«No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan». (Efesios 4:29).

Recuerdo que hace algunos años tuvimos que desalojar el edificio donde trabajaba porque estaba saliendo humo de una de las oficinas. Cuando los bomberos llegaron y lograron abrir la puerta descubrieron una colilla de cigarrillo mal apagada en un contenedor de plástico, que provocó que este empezara a derretirse hasta incitar un humo incontrolable.

Pasaron seguramente algunas horas hasta que el fuego logró generar un humo tal, que las alarmas empezaron a sonar y todos los ocupantes del edificio tuvieron que desalojar.

Cuántas veces nuestras palabras se quedan como ese cigarrillo medio apagado, haciendo llama y estragos en el corazón de nuestros oyentes. Cuántas veces decimos algo hiriente sin pensar en las consecuencias de nuestras palabras.

Hace unos días, mientras caminaba para recoger a mi hija en el colegio, me cruce con dos mujeres que hablaban de una tercera persona sin ninguna compasión. Las palabras sonaban como martillazos o dientes rechinantes. Eran hirientes. Dolorosas. Duras.

Sentí compasión por la persona de la que estaban hablando. Sentí dolor. Sentí pena y pesar.

Me preguntaba cuántas veces he sido yo la que ha usado esas palabras hirientes, la que ha tenido esos pensamientos respecto a alguien que no piensa como yo, o no actúa como creo que debería.

En el libro «Pecados respetables», el autor Jerry Bridges dice «aunque hablamos de pecados de la lengua, nuestro verdadero problema es nuestro corazón. Detrás de todos nuestros chismes, calumnias, discursos críticos, insultos y sarcasmo está nuestro corazón pecaminoso. La lengua es solo el instrumento que revela lo que hay en nuestro corazón».

Nuestras palabras cuando nacen de un corazón lleno de pecado destruyen sin compasión a quienes las escuchan, mientras al mismo tiempo revelan la verdadera condición de nuestro corazón.

Cuando el médico nos dice «déjame ver tu lengua», lo hace porque por medio de la lengua puede hacerse una idea acerca de cómo esta nuestra salud, el lenguaje también indica la condición espiritual de la persona que profesa ser fiel a Dios.

Santiago 3 habla específicamente de aquellas personas que ejercen algún tipo de liderazgo en la iglesia, sin embargo, todos los creyentes debemos ser cuidadosos con la manera en la que usamos nuestras palabras y lo que decimos, ya que podemos mal interpretar la Palabra de Dios y llevar a las personas a creer mentiras acerca de Dios, de los demás y de ellas mismas.

El apóstol Santiago comparte varias analogías respecto a la lengua. La compara con el freno que ponemos en la boca de un caballo para controlar su cuerpo (v. 3); con un pequeño timón que controla la dirección de un barco (v. 4); con una pequeña llama con el potencial de generar un intenso incendio (v. 5) y con una fuente de la cual brotan aguas dulces y saladas (v. 11).

Los ejemplos de Santiago 3 nos muestran que en la naturaleza no existe la inconsistencia que encontramos en nuestros labios, en nuestras vidas. Con nuestra boca estamos criticando a nuestros familiares, amigos, compañeros, y con esa misma boca estamos bendiciendo y cantando a Dios. Esto es una ofensa contra Dios, ya que estamos hechos a Su imagen y semejanza (v. 9), y cuando hablamos de otra persona, estamos hablando de alguien a quien Dios ha creado. 

Mira lo que dice Santiago 3:9-10 «Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios. De la misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así».

Diariamente debemos recordar que nuestras palabras deben ser usadas para bendecir y ayudar a quienes las escuchan. Hay poder de vida y muerte en nuestros labios. Necesitamos entender que no es la inteligencia o el conocimiento lo que controla nuestra lengua, sino la sabiduría de Dios, una sabiduría caracterizada por la humildad, la gracia y la paz.

Necesitamos adiestrar la lengua y refrenar nuestra naturaleza egoísta ya que esta es una tarea de todos los creyentes. Te invito a que te unas al reto de pedirle a Dios que te ayude a usar tu boca con sabiduría, y a consagrar tu corazón a Dios, para que así le glorifiques con obras de justicia y lleves paz a quienes te rodean.

Para meditar:

  • Piensa en aquellas cosas que puedes perder cuando no pones un freno en tu boca. Por ejemplo: El ministerio, la vida, alguna relación, una oportunidad para compartir el Evangelio. ¿Quién controla tu vida, tus palabras, tus acciones?
  • Familias, amistades, iglesias han sido destruidas por el fuego de lenguas no frenadas. La lengua influye fuertemente en todo el curso de nuestras vidas y de quienes nos rodean. ¿Qué haces con tu boca? ¿Cómo la usas? ¿Apagas fuegos o los enciendes? ¿Edificas y animas a otros, o los menosprecias y desanimas?
  • ¿Has participado en chismes, calumnias, falsos testimonios? Recuerda que tus palabras pueden dañar la reputación de una persona y el testimonio del evangelio delante de los demás.

Te invito a leer los siguientes versículos y a meditar en lo que la Palabra de Dios dice respecto al uso de nuestras palabras:

  • Salmo 141:3 «Señor, pon guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios».
  • Proverbios 12:18 «Hay quien habla sin tino como golpes de espada, pero la lengua de los sabios sana».
  • Proverbios 15:4 «La lengua apacible es árbol de vida, pero la perversidad en ella quebranta el espíritu».
  • Proverbios 21:23 «El que guarda su boca y su lengua, guarda su alma de angustias».
  • Mateo 12:34b-36 «…Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno de su buen tesoro saca cosas buenas; y el hombre malo de su mal tesoro saca cosas malas. Pero Yo les digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado».
  • Mateo 15:11 «no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre».
  • Santiago 1:26 «Si alguien se cree religioso, pero no refrena su lengua, sino que engaña a su propio corazón, la religión del tal es vana».

Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Mónica Carvajal.


Criando con palabras de gracia

Como padre o madre, tus palabras son poderosas. Lo que dices y cómo lo dices tiene la capacidad de invitar a tus hijos a profundizar la relación contigo o de alejarlos. Es más, en un sentido muy real, tus palabras representan —o representan mal— las Palabra de Dios a sus hijos. Esto significa que tienen el poder de determinar la manera en que tus hijos vean a su Padre celestial.


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