La naturaleza abarcadora de la santificación exige que vayamos más allá del texto bíblico y lo pongamos en práctica. La aplicación de las Escrituras a la vida práctica es absolutamente necesaria para la santificación. Sin aplicación, sencillamente no podremos mostrar la imagen de Dios, a semejanza de la cual fuimos creados y redimidos para mostrarla.

El Corazón

Ya sea en el Antiguo o en el Nuevo Testamento, el plan de Dios para conformar a su pueblo a su imagen siempre se ha centrado en el corazón. Los términos bíblicos que se usan para referirse al corazón, por lo general no se refieren al órgano físico que bombea sangre, sino al hombre interior, al núcleo inmaterial que impulsa nuestras vidas. “Como el agua refleja el rostro, así el corazón del hombre refleja al hombre” (Pr. 27:19, LBLA). Este versículo utiliza la frase “el corazón” para referirse al ser in­terior en general. De manera más frecuente, la palabra corazón se refiere a aspectos o funciones específicos del hombre interior, ya sea de la mente (p ej. Dt. 4:9), de las emociones (p. ej. 1 R. 21:7), de la voluntad (p. ej. 2 Co. 9:7) e incluso de la conciencia (p. ej. 1 S. 24:5).

El corazón es la fuente de nuestras acciones y por tanto debe ser guardado cuidadosamente (Pr. 4:23; Mt.12:34-35; Mr. 7:14-23). Ciertamente los dos mandamientos más importantes de la Biblia —amar a Dios y amar a nuestro prójimo— son más que nada asuntos del corazón (Mt. 22:34-40). También lo es la fe salvadora (10:9-10). Antes de la con­versión, el corazón era corrupto, endurecido contra Dios, y egoísta (Jer. 17:9; Ef. 4:17-19). Pero a través de la regeneración Dios nos da un corazón nuevo, incluyendo la capacidad e inclinación por agradarle a él (Dt. 30:6; Ez.36:26-27; Ro. 2:29; 6:17). 

Jesús enseñó, “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). Aquello que valoramos y deseamos revela la condición de nuestros corazones y determina nuestras acciones. Incluso teniendo un nuevo corazón, por causa de la carne continuamos experi­mentando deseos impíos (Gá. 5:17; Stg. 4:1-3). Así que, por medio de la santificación progresiva el Señor nos llama a tener un corazón puro (1 Ti. 1:5; 1 P. 1:22), y él trabaja en nuestro interior con ese objetivo (Ef. 3:14-21; 1 Ts.3:13). El verdadero crecimiento tiene lugar en nuestros corazones cuando nuestro deseo por Dios y por su gloria sustituye cada vez más nuestro deseo por el pecado; lo que el predicador escocés Thomas Chalmers (1780-1847) memorablemente llama “el poder expulsivo de un nuevo afecto”.1 

Pero, ¿cómo lidiamos con nuestros corazones? Por lo pronto, de­bemos evaluar lo que está sucediendo en nuestro ser interior. Un autor sugiere algunas “preguntas de radiografía” que nos ayudan a exponer el estado de nuestros corazones. Aquí hay algunas: 

  • ¿Qué ama usted? ¿Qué odia? 
  • ¿Cuáles son las cosas que usted busca, cuáles son sus objetivos, por qué está luchando? ¿Cuáles son sus metas y expectativas? 
  • ¿Dónde deposita sus esperanzas? 
  • ¿A que le teme? ¿Qué es lo que no desea? ¿Sobre qué cosas tiende a preocuparse? 
  • ¿Dónde halla refugio, seguridad, consuelo, escape, placer, protección? 
  • ¿A quién debe complacer? ¿Cuál es la persona cuya opinión sobre usted es importante? ¿De quién desea obtener aprobación y de quién teme el rechazo? 
  • ¿En qué piensa más a menudo? ¿Qué le preocupa mucho o le ob­sesiona? En la mañana, ¿hacia qué pensamientos se dirige su mente instintivamente?2 

El examinar nuestros corazones es un ejercicio de aplicación. Al ha­cernos estas preguntas a la luz de las Escrituras, Dios nos lleva al arre­pentimiento y la renovación. Una medida saludable de autoevaluación contribuye a nuestro crecimiento.3

Este enfoque que la Biblia brinda del corazón significa que no debemos ver nuestro empleo de las Escrituras como un proceso mecánico. En un sentido, la Biblia sirve como nuestro manual de vida. Pero la santificación no tiene que ver con seguir pasos sencillos como los que encontraríamos en las instrucciones para ensamblar un armario: “Adose el panel A al panel B, tal y como indica la ilustración, inserte el tornillo de leva número 3 en el agujero pre-perforado Q, luego gire el tornillo 180 grados”. La realidad es que el proceso de crecer en santidad puede ser una prueba dura y bastante complicada. Además de estudiar las enseñanzas de la Biblia, debemos evaluar nuestros propios pensamientos, motivos y deseos a la luz de esas enseñanzas. Afortunadamente, el Espíritu Santo que mora en nosotros nos guía. Pero mi argumento aquí es que la aplicación es indispensable para poder experimentar la santificación. 

Discernimiento 

La prioridad del corazón no implica que la conducta exterior sea insignificante. A través de los numerosos pasajes que hemos analizado se ha puesto en evidencia que la obra de Dios en la santificación transforma nuestras disposiciones internas nuestras acciones externas. De hecho, la santificación es abarcadora: Dios quiere hacernos más parecidos a Cristo en cada detalle de nuestras vidas (p. ej. 1 Co. 10:31; Col. 3:17). 

Hemos visto que para progresar hacia esa meta necesitamos sacar conclusiones de las Escrituras. También hemos visto que debemos evaluar los temas extrabíblicos sobre la base de las enseñanzas bíblicas. Muchos pasajes ha­blan específicamente del deber que tenemos de evaluar. Enseñan que la santificación requiere una habilidad en la aplicación que se llama discer­nimiento.

Estableciendo Diferencias 

Varios términos bíblicos contribuyen al concepto bíblico de discernimiento. En el Antiguo Testamento las palabras clave en hebreo son el verbo bîn y los sustantivos relacionados bînâh tebûnâh. Estos términos coinciden con otras palabras en hebreo dentro de la categoría de “entendimiento”. Entre los ejemplos tenemos términos que denotan perspicacia o prudencia (el sustantivo sekel, el verbo sākal), y sabiduría o habilidad en la toma de decisiones (el sustantivo khokmâh, el verbo khākam, el adjetivo khākām). 

Sin embargo, la familia de palabras bîn está asociada al aspecto de discriminar o hacer distinción entre las cosas. La oración de Salomón constituye un caso clásico: “Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir [bîn] entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?” (1 R. 3:9).

Aquí la idea de hacer distinción se ve reforzada por el hecho de que la preposición hebrea que se traduce como “entre” es bên, que también pertenece a la familia de palabras de bîn.4 Como Salomón había pedido “inteligencia [bîn] para oír juicio”, Dios prometió darle al rey “corazón sabio [khākām] y entendido [bîn]” (vs. 11-12). Salomón pronto tuvo la oportunidad de utilizarlo: hábilmente identifico cuál de las dos mujeres que alegaban ser las madres de un bebé era la verdadera madre (vs. 16-28). 

Como es natural, las definiciones de discernimiento a menudo se centran en la idea de hacer distinciones. Jay Adams dice que el discernimiento es “la capacidad dada por Dios de distinguir los pensamientos y caminos divinos de todos los demás”.5 

Tim Challies abunda más: “Es la capacidad de comprender y aplicar la palabra de Dios con el propósito de separar la verdad del error, y lo correcto de lo incorrecto”.6

Este énfasis en las distinciones a veces se refleja en el verbo diakrinō y su sustantivo relacionado diakrisis que se usan en el Nuevo Testamento.7 El pasaje clave aquí es Hebreos 5:11-14: 

Acerca de esto [el sacerdocio de Cristo] tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento [diakrisis] del bien y del mal. 

El autor expresa decepción ante la inmadurez espiritual de los cristianos hebreos a quienes les escribía. Él asevera que se habían vuelto tardos para oír (v. 11). Él dice que necesitaban que se les enseñase de nuevo la “leche” o los “primeros rudimentos” de la palabra de Dios, y los llama “niños” (vs. 12-13). Sea cual fuese el contenido específico de “la palabra de justicia” (v. 13)8, su falta de habilidad con ésta incluía el no haber podido utilizar lo que se les había enseñado. 

Debido al fracaso a la hora de aplicar las Escrituras, los hebreos cristianos habían dejado de crecer espiritualmente y por ello no habían desarrollado el discernimiento que se describe en el versículo 14. Este versículo enseña verdades claves para el discernimiento. 

El discernimiento es el fruto de la madurez espiritual. Más específicamente, el discernimiento viene cuando ejercitamos nuestros sentidos. El término que se traduce como “ejercitados por el uso” es gymnazō, el cual da origen al vocablo en español gimnasio. Hace referencia al ejercicio y la disciplina. La santificación exige el desarrollo de nuestras facultades morales cuando las practicamos en los asuntos de la vida real. 

Comprobar y Aprobar 

Llegaremos a conclusiones similares al analizar otra manera en la que la Biblia describe el discernimiento. En Efesios 5:8 Pablo nos exhorta a “andar como hijos de luz”, y el versículo 9 define esto diciendo que consiste en reflejar la bondad moral de nuestro Dios. Luego el versículo 10 explica cómo hacerlo: “comprobando lo que es agradable al Señor”. El participio griego que se traduce como “comprobando” proviene del verbo dokimazō, que significa “poner a prueba”. Se empleaba para examinar elementos, tales como supuestos metales preciosos, para determinar si eran genuinos. Si el objeto pasaba la prueba, dokimazō transmitía la idea de “aprobado” (p. ej. en 1 P. 1:7).10 Con este término, Efesios 5:10 nos exhorta a evaluar cuidadosamente cada opción que se nos presente para poder determinar cuál o cuáles serían agradables delante de Dios. 

No se trata aquí de un simple estudio bíblico, ni de obedecer mandamientos inequívocos. Como señala Harold Hoehner, las declaraciones de Dios que están en las Escrituras no necesitan nuestra aprobación. Más bien la prueba evalúa la calidad moral de asuntos extrabíblicos sobre la base de una instrucción bíblica pertinente. 

Es para comprobar cuál es la voluntad de Dios en cada aspecto de la vida y para aprobar lo que le agradaría. La Palabra de Dios es una guía para este propósito. Sin embargo, las Escrituras no abordan directamente ciertas situaciones de la vida. En tales casos, los creyentes necesitan hallar principios bíblicos a partir de los cuales ellos pudiesen tomar decisiones que agradarían al Señor. Aunque aquí no se menciona, cuando el creyente consulta las Escrituras, el Espíritu Santo lo ilumina y le permite discernir lo que le agrada al Señor.11

Efesios 5 habla detalladamente sobre la necesidad de tener discernimiento. El versículo 15 dice, “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios”. El adverbio que aquí se traduce como “con diligencia”, (akribōs) se refiere a precisión. Herodes lo utilizó cuando les dijo a los magos que averiguaran “con diligencia” dónde estaba el Cristo recién nacido (Mt. 2:8). Lucas lo empleó para referirse a la meticulosidad de su investigación sobre la vida de Jesús (Lc. 1:3). Lo más sorprendente es que Pablo utilizó la forma superlativa del adjetivo relacionado akribēs para describir a los fariseos como la más “rigurosa secta” del judaísmo (Hch. 26:5). 

Los fariseos tenían muchos problemas a la hora de la aplicación. Pero no podemos considerar como problemática su preocupación por los detalles de la conducta, ya que Efesios 5:15 llama a los cristianos a esa misma preocupación. Charles Hodge dice que la frase, “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis”, significa que debemos “caminar estrictamente de acuerdo a las normas, para no desviarnos ni por un pelo”.12 Esto trae a mi mente al pastor inglés Richard Rogers, (ca. 1550-1618). 

Al igual que sucedía con muchos de los primeros puritanos, de él se burlaban llamándole “obseso de la precisión” debido a su concienzuda atención a los detalles de la doctrina y el estilo de vida cristianos. En cierta ocasión alguien le preguntó por qué él era tan preciso, y Rogers respondió, “Yo sirvo a un Dios preciso”.13 

Al concluir esta sección de Efesios, Pablo establece una conexión entre una vida precisa y el discernimiento: “Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (5:17). Aquí, una vez más, el apóstol no nos está diciendo sencillamente que leamos nuestras Biblias. Él nos ordena que “comprendamos” la voluntad de Dios, aplicando la verdad bíblica a cualquier problema que enfrentemos, ya sea que se aborde explícitamente en las Escrituras o no.


  1. Ver el sermón que lleva ese mismo título en The Works of Thomas Chalmers (Filadelfia: Towar & Hagan, 1830), 381-388
  2. David Powlison, Seeing with New Eyes (Phillipsburg, NY: Presbyterian & Reformed, 2003), 129- 143 (énfasis en el original). 
  3. Ver, por ejemplo, Sal. 119:59; Lm. 3:40; Hag.1:5-7; 1 Co.11:27-31; 2 Co. 13:5-6; Gá. 6:3-4; Stg. 1:22-25.
  4. Ver el HALOT 1:122-123. 
  5. J. E. Adams, A Call for Discernment, (Woodruff, SC: Timeless, 1998), 49 (énfasis en el original).
  6. Tim Challies, The Discipline of Spiritual Discernment (Wheaton, IL: Crossway, 2007), 61 (énfasis en el original). 
  7. Ver el BDAG, 231. 
  8.  Ver de William L. Lane, Hebrews 1–8, WBC (Nashville, TN: Word, 1991), 137-139. 
  9.  Paul Ellingworth, The Epistle to the Hebrews, NIGTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1993), 309-310.
  10. Hoehner, Ephesians, 676-677. 
  11.  Charles A. Hodge, A Commentary on Ephesians, GSC (Edimburgo: Banner of Truth, 1964), 218. 
  12. Citado en J. I. Packer, A Quest for Godliness (Wheaton, IL: Crossway, 1990), 114 (énfasis origi­nal).
  13. Ver el BDAG, 255-256.

Ken Casillas es autor del libro Más allá del capítulo y el versículo, publicado por Editorial EBI.

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