“Y cuando Jehová les levantaba jueces, Jehová estaba con el juez, y los libraba de mano de los enemigos todo el tiempo de aquel juez; porque Jehová era movido a misericordia por sus gemidos a causa de los que los oprimían y afligían. Mas acontecía que al morir el juez, ellos volvían atrás, y se corrompían más que sus padres, siguiendo a dioses ajenos para servirles, e inclinándose delante de ellos; y no se apartaban de sus obras, ni de su obstinado camino” (Jue. 2:18-19).
Todo parecía marchar bien para Israel. Ya había terminado el peregrinar en el desierto y estaban empezando a poseer la tierra prometida. El Señor estaba con ellos y les daba la victoria en sus batallas, de manera que el líder Josué podía decirle a todo el pueblo “…que no [había] faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová [su] Dios había dicho de [ellos]; todas [les habían] acontecido, no [había] faltado ninguna de ellas” (Jos. 23:14). Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar cuando Josué murió.
La maldad del hombre
Lo que pasó luego nos recuerda cuán profunda es la realidad del pecado en el corazón del hombre —pues por sí mismo no es mejor que los israelitas en días de los jueces—, y al mismo tiempo muestra cuán abundante es la fidelidad de Dios. La nación se apartó de Dios y llegó a un punto en el que se inclinó a otros dioses. Empezó a vivir como las otras naciones en vez de vivir para la gloria del Señor. Por lo tanto, Dios trajo juicio tal como prometió: “Y se encendió contra Israel el furor de Jehová, el cual los entregó en manos de robadores que los despojaron, y los vendió en mano de sus enemigos de alrededor; y no pudieron ya hacer frente a sus enemigos” (Jue. 2:14). ¿Qué hizo el pueblo de Israel entonces? Lo que tú y yo seguramente hemos hecho más de una vez, aunque no nos gustaría admitirlo: clamar al Señor para que nos libre de nuestras circunstancias adversas, no porque ahora amemos más al Señor, sino porque odiamos nuestras condiciones.
A pesar de eso, Dios fue paciente y bondadoso. Él levantó jueces en Israel que trajeron alivio a la aflicción del pueblo, dándoles victoria y períodos de libertad de la opresión enemiga. El pueblo, en respuesta, debía cambiar su forma de conducirse. Debía volver a Dios de todo corazón, con sinceridad. Jueces 2:18-19 es evidencia de que el pueblo no se volvía hacia Dios. En cambio, perseveraba en su maldad. Todo el libro de Jueces es una espiral de descenso moral. A medida que avanza la historia, los jueces son cada vez más imperfectos e impíos, usados por Dios a pesar de ellos mismos y contra todo pronóstico, en medio de una situación de anarquía en la que todos en la nación hacían lo que bien les parecía (21:25). Todo esto sugería que no habría esperanza de cambio para el pueblo.
La fidelidad de Dios
Es precisamente en medio de tales circunstancias que brilla la fidelidad de Dios. ¿Por qué? Porque él no acabó por completo con Israel, como la nación bien merecía por su pecado, sino que les extendió misericordia. Y lo hizo una y otra vez. Lo hizo para avanzar su plan de redención en este mundo por medio del Salvador eterno que nacería de esta nación. La fidelidad de Dios permaneció a pesar del pecado de su pueblo. Por eso Jueces es un fiel recordatorio de cómo la gracia de Dios es más abundante de lo que cualquiera podría imaginar, y cómo sus propósitos siempre se cumplen, aunque por momentos él parezca ausente y todo luzca perdido a nuestro alrededor.
“Todo el libro de Jueces es una espiral de descenso moral… es precisamente en medio de tales circunstancias que brilla en la fidelidad de Dios”
¿Cómo puede esto llenarte de esperanza en tus días difíciles, cuando has pecado, o te sientes abrumado al ver que la maldad en este mundo parece reinar? Puedes descansar en que el Dios que fue fiel a sus propósitos durante uno de los períodos más trágicos de la vida de su pueblo es el mismo Dios que sigue fiel a su plan para tu vida hoy. Puedes estar seguro de eso porque él levantó para ti un juez perfecto, el Señor Jesucristo, quien vivió, murió y resucitó por ti. Él te perdona con su gracia abundante, te libra definitivamente de tus mayores enemigos, y además es capaz de hacer lo que ningún hombre pudo hacer en tiempos del Antiguo Testamento: cambiar tu corazón para que ahora puedas vivir una vida consagrada al Señor (cp. Jer. 31:31-34; Mt. 26:28).
El sufrimiento y la maldad en este mundo tienen sus días contados. Dios sigue siendo fiel a su propósito, como también lo fue en tiempos de los jueces.
El último versículo de Jueces no fue el final de la historia bíblica porque la cruz y tu salvación siempre estuvieron en el designio eterno de Dios para Israel y para ti. De igual forma, tus crisis y momentos difíciles presentes no son el final de la historia si has sido redimido por el Salvador, le amas y dependes de su gracia. Medita en esto a diario, pues necesitas recordarlo una y otra vez. Descansa en la fidelidad de Dios, gózate en su gracia y busca vivir en adoración a él (cp. 1 P. 1:16-19). Cuando todo a tu alrededor parezca ir de mal en peor, y te sientas hundido y abandonado por Dios, levanta los ojos: ¡Tienes un Salvador glorioso que es fiel a su promesa!
El sufrimiento y la maldad en este mundo tienen sus días contados. Dios sigue siendo fiel a su propósito, como también lo fue en tiempos de los jueces.
Este artículo es un extracto del libro En ti confiaré. Meditando en la fidelidad de Dios en el Antiguo Testamento. Publicado por Editorial EBI.
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