¿Alguna vez dijiste, sin pensar, algo descortés, duro, áspero, desagradable, humillante o incluso cruel, y luego cambiaste repentinamente cuando alguien te confrontó, y dijiste: “Ay, no quise dar a entender eso”?

Jesús no estaría de acuerdo. Una vez, explicó que nuestras palabras reflejan tan bien nuestro corazón, nuestro ser interior que adora, nuestra naturaleza esencial, que “de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus pala­bras serás condenado” (Mateo 12:36-37).

Observa que lo que refleja con más certeza lo que somos no son las cosas minuciosamente construidas ni bien ensayadas que salen de nuestra boca. Son las descuidadas. Son las palabras que simplemente surgen sin que tengamos que pensar en ellas las que mejor reflejan nuestra verdadera esencia.

Revelan algo de nosotros como individuos: lo que valora­mos, qué rodea nuestra vida, lo que más apreciamos y menos dejaríamos escapar. Las palabras descuidadas y sin censura muestran cómo entendemos a nuestro Dios y nuestro lugar en su universo. Muestran lo que adoramos. Y esas palabras que se escapan livianamente de nuestra lengua manifiestan cómo nuestra adoración afecta a todos los que nos rodean.

Esto quiere decir que nuestras palabras —especialmente las rápidas, fáciles y descuidadas— revelan la clase de relación que desarrollaremos, porque muestran el lugar y el valor que los demás tienen en nuestra vida. Este lugar y valor no solo afecta el presente, sino que también promete moldear el futuro.

Así que, toma un momento y piensa: ¿qué oyen tus hijos de ti? Si habitualmente experimentan que eres áspero, estricto, autoritario, triste, apesadumbrado, insatisfecho todo el tiempo, depresivo o incompleto, es porque les has dicho que valoras algo en lo profundo de tu interior… pero que no son ellos. Es otra cosa, y el papel de ellos en la vida es asegurar que tengas esa otra cosa.

Muy a menudo, eso significa que has comunicado que esperas tener una especie de vida libre de dificultades de parte de ellos, con la menor cantidad posible de interrupciones, mientras te brindan el amor y el respecto que sientes que mereces por todo lo que haces por ellos. Si esta es su experiencia actual contigo, tal vez no debería sorprenderte demasiado si deciden no tener mucho que ver contigo cuando crezcan y tengan más oportunidades de elegir con quién relacionarse. ¿Por qué querrían hacerlo? No les has dado ninguna buena razón para querer más de ti.

Por el contrario, si experimentan que eres una persona auténtica, franca, alentadora, cálida, amable, divertida, interesada, comprometida, confiable, veraz y sabia, están aprendiéndolo porque estás hablando conforme a una serie de valores que cuida de ellos. Has estado comunicando que estás más interesado en su bienestar que en tu propia comodidad. Y por eso, estás dispuesto a presentarte y hablar de maneras que les brin den la oportunidad de madurar en todo lo que Dios ha tenido la intención de que sean.

Las palabras que generan esa segunda clase de experiencia también implican que hay más cosas buenas en el futuro en una relación contigo. Les has dado una razón para mantenerse vinculados. Es cierto, no hay ninguna garantía, pero qué es lo más probable: ¿que quieran mantener una relación con alguien malhumorado e insatisfecho o con alguien que se compromete con ellos para beneficiarlos?

Cuando lo que más valoro en el centro de mi ser es mi relación con Dios y con los demás, mis palabras reflejarán esa realidad de una manera creíble. Y esa realidad se senti­rá más profundamente cuando los demás no actúen de la mejor manera.

Cualquiera puede decir: “Me agradas”, cuando eres agrada­ble. Pero cuando no eres agradable y, aun así, alguien habla con dulzura y valentía para atraerte y hacer que vuelvas, ves cuán profundamente comprometido está contigo. Ves su corazón. Y experimentas la bondad de su corazón en el tipo de rela­ción que desarrollan entre ustedes, lo cual te da una muestra de lo que puedes esperar de esa persona en el futuro. Cuan­do esto ocurre, quieres más de esa experiencia; quieres más de esa persona.

La adoración mal dirigida genera relaciones poco atrayentes

Entonces, la pregunta obvia es esta: “¿Por qué querría hablar de una manera que aleje a las personas en lugar de que las invite a acercarse?”. Y la respuesta, según Jesús, es: “No puedes evitarlo. Siempre hablas de lo que adoras. Por eso, si valoras algo más de lo que valoras a Dios, excluirás a las personas de esa valoración y terminarás hablando de mala manera”.

Por ejemplo: 

  • Si adoras lograr tus metas —si Logros y Éxito son tus dioses—, no te sorprenda que converses más con tus hijos cuando necesites que trabajen contigo para llevar a cabo algo, y que tiendas a ignorarlos aparte de eso. 
  • Si adoras a Eficiencia —teniendo una vida que se desarro­lle con tranquilidad—, no te sorprenda que la mayor parte de lo que les digas a tus hijos sea para corregir problemas. 
  • Si adoras ser Respetable, gran parte de lo digas será para ayudarlos a aprender a no avergonzarte. 
  • Si adoras sentirte Necesitado por otras personas, no te sorprenda que te vincules primordialmente con tus hijos cuando estén luchando, que estés realmente más feliz cuando se decepcionen y tengan un problema en el cual puedas aparecer para solucionarlo, y que te movilicen más las crisis que la crianza. 

¿Odias sentirte solo? Suavizarás a tus hijos con palabras. ¿Tienes que ser perfecto? No admitirás delante de ellos que te equivocaste. ¿Tienes que protegerte de que te lastimen? Sus disculpas nunca serán suficientes.

Les hablarás en función de lo que adoras. Observo la lista, y me veo una y otra vez. No puedo pasar un día sin decir algo estúpido o equivocado porque mi adoración va en la dirección incorrecta todos los días. Es entonces cuando necesito saber de nuevo que hay esperanza para mí y que esta no depende de cuán fuerte es mi corazón con respecto a Dios. Necesito saber cuán fuerte es el con respecto a mí. Esto significa que debo volver y oírlo hablar a las personas que luchan con mantener su adoración enfocada en Él. Personas como yo.

Escúchalo hablar a personas débiles, lastimadas, comprome­tidas o en peligro —personas como tú y yo— y verás que no las hiere ni se aprovecha de ellas; ni siquiera cuando amenazan romper la relación al valorar algo más que a Él. En cambio, el Señor emplea las palabras para desarrollar relaciones aún más profundas con Él. En el capítulo siguiente, escuchemos sus conversaciones con algunos de sus amigos.

Este post es un extracto del libro Criando con palabras de gracia, publicado por Editorial EBI.


Criando con palabras de gracia

Como padre o madre, tus palabras son poderosas. Lo que dices y cómo lo dices tiene la capacidad de invitar a tus hijos a profundizar la relación contigo o de alejarlos. Es más, en un sentido muy real, tus palabras representan —o representan mal— las Palabra de Dios a sus hijos. Esto significa que tienen el poder de determinar la manera en que tus hijos vean a su Padre celestial.


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