Como ciudadanos del pueblo de Dios, nuestro pensamiento debe ser modelado por Su Palabra, permitiendo que ésta transforme nuestro entendimiento (Romanos 12:2). Se nos ordena discernir qué es lo que agrada a nuestro Señor (Efesios 5:10), y sabemos que Dios demanda de Su pueblo que actúe con rectitud, ame la misericordia y camine humildemente ante Él (Miqueas 6:8). Una de las grandes expresiones de humildad es tener la actitud correcta frente a lo que Él ha revelado (Isaías 66:2), siendo moldeables y obedientes a Su voluntad. Esto es aplicable a todas las áreas de la vida.

A menudo caemos en errores al intentar aplicar un entendimiento rígido y excesivamente lógico de ciertas doctrinas.

A pesar de tener claridad sobre lo que Dios ha revelado y la obediencia que nos exige, a menudo caemos en errores al intentar aplicar un entendimiento rígido y excesivamente lógico de ciertas doctrinas. Esta actitud, reprochada por el apóstol Pablo a algunos gentiles (1 Corintios 1:22), puede llevarnos a dogmatismos que van más allá de lo revelado (1 Corintios 4:6), pecando al no reconocer los límites de nuestro razonamiento. Frecuentemente enfrentamos dificultades con los aspectos paradójicos de algunas doctrinas. Aunque a primera vista, una paradoja puede parecer una contradicción, en realidad, muchas veces se resuelve en niveles más profundos o complejos. Por ejemplo, la Biblia presenta claramente que Dios es soberano, y, al mismo tiempo, el hombre es responsable. La soberanía de Dios no anula la responsabilidad humana, y la responsabilidad del hombre nunca puede escapar de la esfera donde Dios ejerce Su perfecta soberanía. Esta paradoja se manifiesta en temas comunes de la fe cristiana, como la evangelización, la salvación y la oración, pero también afecta la relación de los cristianos con la política secular.

La soberanía de Dios no anula la responsabilidad humana, y la responsabilidad del hombre nunca puede escapar de la esfera donde Dios ejerce Su perfecta soberanía.

En esta paradoja, debemos ser cuidadosos de no caer en el fatalismo, una idea filosófica no bíblica que sugiere que nuestras acciones no tienen importancia porque todo está predeterminado. Esta creencia contradice la enseñanza bíblica que reafirma una y otra vez que la soberanía divina y la responsabilidad del hombre son dos realidades que no se anulan mutuamente, recordándonos que los caminos de Dios son más altos que los nuestros (Isaías 55:8-9). Este pensamiento fatalista también ha afectado nuestro entendimiento de la política. Nuestra mente corre el riesgo de enfatizar tanto la soberanía divina que lleguemos a negar nuestras responsabilidades, lo que nos podría llevar del fatalismo a lo que se le conoce como el ostracismo, que es tener una actitud de aislamiento y apartamiento de cualquier responsabilidad o función social. No obstante, ¿es el ostracismo político la actitud correcta para el cristiano? Sinceramente creo que está muy lejos de serlo. 

Por un lado, reconocemos la soberanía divina sobre los gobiernos de la tierra, como lo destaca el pasaje de Daniel 2:20-21: “Sea el nombre de Dios bendito por los siglos de los siglos, porque la sabiduría y el poder son de Él. Él es quien cambia los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes. Da sabiduría a los sabios, y conocimiento a los entendidos“. Este pasaje enfatiza la soberanía absoluta de Dios sobre todos los gobiernos y reinos del mundo. El profeta Daniel alaba a Dios por ser quien “quita reyes y pone reyes”, expresando que ningún gobernante asciende al poder sin el permiso divino. Esto nos recuerda que Dios controla el curso de la historia, estableciendo y removiendo líderes según Su voluntad. A pesar de las circunstancias políticas, la autoridad final pertenece a Dios, quien dirige los destinos de las naciones conforme a Su plan soberano.

Sin embargo, la Biblia también nos presenta pasajes que subrayan la responsabilidad humana en la elección de gobernantes. Oseas 8:1-4 nos muestra un claro ejemplo de cómo Israel, aunque proclamaba conocer a Dios, ignoró Su ley al elegir gobernantes según sus propios deseos, sin considerar la voluntad divina. Dios denuncia que los ciudadanos de Israel “han puesto reyes, pero no escogidos por Mí” (Oseas 8:4). Este pasaje destaca que el fracaso de Israel no fue solo un error político, sino una expresión de rebeldía espiritual. Al elegir gobernantes sin considerar la ley de Dios, el pueblo se apartó de Su protección y dirección. Así, aunque la soberanía de Dios sobre los gobiernos humanos es innegable, la Biblia también enseña que la responsabilidad humana en este ámbito es crucial. El ostracismo político no es una idea bíblica porque se aleja de lo que Dios pretende de nosotros.

Al elegir gobernantes sin considerar la ley de Dios, el pueblo se apartó de Su protección y dirección. Así, aunque la soberanía de Dios sobre los gobiernos humanos es innegable, la Biblia también enseña que la responsabilidad humana en este ámbito es crucial. El ostracismo político no es una idea bíblica porque se aleja de lo que Dios pretende de nosotros.

Como cristianos, tenemos responsabilidades políticas que no debemos ignorar. Abstenerse de analizar la realidad política o de elegir gobernantes sin examinarlos a la luz de las Escrituras es un error. Aunque todos los humanos estamos caídos, algunas ideologías expresan esta caída de manera más profunda que otras, lo que hace que ciertos políticos sean más afines o más contrarios a los principios de Dios. Cada movimiento político tiene bases filosóficas que debemos considerar. En este contexto, sería importante recordar que los protestantes representan una de las minorías más grandes en Latinoamérica. Ante la mala calidad de gobiernos seculares que tenemos, cabe preguntarnos si hemos caído en el ostracismo, en negligencia respecto a nuestras decisiones políticas, justificando nuestra indiferencia con un mal entendimiento de la soberanía divina.

La Biblia nos enseña que nuestras decisiones políticas, incluyendo la elección de líderes, deben estar alineadas con los principios y la sabiduría revelados por Dios. Aunque pueda existir tensión, la soberanía de Dios y la responsabilidad humana son verdades claras en las Escrituras. A pesar de que Dios permite que los pueblos elijan a sus líderes, Él también advierte sobre las consecuencias de hacerlo sin tener en cuenta sus principios. Es esencial que, como cristianos, permitamos que la Palabra de Dios guíe nuestras decisiones políticas, reconociendo tanto Su soberanía como nuestra responsabilidad. En Romanos 1, al igual que en Oseas 8, vemos que Dios, en Su soberana justicia, eventualmente entrega a las personas a las consecuencias de su propia necedad cuando insisten en ignorar Su verdad. Debemos asimilar que la rebelión contra los principios divinos, incluso en la esfera política, lleva a la ruina.

La Biblia nos enseña que nuestras decisiones políticas, incluyendo la elección de líderes, deben estar alineadas con los principios y la sabiduría revelados por Dios.

Por lo tanto, debemos cuidarnos de llegar a conclusiones erradas, ya que éstas nos llevarán a conductas equivocadas. Todo debe estar sometido a Dios, incluyendo nuestras decisiones políticas. No es bíblico creer que la indiferencia ante la elección de gobernantes es correcta, enfatizando la soberanía divina para anular nuestras responsabilidades. Debemos ser responsables con el poder que Dios nos otorga en las urnas, aprovechando las oportunidades que nos brinda la democracia. El Espíritu Santo, a través de Pablo, nos instruye a andar en la luz, discerniendo lo que agrada a Dios, rechazando y denunciando las obras de las tinieblas (Efesios 5:6-11). El pueblo que conoce a Dios no es indiferente ni negligente, no cae en fatalismo ni en ostracismo, sino que se esfuerza y actúa (Daniel 11:32).

No es bíblico creer que la indiferencia ante la elección de gobernantes es correcta, enfatizando la soberanía divina para anular nuestras responsabilidades. Debemos ser responsables con el poder que Dios nos otorga en las urnas, aprovechando las oportunidades que nos brinda la democracia.

¡Que Dios nos encuentre fieles en nuestras responsabilidades, mientras descansamos en Su perfecta soberanía!


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