Si Dios es soberano, amoroso y misericordioso, ¿por qué parece indiferente ante la enfermedad de muchos? La Biblia tiene promesas como esta: “Él bendecirá tu pan y tu agua. Yo quitaré las enfermedades de en medio de ti” (Éx 23:25). Textos como estos nos hacen pensar que Dios quiere que seamos sanos, prósperos y felices.Lo anterior es verdad. Sin embargo, el problema es que los planes de Dios no se cumplen en nosotros de la manera en que pensamos. La sanidad, prosperidad y felicidad ya es una realidad presente y futura para los que están en Cristo. Permíteme explicarte a qué me refiero.
Dios no promete una vida sin enfermedades
En un mundo de apariencias se puede creer que una vida sin enfermedades es una vida mejor y, en cierto sentido, lo es. En algunos círculos cristianos se piensa que una vida saludable y próspera es evidencia de que Dios nos ama y está “feliz” con nosotros. Pero si, por el contrario, tenemos enfermedades, es porque “Dios nos está castigando por algún pecado oculto”. Afortunadamente, la relación de Dios con sus hijos no opera de esta forma.
Dios nunca ha prometido una vida sin enfermedades y problemas en este lado de la gloria. Textos como el que mencioné al inicio suelen sacarse de su contexto y así se tuerce el significado de las Escrituras. Hablaré de esto más adelante. Por ahora, quiero enfatizar que las Escrituras nunca prometen una vida sin problemas (Jn 16:33). En la Biblia leemos sobre las dificultades de José, la muerte de Raquel, la enfermedad mortal del hijo de David, los problemas que Jesús enfrentó, “el aguijón en la carne” de Pablo o la enfermedad de Timoteo. Todos ellos, y muchos más, nunca vieron la versión de salud, felicidad y prosperidad que algunos cristianos predican. Dios te promete su presencia en medio de tus enfermedades. Él camina contigo, te fortalece y te cuida. Sin embargo, no vemos que esos personajes mencionados hayan sido infelices seguidores de Dios, que estuvieran continuamente deprimidos por sus muchas pruebas o resentidos en contra de Dios por su supuesta “falta de amor” al dejarlos sufrir. Vivimos en un mundo caído, sucio y enfermo. Nuestros cuerpos sufren porque no resisten los ataques de las enfermedades. Ni con la tecnología más avanzada, el ser humano puede vencer todas las enfermedades permanentemente. Dios no promete una vida sin enfermedades. En lugar de eso, Él nos ha prometido algo muchísimo mejor.
Dios prometió su presencia en nuestras enfermedades
Es cierto que en las Escrituras vemos que no hay una promesa de salud perfecta en este lado de la eternidad, pero eso no quiere decir que estamos destinados a sufrir sin consuelo. Lo primero que debemos saber es que no estamos huérfanos, sino que tenemos un Padre que cuida de nosotros (Jn 14:8). “Él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que solo somos polvo” (Sal 103:14). Por eso confiamos en que Dios comprende y nos ayuda en nuestro dolor. Él ve cada lágrima derramada a causa de nuestras dificultades y enfermedades. Dios se compadece de nosotros y nos conforta en cada una de nuestras pruebas (2 Co 1:4). Pero su ayuda no solo se remonta a una acción externa, sino a una realidad interna.En cada una de nuestras enfermedades, Dios permanece con nosotros. Nos acompaña en nuestro dolor y, como un Padre amoroso, nos fortalece en los momentos de mayor debilidad. Las enfermedades podrían ser muy desalentadoras, pero a los cristianos nos acercan a la verdadera fuente del gozo, nos ayudan a depender más de Dios y estar más cerca de Él. Puede que consideremos que las enfermedades no sean “buenas” para nuestra salud física, pero pueden resultar en mucho provecho para nuestra salud espiritual (Ro 8:28). La vida plena en Cristo en la tierra no consiste en la ausencia de enfermedades físicas, sino en una vida sin la mayor afección de todas: la muerte espiritual
Santiago anima a los creyentes a que “tengan por sumo gozo cuando se hallen en diversas pruebas” (Stg 1:2). Para nosotros es difícil aceptar la llegada de enfermedades a nuestro cuerpo, pero nunca olvides que la presencia de Dios en tu vida llegó mucho antes que la enfermedad y su presencia en tu vida es infinitamente más que la enfermedad. Puede que la enfermedad derrumbe tu cuerpo, pero su Espíritu protegerá tu alma para siempre (2 Co 4:16).
Dios no promete una vida sin enfermedades. Él te promete algo mejor: su presencia en medio de tus enfermedades. Dios camina contigo, te abraza, te anima, te fortalece y te cuida más de lo que te puedas imaginar. Lee atentamente lo que Dios le dijo a Pablo cuando pasaba una tribulación que él llamó “aguijón en la carne”, y cómo el apóstol reacciona ante la promesa divina:
“‘Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad’. Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí. Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:9, 10).
Dios prometió la victoria final sobre la enfermedad
En Cristo, los creyentes tenemos sanidad, felicidad y prosperidad, pero no de la manera en que el mundo la entiende. El mundo imagina como una vida plena a aquella que está libre de problemas, llena de recursos materiales y de abundante salud. Pero Cristo declaró: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá” y “estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tienen tribulación; pero confíen, yo he vencido al mundo” (Jn 11:24; 16:33).
La vida eterna y plena en Cristo, en esta tierra, no consiste en la ausencia de enfermedades físicas, sino en una vida sin la mayor afección de todas: la muerte espiritual. Por la fe en Cristo tenemos vida en abundancia y por eso sabemos en qué consiste ser amados, rescatados y salvos. Pero también sabemos que nuestro cuerpo enfermo, decaído y en proceso de muerte, un día será plenamente renovado.
Ya sea porque Cristo venga o nosotros vayamos a su presencia, un día completamente sanos cantaremos “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?
Viene el día en que todos los creyentes resucitaremos para vida y nuestros cuerpos serán finalmente como el de Jesús: glorificado, incorruptible y perfecto (1 Ts 4:16; 1 Jn 3:2). Desde esa perspectiva, en Cristo ya tenemos la promesa segura de completa sanidad corporal. En las palabras de Pablo, “Esto mortal se vestirá de inmortalidad” (1 Co 15:53) y disfrutaremos de un cuerpo perfecto, sin dolor, diabetes, cáncer o ningún otro problema de salud.
Por ahora, seguimos recibiendo los crueles embates de las enfermedades, pero no por mucho tiempo más. Ya sea porque Cristo venga o nosotros vayamos a su presencia, un día completamente sanos cantaremos: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?” (1 Co 15:55).
Este artículo fue publicado originalmente en josueortiz.org
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