo de nuestros hijos, sino de todos esos niños que nos rodean. Entiendo que nuestra responsabilidad primaria son los niños que Dios nos ha dado, sin embargo, podemos ser de influencia a otras mujeres que también están criando niños, si tan solo observamos cómo sus hijos se comportan.
Paul Tripp en su libro: Cómo Pastorear el Corazón de tu Hijo dice:1
Muchas veces los padres se distraen con la conducta, y es fácil entender por qué: lo que les advierte de la necesidad de disciplinar a sus hijos es la conducta. La mala conducta irrita, llama la atención y se convierte en su enfoque. Por tanto, como padre, tú crees que has corregido a tu hijo cuando él ha cambiado una conducta inaceptable por una conducta que apruebas y aprecias. Te preguntarás entonces: “¿Cuál es el problema?”. El problema es este: las necesidades de tu hijo son más profundas que su conducta desagradable. Recuerda, su comportamiento no surge sin causa. Su conducta —las cosas que dice y hace— refleja su corazón. Si en verdad le vas a ayudar, debes estar preocupado con las actitudes del corazón que dominan su conducta. Un cambio en la conducta que no proviene de un cambio en el corazón no es recomendable; es condenable.
En mi libro El azul es para los niños, aprenderemos un poco más acerca de cómo llegar al corazón de nuestros hijos, también podremos ayudar a otras mujeres a guiar a sus hijos de manera bíblica. Estamos rodeadas de niños, ¡qué bendición! Aunque, debo decir que no siempre pensé así; recuerdo cuando era más joven y soltera, los niños realmente me desesperaban, los quería lejos de mí mientras disfrutaba de mí tiempo y de mí misma.
Me explico, siempre he disfrutado de la soledad, me encanta el silencio, degustar un buen café a la luz tenue del sol, escuchar el viento sin pensar en nada más. Todo eso para mí era un paraíso en la tierra que terminaba cuando cualquier niño, conocido o no, se acercaba. Te lo aseguro, eran expertos para traerme del cielo a la tierra en un segundo con un grito ensordecedor.
¡¿Por qué?! ¡¿Dónde está la madre desconsiderada de este niño fastidioso?! Sí, esa era mi expresión que, por cierto, en muchas ocasiones era en voz alta y no en mi mente como había pensado.
¡¿Por qué no cuidan a sus niños?! Preguntaba a la mamá, quien corría atrás del pequeñín ruidoso y lo tomaba entre sus brazos para decirle que eso no estaba bien, que se disculpara con la señora….
Abramos los ojos, miremos nuestro entorno y veremos conasombro cuántos niños están creciendo siendo influenciados por lo mismo que está influenciando a los nuestros; aunque con la diferencia de que muchos de ellos, quizá la mayoría, no tienen buenos modelos a seguir, no hay quien los esté guiando a vivir de acuerdo con los principios bíblicos y sí con lo que grita a gran voz la cultura que impera. Una cultura que, como vimos al inicio, está buscando deconstruir la masculinidad desde una edad muy temprana; una masculinidad que pareciera ser un peligro no solo para las mujeres, sino para toda la sociedad.
No permitamos que las ideologías que se están haciendo fuertes con el paso de los días traten de guiar a nuestros hijos hacia el cumplimiento de sus planes; no permitamos que Satanás robe el alma de nuestros hijos. No nos crucemos de brazos viendo cómo la sociedad va rumbo al precipicio con el pie puesto en el acelerador y busca sentar a nuestros niños en el asiento trasero, sin que ellos se percaten de lo que sucede adelante.
Es posible que ninguno de nosotros pueda detener ese plan que viaja a gran velocidad, quizá nos toque ver cómo caen al precipicio los valores cristianos en la sociedad, pero eso no quiere decir que no podamos hacer algo. No detendremos un gigante que crece con el paso de los años, pero sí podemos evitar que nuestros hijos sean llevados por este horrible programa, aunque para eso es necesario que tengamos en cuenta que nuestros niños no son adultos pequeños, sino niños.
¡Niños que deben ser cuidados!
1 Tedd Tripp. Cómo Pastorear el Corazón de tu Hijo (Medellín: Poiema, 2016), 4.
Este artículo es un extracto del libro El azul es para los niños, publicado por Editorial EBI.
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