Todos juzgamos constantemente, porque fuimos hechos para reconocer lo más excelente en contraste con lo que es inferior. Si decimos “¡Qué rico café!”, estamos expresando un juicio, nos han servido un café bueno y delicioso, y no un mal café. Cuando observamos un comportamiento desagradable en otra persona y pensamos, “Esa persona es insensible” o “esa persona es grosera”, estamos juzgando. Cuando decimos “¡Qué bonito día!” estamos juzgando que algo en particular ha hecho que este día resalte como un día excepcional.

En la conclusión de su Sermón del Monte, Jesús dijo, “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mt. 7:1). ¿Acaso no sabía Jesús que es imposible que pasemos una sola hora de nuestras vidas sin hacer juicios? Claro que lo sabía. Sin embargo, él no se estaba contradiciendo en el Salmo 119:7 cuando dice, “Te alabaré con rectitud de corazón, cuando aprendiere tus justos juicios.” Al estudiar el contexto de la enseñanza de Jesús en Mateo 7:1, podemos entender una verdad esencial para nuestras vidas. Lo que Jesús quería enseñarnos no es que no debemos juzgar en ningún momento, sino que no debemos juzgar de manera injusta.

Esta manera de juzgar a las personas que nos rodean, el juicio injusto, es el tema de Romanos 2:1 donde el apóstol Pablo dice, “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo.” Sencillamente está diciendo que nuestro gran problema es que juzgamos el mal en los demás, y no juzgamos el mal en nosotros mismos. Continuar esta práctica es un error fatal porque nunca trata con el mal que hay en nuestro propio corazón.

Volvamos al contexto de Mateo 7:1. Durante todo el Sermón del Monte, que abarca tres capítulos del Evangelio de Mateo (Mt. 5-7), Jesús desarrolla este concepto esencial acerca de la necesidad que tenemos de juzgar el pecado en nuestros propios corazones, antes de juzgar a los demás.

Jesús empezó el Sermón del Monte diciendo, “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:3). La pobreza de espíritu habla de la humildad que se requiere para reconocer el problema de nuestro propio pecado. ¿Has juzgado el pecado en tu propio corazón, reconociendo que necesitas el perdón que Cristo compró con su sangre en la cruz? Juzgamos correctamente el pecado en nosotros mismos cuando creemos el evangelio, confesando que somos pecadores y recibiendo el perdón de Dios.

Continuando su enseñanza sobre la manera de juzgar correctamente, Jesús indica que el problema de juzgar incorrectamente no termina cuando creemos el evangelio. Nuestra tendencia, por los hábitos y deseos de la carne, es seguir juzgando el pecado en otras personas como si fueran más graves que el pecado en nosotros.

“Nuestra tendencia, por los hábitos y deseos de la carne, es seguir juzgando el pecado en otras personas como si fueran más graves que el pecado en nosotros”.

Nuestro pecado ha sido perdonado por medio de la fe en la cruz de Cristo (1 Jn. 1:7), pero aún no ha sido erradicado. Si hemos de emitir un juicio, debe ser sobre nosotros mismos y por el pecado que aún reside en nuestros corazones. Por eso Jesús dijo en Mateo 7:3: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” Cuando minimizamos nuestro propio pecado y magnificamos el pecado de otros, queda señalado nuestro orgullo al pensar que somos mejores que los demás.

Jesús nos insta a aprender a juzgar nuestro propio pecado como un mayor problema que el pecado que vemos en otras personas. Para enseñar esto, usó la hipérbole como recurso literario. Quiere que veamos nuestro propio pecado como “una viga” en comparación con el pecado que vemos en la vida de otra persona, que él describe como “paja.” La hipérbole es una exageración para ilustrar una verdad.

Cuando nos encontramos en conflictos con otras personas, él quiere que identifiquemos nuestra propia falta, cualquiera que sea, por muy pequeña que nos parezca a nosotros, y la consideremos la mayor falta. Si te parece incorrecto o injusto hacer esto, es porque estás juzgando con el juicio del mundo y no según la sabiduría de Dios. Necesitamos ver nuestro pecado como algo peor que el pecado de los demás, porque somos responsables del nuestro, no del de las otras personas.

“Jesús nos está exhortando a aprender a juzgar nuestro propio pecado como un mayor problema que el pecado que vemos en otras personas”.

En los siguientes versículos, Jesús enseña el tercer aspecto de la manera de juzgar correctamente que necesitamos aprender. “¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? !Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt. 7:4-5).

Al estar en un conflicto con otro creyente, si juzgamos nuestro propio pecado como una cosa peor que el pecado de la otra persona, estamos en la posición correcta para ayudar a la otra persona con su pecado. Esto implica que debemos confesar nuestro pecado primero y pedir perdón a quien hemos ofendido, antes de pedir a la otra persona que reconozca su ofensa.

Cuando practicamos esta manera de juzgar el pecado que hay en nosotros, nuestra perspectiva cambia. Dejamos de ver los pecados de otros como si fueran peores que los nuestros. Solo de esta forma podremos ser usados por Dios para restaurar a otros con una actitud amorosa, compasiva y humilde.


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