Podemos decir que es difícil exagerar la importancia de la formación de hábitos. Si los hábitos constituyen el 71% de nuestras actividades diarias, es evidente que la forma en que pensamos sobre los hábitos es extremadamente importante. Cuando hablamos de hábitos, nos referimos a prácticas regulares y frecuentes que parecen casi una segunda naturaleza.
Echemos un vistazo a los siguientes versículos, que pueden ayudarnos a entender cómo se definen los hábitos en las Escrituras:
- Pero el alimento sólido es para los adultos, los cuales por la práctica tienen los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal (He. 5:14).
- No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca (He 10:25).
- Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición (2 P 2:14).
Observemos que esos pasajes usan los términos «práctica», «costumbre» y «corazón habituado», y todos ellos más o menos significan «una manera usual o acostumbrada de comportamiento». Se dice que Jesús tenía la costumbre/hábito de ir al Monte de los Olivos (Lc. 22:39). Se trata del mismo tipo de prácticas frecuentes de las que hablaban Aristóteles y los puritanos (cuando uno hace algo con tanta regularidad que se convierte en algo natural).
Cuando la Biblia habla de carácter, también utiliza el término clásico «virtud». En 2 Pedro 1:5-11 el apóstol explica cómo tener la seguridad de que uno es un verdadero cristiano, y para ello, Pedro dice que primero hay que añadir «a vuestra fe virtud» (v. 5). Luego añade otros seis rasgos de carácter que deberíamos desarrollar, y concluye diciendo: «Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás» (v. 10). Pedro dice que el carácter se forma por medio de la práctica diligente, lo cual es otra manera de decir que debemos esforzarnos para desarrollar hábitos piadosos.
Efectos de los hábitos en lo interno, lo externo y lo espiritual
Imaginemos que nos levantemos cada día de la semana, nos alistemos para el día y luego vayamos al albergue para personas sin hogar de nuestra comunidad a servir el desayuno. Desde las 7:00 hasta las 8:30, lavamos los platos, servimos el desayuno, barremos el comedor y saludamos a los huéspedes del albergue. Ya, después de un tiempo, no necesitamos poner el despertador: nos levantamos, nos preparamos y salimos. Con el tiempo, vamos a comenzar a estar atentos en cuanto al albergue por el resto de nuestra vida. Vemos unas esponjas en el supermercado y pensamos: «El refugio necesita más esponjas para lavar los platos», y entonces tomamos unas cuantas para el refugio. Pasamos también por la ferretería para comparar algo que necesitamos arreglar en la casa y vemos que tienen escobas en oferta a muy buen precio. Tomamos unas cuantas escobas y las llevamos al albergue la próxima vez que vayamos. El rasgo de carácter de la amabilidad o la consideración (es decir, estar atentos a los demás) se desarrolla a través de nuestro hábito de ir a servir al albergue para personas sin hogar. Para eso no hace falta un doctorado. Simplemente nos convertimos en personas más amables y consideradas porque habitualmente servimos en el albergue para personas sin hogar. Así es como se forma el carácter a través de los hábitos. Todos los días vemos este escenario de una forma u otra: hacemos cosas habitualmente, y esas cosas forman o deforman nuestro carácter; y esto es parte de lo que hace que los hábitos sean tan importantes.
Dios ha diseñado a las personas para que aprendan algo con automaticidad y puedan realizar esa función sin tener que pensar mucho en ello. Los hábitos nos ayudan a actuar sin pensar mucho una vez que los hemos adquirido. De hecho, no es exagerado decir que sin hábitos no habría funcionamiento diario.
La formación del carácter y el funcionamiento diario son algo que se forma en nuestro interior gracias a los hábitos, y a esto podríamos llamarlo los efectos internos de los hábitos. Pero, ¿qué pueden hacer los hábitos por los demás (los efectos externos)?
Nuestros hábitos pueden bendecir a los demás y estimularlos a que sean más como Jesús. De este modo, nuestros hábitos no sólo son de suma importancia para nosotros, sino también para los que nos rodean. Podemos, incluso sin querer o sin pensarlo mucho, ser amables con los que nos rodean. Por ejemplo, si hemos desarrollado la práctica de limpiar lo que ensuciamos, entonces nuestros compañeros de trabajo se sienten bendecidos cuando toman prestada la furgoneta de la empresa después de haberla usado nosotros. La importancia de los hábitos no se limita a decirnos que de vez en cuando deberíamos hacer algo bueno por los demás. No, se trata de que vivamos nuestra vida de manera diaria y constante para el bien de los demás, hasta el punto en que eso se convierta en parte del material de quienes somos. La generosidad, la bondad y el servicio a los demás forman parte de nosotros. Cuando el rasgo de carácter de la amabilidad se une al funcionamiento diario, se puede hacer mucho bien a los demás a través de nuestros hábitos.
Y, por último, ¿qué hay de la importancia espiritual de los hábitos: la forma en que los hábitos afectan a nuestra relación con Dios mismo? Bueno, yo sería negligente si no mencionara que cuando hacemos el bien a los demás, cuando realizamos las tareas diarias con fidelidad y desarrollamos ciertos rasgos de carácter, todo ello debería formar parte de nuestra adoración a Dios. «Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos» (Ro 11:36). De hecho, Dios es glorificado cuando hacemos todas esas cosas. La Biblia dice que incluso cuando estemos comiendo o bebiendo (incluso la más mínima de las funciones diarias) debemos hacerlo para la gloria de Dios (1 Co 10:31). Esa es la importancia espiritual de los hábitos. John Owen dijo que la manera en que se puede distinguir entre un hábito meramente moral y un hábito piadoso es que el fin de todo hábito piadoso es «la gloria de Dios en Jesucristo»[1]. Esto incluye todo, desde la práctica de nuestro hábito hasta la razón por la cual desarrollamos esa práctica.
¿Podemos imaginarnos lo maravillosamente placentero que sería hacer habitualmente lo que glorifica a Dios? ¿Hacer lo que Dios quiere que hagamos con relativa automaticidad? Mi deseo es que Dios obre en nuestras vidas hasta el punto en que glorificarlo a Él esté ¡«en piloto automático»! Los hábitos son de vital importancia porque podemos, en un sentido muy real, glorificar a Dios habitualmente.
Este artículo es un extracto del libro El corazón y los hábitos, publicado por Editorial EBI.
[1] John Owen, The Works of John Owen, tomo 3 (Carlisle, PA: Banner of Truth, 1965), 503.
Corazón y hábitos
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