¿Por qué deberíamos estudiar la historia de la Iglesia? Para muchos cristianos, esta pregunta puede parecer secundaria frente a los desafíos del presente. Sin embargo, conocer el camino que ha recorrido el pueblo de Dios a lo largo de los siglos es vital para fortalecer nuestra fe, afirmar nuestras convicciones y entender mejor el propósito de Dios en la historia. En este primer artículo, me gustaría presentarte cinco razones fundamentales por las que creo que estudiar la historia de la Iglesia es esencial para todo creyente. En una próxima entrega, compartiré contigo las cinco razones restantes que completan este panorama. Mi deseo es que, al recorrer juntos estas verdades, puedas ver con mayor claridad la fidelidad de Dios a lo largo de los siglos y el privilegio que tenemos de formar parte de Su obra en la historia.

1 Porque la mayoría de los cristianos contemporáneos no saben mucho al respecto, pero deberían.

Lamentablemente, la mayoría de los evangélicos contemporáneos saben muy poco sobre la historia del cristianismo. Incluso en los círculos reformados la comprensión de la historia de la Iglesia a menudo se remonta solo a la Reforma. Pero la historia del evangelio se remonta a todo el Nuevo Testamento.

Si tu conocimiento de la historia de la Iglesia salta del apóstol Juan (en Patmos) a Martín Lutero (en Wittenberg), con muy poco o nada en el medio, deberías considerar llenar esos vacíos. Los mil quinientos años entre Pentecostés y la Reforma incluyen a muchas personas significativas, creyentes y líderes fieles, a quienes Dios utilizó de manera estratégica para avanzar en Sus propósitos del Reino.

¿Considera Dios que la historia es importante? Por supuesto que sí. Aunque no se trata de la historia de la Iglesia, Dios utilizó la historia de Israel para enseñarle verdades espirituales a lo largo del Antiguo Testamento (Dt. 6:21-25). En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo tuvo a bien inspirar un libro de historia de la Iglesia que comienza en el día de Pentecostés y se extiende hasta el primer encarcelamiento de Pablo en Roma.

Aunque el registro inspirado de la historia de la Iglesia termina con el libro de los Hechos, los cristianos son bendecidos en contar con recursos maravillosos que detallan la historia de la Iglesia desde el primer siglo hasta el presente. Aquellos que ignoran las profundas riquezas de su propia herencia espiritual no saben lo que se pierden, esto es, la oportunidad de ser desafiados, instruidos y alentados en la fe por aquellos que nos precedieron.

2 Porque Dios actúa en la historia.

De hecho, la historia es un testimonio de la soberana providencia de Dios.

Perdón por el cliché, pero realmente la historia es Su historia. Todo está funcionando de acuerdo con Sus planes, y Él está orquestando todo para Su gloria eterna (1 Co.15:20-28). Dios se declara el Señor de la historia (Is. 46:9-10).

Estudiar la historia de la Iglesia nos recuerda que nuestro Dios está en Su trono. Él reina. Él está cumpliendo perfectamente Sus propósitos y preservando providencialmente a Su pueblo y Su verdad en cada generación. No importa cuán inmoral o antagónica hacia Dios se vuelva la sociedad, ya sabemos cómo termina la historia. Qué consuelo hay en recordar que el Señor de la historia está trabajando todas las cosas para Su gloria y nuestro bien.

Una de las mayores lecciones teológicas que cualquier creyente puede aprender es descansar en la soberanía de Dios. Las Escrituras están llenas de ejemplos de hombres y mujeres que confiaron en Dios y actuaron sobre la base de su fe en Él (véase Hebreos 11). La historia de la Iglesia también está llena de ejemplos maravillosos de cristianos fieles cuyas vidas son testimonios del cuidado providencial de su Padre celestial.

3 Porque el Señor Jesús dijo que edificaría Su Iglesia.

Estudiar la historia de la Iglesia es ver cómo se desarrolla Su promesa.

En Mateo 16:15-18, leemos:

[Jesús] les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Y Jesús, respondiendo, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.

La Iglesia está establecida sobre la verdad del evangelio de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. La historia invencible de la Iglesia es la evidencia de que Él es realmente quien dijo ser.

La Iglesia es la única institución que Jesús estableció. Esa es una razón suficiente para estudiar su historia. Además, Su promesa (que las puertas del infierno nunca vencerán a la Iglesia) nos da una razón para confiar incluso cuando la Iglesia parece ser débil y enfermiza. La promesa de Cristo nos mantiene optimistas, porque nuestra esperanza está en Él y no en las cosas de este mundo.

Cuando estudiamos la historia de la Iglesia, recordamos aquellos tiempos en los que las puertas del infierno parecían abominables y amenazantes y, sin embargo, la Iglesia sobrevivió y prevaleció gracias al poder de Dios. Cuando cristianos valientes fueron perseguidos duramente hasta la muerte por causa de la verdad; o cuando el arrianismo amenazaba con invadir el Imperio romano y Atanasio se opuso, aparentemente solo, al mundo entero; o cuando el sistema sacramental de la iglesia tardomedieval amenazaba con eclipsar el evangelio de la gracia; o cuando la teología liberal se infiltró en las universidades de la sociedad occidental de los siglos XIX y XX.

Estos y otros innumerables ejemplos nos animan a afrontar los retos y persecuciones de hoy con la confianza de saber que pertenecemos a una causa que no puede fallar.

4 Porque la historia de la Iglesia es nuestra historia.

Como creyentes, somos miembros del cuerpo de Cristo y parte de la novia de Cristo.

Cuando estudiamos la historia de la Iglesia, no nos limitamos a estudiar personas, lugares y acontecimientos. Se trata de la historia de la esposa de Cristo. Si pertenecemos a Cristo, entonces nosotros también somos parte de esa novia (Ef. 5:25-27). 

Cuando estudiamos la historia de la Iglesia, llegamos a ver quiénes somos, de dónde venimos y cómo encajamos en el flujo de la obra del reino de Dios en el mundo. Estamos estudiando nuestro árbol genealógico espiritual. El propio Señor Jesús se preocupa profundamente por Su novia (Ap. 1–3), y nosotros también deberíamos hacerlo.

Así como tenemos hermanos y hermanas en todo el mundo, también tenemos hermanos y hermanas de generaciones pasadas que ahora están en el cielo regocijándose alrededor del trono de Cristo. El estudio de la historia de la Iglesia nos permite conocerlos, por así decirlo, al leer sus testimonios y aprender sobre sus vidas. También nos recuerda que algún día no muy lejano iremos a unirnos con ellos en la alabanza eterna, cuando veamos a nuestro Salvador cara a cara.

Estudiar la historia de la Iglesia nos recuerda que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos, que nuestras propias congregaciones locales e incluso que el siglo en el que vivimos. Formamos parte de la esposa de Cristo, y Su esposa está formada por todos los redimidos de cada generación.

5 Porque la sana doctrina ha sido guardada y transmitida fielmente por generaciones a lo largo de la historia.

En 2 Timoteo 2:2 Pablo le dijo a su hijo en la fe: Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros. Estudiar la historia de la Iglesia es conocer a las generaciones de cristianos que amaron la verdad bíblica y la transmitieron fielmente a los que vinieron después. Además, es alentador saber que las verdades que amamos han sido amadas de la misma manera por los creyentes desde la época de los apóstoles.

El estudio de la historia de la Iglesia nos recuerda que nos apoyamos en los hombros de los que nos precedieron. Los pasillos de la historia están llenos de relatos de aquellos que amaron la verdad y lucharon valientemente por preservarla. Por lo tanto, aunque reconocemos que la historia de la Iglesia no es autoritativa (solo la Escritura lo es), somos sabios al recoger la sabiduría de los líderes, teólogos y pastores de la iglesia del pasado. Sus credos, comentarios y sermones representan toda una vida de meditación en el texto bíblico y de caminar con Dios. No sería prudente ignorar sus voces y sus puntos de vista, ya que nosotros también tratamos de trazar correctamente la Palabra.

Además, cuando estudiamos la historia de la Iglesia, recordamos que vale la pena luchar (y morir) por algunas verdades. Recordamos que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos. Al igual que los que nos han precedido, nosotros también tenemos la responsabilidad de custodiar fielmente el tesoro de la verdad bíblica y la sana doctrina que se nos ha confiado, teniendo cuidado de transmitirlo a los que nos seguirán.

Puedes leer la segunda parte de este artículo aquí.

Este post es un extracto de libro Precursores de la fe, publicado por Editorial EBI.


Precursores de la fe

Cuando conocemos el legado de nuestra herencia cristiana, conectamos nuestras historias con las de los creyentes fieles que nos han precedido.

Aprenda cómo su fe se apoya en los hombros de gigantes como Atanasio, Agustín y Wycliffe. Más que un recurso didáctico, Precursores de la fe sirve de estímulo espiritual al recordar el legado de fidelidad de Dios a Su pueblo.


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