En el cristianismo contamos con la revelación de Dios para nosotros: Dios se ha revelado de tal manera que, en las Escrituras, contamos con aquello que necesitamos conocer para ser salvos (el evangelio de Jesucristo), y, también, lo que necesitamos saber y obedecer para madurar en la fe (2 Ti 3:15-17).
En este sentido, la Biblia ofrece instrucciones para crecer espiritualmente. Estas indicaciones tienen aplicación para la vida personal del creyente, para que cada individuo pueda caminar en los caminos establecidos por Dios. Al mismo tiempo, también podríamos aplicarlos a la vida matrimonial. De esta manera, podemos reconocer cómo, los cónyuges juntos, pueden encontrar aplicación en el matrimonio a prescripciones y principios bíblicos para edificar correctamente la vida conyugal.
Para este artículo, hablaremos metafóricamente del matrimonio, pensando en él como una construcción, una edificación; también que la materia prima y los obreros son los cónyuges; y que el ingeniero y arquitecto es Dios. Siguiendo esta ilustración, veremos que Él ha dejado planos, métodos e instrucciones para que la “edificación” del matrimonio sea exitosa, aplicando principios cuya primera aplicación es en la vida individual, pero que también encuentran aplicación en el matrimonio cristiano.
El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, unidos en un pacto de amor mutuo y exclusivo, para toda la vida, hecho frente a Dios y bajo sus indicaciones. Esta institución divina, creada por Dios, tiene un desarrollo progresivo a lo largo de la Biblia, y, al mismo tiempo, puede ser bendecida por la aplicación matrimonial de principios espirituales individuales.
Volviendo a la metáfora del matrimonio como edificación, es posible pensar que Dios ha señalado cuál debe ser su base o cimiento, cuáles las estrategias de construcción, cuáles métodos para probar su calidad, y también nos ha revelado el propósito máximo por el cual debe existir.
Cimiento para construirlo
“… cuando una persona viene a mí, escucha mi enseñanza y después la sigue. Es como una persona que, para construir una casa, cava hondo y echa los cimientos sobre roca sólida…”
Jesús, en Lucas 6:47-48
En Mateo 7:24-27 y Lucas 6:47-49, Jesús nos enseña mediante una parábola que la obediencia a sus enseñanzas es comparable con construir una casa sobre una roca sólida, lo que asegura estabilidad incluso frente a las adversidades, mientras que la desobediencia se compara con construir sobre arena, lo que conduce a la inestabilidad y al eventual colapso. En lo individual, aplicar esto implica tomar decisiones y vivir de acuerdo con los mandamientos de Jesús. Así mismo, el matrimonio tendrá un fundamento sólido si ambos cónyuges están edificando sus vidas en la roca, en la obediencia a Cristo. De esta manera, tanto individual como matrimonialmente, al igual que una casa construida sobre roca, el matrimonio formado por dos personas obedientes a Jesús puede resistir las tormentas y desafíos de la vida, recibiendo la estabilidad que solamente Dios puede dar.
Estrategia para edificarlo
“… No se dejen engañar: nadie puede burlarse de la justicia de Dios. Siempre se cosecha lo que se siembra… los que viven para agradar al Espíritu, del Espíritu, cosecharán vida eterna…”
Pablo, en Gálatas 6:7-8
En la existencia natural hay leyes físicas que normalmente no pueden ser burladas, como, por ejemplo, la gravedad. No importa la actitud o el esfuerzo con los que nos enfrentemos a esta ley, ella seguirá vigente, y no podrá ser burlada. En lo espiritual también hay leyes establecidas por Dios. Una de ellas es la de “siembra y cosecha”, que establece que favorecer la vida espiritual tiene como consecuencia recibir bendiciones, y que, en contrapartida, quien favorece a su naturaleza caída, recibirá malas consecuencias. En lo individual, esto es una realidad innegable, pero también afecta a la vida matrimonial. Siguiendo la metáfora de la edificación, la estrategia correcta de construcción es aquella que siembra espiritualmente, que favorece la vida espiritual propia y del cónyuge, y es la que recibirá una buena cosecha, de bendición. Por el contrario, sembrar solamente para satisfacer nuestros instintos naturales, tendrá por fruto que la edificación no sea plena, sino, destruida. En lo matrimonial, una manera práctica de aplicar esto es ser conscientes de cada elección en términos de qué favorece o dificulta la vida espiritual propia y la del otro. Dios insiste en que Él no puede ser burlado, y en que su ley está establecida: “… siempre se cosecha lo que se siembra…” (Gálatas 6.7).
Pruebas de la edificación
“… la clase de fruto que el Espíritu Santo produce en nuestra vida es: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio… Ya que vivimos por el Espíritu, sigamos la guía del Espíritu en cada aspecto de nuestra vida”.
Pablo, en Gálatas 5:22-23, 25
También tenemos una manera de comprobar la calidad de la edificación que estamos realizando. En Gálatas 5:19-25, el apóstol Pablo expone las obras de la carne en contraste con el fruto del Espíritu. En términos de la metáfora presentada en este artículo, podemos probar cómo va nuestra construcción. Este examen de calidad puede ser realizado revisando sus resultados. Si sus resultados son cosas como hostilidad, peleas, ira, luchas de poder, egoísmo, celos o cosas similares, la construcción está siendo mal edificada, con malos cimientos (en desobediencia a Cristo), y con un mal método de construcción (sembrando predominantemente para la naturaleza pecaminosa). Por otro lado, si podemos evidenciar la prevalencia del amor, de la alegría, de la paz, de la paciencia, de la bondad, del control propio y otros resultados semejantes, podremos comprobar que la edificación está siendo realizada de manera correcta, en obediencia a Jesús y sembrando para la vida espiritual. La instrucción del arquitecto e ingeniero es que “… sigamos la guía del Espíritu en cada aspecto de nuestra vida…” (Gá 5:25).
Propósito existencial, razón de ser, meta de esta edificación
“Como dicen las Escrituras: «El hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo». Eso es un gran misterio, pero ilustra la manera en que Cristo y la iglesia son uno”.
Pablo, en Efesios 5.31-32
En términos de la metáfora utilizada para el razonamiento presentado en este artículo, también debemos comprender para qué existe la construcción que estamos edificando. Es importante reconocer que el arquitecto e ingeniero le ha dado una razón de existencia al matrimonio, un propósito existencial. Al igual que otras creaciones de Dios, el matrimonio existe para reflejar una realidad superior, espiritual y eterna. De manera particular, el matrimonio existe para reflejar algunos aspectos del evangelio, para representar destellos de la unión entre Cristo y la Iglesia. Si la edificación no tiene este propósito, aunque tenga otros que son buenos y santos, estaremos edificando de manera incorrecta. A pesar de que satisfagamos necesidades emocionales, sociales, sexuales y de otras índoles, el matrimonio debe ser edificado de tal manera que siempre esté apuntando al aspecto trascendente que Dios le ha dado a su razón de existir: ser un reflejo del evangelio.
Conclusión
Un matrimonio edificado sobre la obediencia a Cristo, sembrará para la vida espiritual y cosechará sus bendiciones, siendo un terreno ideal para que el fruto del Espíritu se haga evidente y crezca, logrando un matrimonio que cumple con la misión más alta que los humanos tenemos: reflejar a Dios y anunciar lo que hizo a nuestro favor para reconciliarnos con Él. Aunque haya dificultades para edificar según estas instrucciones, estas disminuyen en tanto nuestra intimidad con Dios crezca. Así como Dios se acerca a quienes se comprometen con Él (Stg 4:8), la capacidad de llevar frutos que agraden a Dios está ligada a nuestra unión con Cristo. ¡Solamente en Jesús podremos ser fructíferos, edificando correctamente!
“Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en Mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer.”
Jesús, en Juan 15:4-5
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