El que ama el dinero, no se saciará de dinero; 
y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. 
También esto es vanidad 
(Eclesiastés 5:10).

Cuando trabajaba en una compañía petrolera en un rico país de Medio Oriente, la mayoría de mis compañeros estadounidenses que vivían allí estaban haciendo mucho más dinero del que hubieran hecho en nuestra tierra. Al llegar, muchos de ellos decían: “Si tan solo pudiera quedar sin deudas, estaría contento”. Después de un año o dos, decían: “Si tan solo tuviera suficiente para comprar una casa, no necesitaríamos nada más”. Años más tarde, esas mismas personas decían: “Si solo pudiéramos ahorrar un par de miles de dólares, estaríamos seguros”.

Sin embargo, en muchos casos, sus esfuerzos para amasar riquezas demostraron ser en vano. Las parejas casadas soportaron largos períodos de separación física por reforzar sus finanzas familiares, y lo único que lograron fue que uno o ambos cónyuges cayeran en amoríos; lo cual resultó a menudo en un divorcio, con todos sus costos personales y financieros. En un caso, un hombre que había estado trabajando lejos de su familia durante cuatro años murió apenas unos días antes de lo que tenía planeado regresar a su casa y jubilarse. Uno de mis colegas mejor pago amasó una riqueza significativa, y luego perdió todo en un día de negociaciones en el mercado de valores.

Jesús declara: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lc. 12:15). Relata la parábola de un hombre rico cuya mayor preocupación era tener suficiente lugar en su granero para almacenar sus granos. Este hombre se dijo a sí mismo: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate” (Lc. 12:19). “Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lc. 12:20-21).

La Escritura advierte que la persona que dedica su vida a almacenar riquezas nunca estará satisfecha con lo que acumule (ver Ec. 5:10). Además, su riqueza puede serle una trampa que lo tiente a confiar en su dinero en lugar de en Dios. La persona sabia incluso ora para no volverse tan rico de modo que llegara a negar al Señor (ver Pr. 30:7-9).

Los individuos avaros suelen morir en una infeliz soledad. Algunos se abren literalmente paso hacia la muerte al descuidar a sus familias y no satisfacer su propia necesidad de descanso. Algunos acumulan tantas posesiones que sus casas carecen de suficiente espacio para tenerlas, así que, en lugar de construir graneros más grandes, rentan depósitos… de cuyo contenido suelen olvidarse.

Nada de esto está diciendo que es un error trabajar duro o ahorrar dinero. Lo que importa es tu corazón. ¿Eres como el joven rico, quien insensatamente colocó su seguridad suprema en su riqueza y no en el Señor? Una persona sabia puede trabajar arduamente y ahorrar para el futuro, a fin de poder cumplir con las responsabilidades que Dios le ha dado. Dicha persona no permite que su búsqueda de cosas materiales tenga prioridad a su amor a Dios y a los demás. Tampoco coloca su máxima confianza en lo que ha acumulado, porque le confía su seguridad futura el Señor.

Reflexiona: ¿Por qué las personas avaras nunca sienten que tienen suficiente?

Reflexiona: ¿Cómo puedes saber si tus esfuerzos en trabajar duro y ahorrar son avaros o piadosos?

Actúa: Dedica un tiempo para evaluar tus metas financieras personales. ¿Cuánto dinero se requeriría para que pensaras que tienes suficiente?


Dinero

Este artículo es un extracto del libro Dinero: buscando la sabiduría de Dios, publicado por Editorial EBI.


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