Muchos cristianos profesos creen que el bautismo simboliza el lavamiento de pecados. Otros, creen que el bautismo constituye realmente el lavamiento, es decir, que el bautismo limpia de pecado. Para los modernos, esto parece bastante razonable: ¿Qué podría ser más natural que asociar el lavamiento con la aplicación de agua? No obstante, el bautismo no nos limpia de pecado. Éste ni siquiera simboliza el lavamiento. El bautismo en realidad es un cuadro de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús, una profesión y emblema de la fe y el primer paso de obediencia en seguir a Jesús.

Pero ¿hay evidencia bíblica para rechazar la noción de que el bautismo lava pecados? Sí la hay, y a continuación se expondrán las razones por las cuales creemos esto y analizaremos brevemente los textos que lo demuestran.

  • Porque la Biblia enseña que el pecado solamente puede ser lavado cuando nos volvemos a Jesús en fe salvadora, no cuando nos bautizamos.
  • Porque ningún texto de las Escrituras conecta de manera clara al bautismo con el lavamiento de pecados, pero muchos textos lo conectan con algo más.
  • Porque el Nuevo Testamento muestra a personas cuyos pecados fueron lavados, aun sin haber sido bautizados en agua.

Los hijos de Dios siempre han sido salvos exactamente de la misma manera: por gracia, por medio de la fe. El camino de la salvación se ve con especial claridad en el caso de Abraham, quien simplemente creyó a Dios “y le fue contado por justicia” (Gn. 15:6 RV60).

En Romanos 4 el apóstol Pablo planteaba que Abraham fue justificado por medio de la fe, sin ningún tipo de obras. Incluso, la circuncisión de Abraham vino después de su justificación: ningún rito o ritual externo desempeñó función alguna en su salvación. Pablo hizo de Abraham el prototipo para todos los salvos: no importa quiénes seamos o dónde vivamos, somos justificados de la misma forma en que lo fue Abraham (Ro. 4:23-24).

En Efesios 2:8-9 Pablo escribió que recibimos la salvación como un regalo por gracia, por medio de la fe, sin obras. Al carcelero de Filipos le dijo: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”, y no mencionó al bautismo como condición para su salvación (Hch. 16:31 RV60). En Romanos 10:13 repitió las palabras del profeta Joel (Jl. 2:32) en el Antiguo Testamento: “todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (RV60). Éstos, junto a otros pasajes, indican que el plan de Dios siempre ha sido salvar a las personas bajo la sencilla condición de la fe.

En ningún lugar de la Biblia aparece que el bautismo es una condición para la justificación, ni tampoco lo describe como un mecanismo a través del cual se quita el pecado. La Biblia tampoco presenta el bautismo como un ritual para el lavamiento de los pecados. Ningún texto bíblico trata al bautismo como un lavamiento, ni de forma literal ni simbólica.

En ningún lugar de la Biblia aparece que el bautismo es una condición para la justificación, ni tampoco lo describe como un mecanismo a través del cual se quita el pecado.

Una cosa es cierta, la regeneración es, o produce, lavamiento (Tit. 3:5); pero el texto no asocia este lavamiento con el bautismo. En algún momento alguien mencionará el “nacer del agua” como una referencia al bautismo (Jn. 3:5), pero el encuentro entre Jesús y Nicodemo sucedió antes del suceso de la cruz y precedía el establecimiento del bautismo cristiano.

Un versículo que sí menciona el bautismo junto con el lavamiento de pecados es Hechos 22:16. Sin embargo, ese versículo separa “bautizarse” de “lavar los pecados” colocando los dos verbos en cláusulas separadas. En consecuencia, el lavamiento de los pecados no es una función del bautismo (ni literal ni simbólicamente), sino del invocar el nombre del Señor.

El apóstol Pedro expresó claramente que la trascendencia del bautismo no es el “lavamiento de las inmundicias de la carne”. Aunque algunos traductores entienden que esto significa que el bautismo no limpia simplemente la suciedad del cuerpo, una mejor interpretación entiende que inmundicia se refiere a “contaminación moral”, y carne a algo como “naturaleza pecaminosa”. Si esta interpretación es correcta, Pedro estaba realmente negando que el bautismo pueda lavar pecados o la naturaleza pecaminosa.

Para el mundo occidental moderno, cualquier aplicación de agua pareciera implicar la noción de lavamiento. Sin embargo, ese no fue siempre el caso. Durante el primer siglo, el bautismo fue normalmente usado como un ritual de identificación. Los seguidores de Juan fueron bautizados para identificarse con el arrepentimiento (Mt. 3:11; Hch. 13:24). Pablo expresaba que los hijos de Israel fueron bautizados en la nube y en el mar para identificarse con Moisés (1 Co. 10:1-2). Pablo no estaba dispuesto a bautizar a nadie para que se identificase con él (1 Co. 1:13-16). Queda claro que la trascendencia del bautismo no es como símbolo de lavamiento sino como símbolo de identificación.

El bautismo no limpia de pecado, ni literal ni simbólicamente. En caso de que nos queden dudas, el Nuevo Testamento presenta ejemplos claros de personas que fueron salvas y cuyos pecados fueron perdonados (lavados) antes de ser bautizadas en agua. Entre estos casos estaban Cornelio y los miembros de su familia. La historia de Cornelio la hallamos en Hechos 10, y luego se vuelve a contar en Hechos 11.

Cornelio era un gentil que, atraído por algunas costumbres judías, había comenzado a adorar al Señor de manera errada y desinformada. Un ángel del Señor le dio instrucciones a Cornelio que mandara a buscar al apóstol Pedro (Hch. 10:22), con la promesa de que Pedro les diría a ellos cómo ser salvos (Hch. 11:14). Cornelio obedeció las instrucciones del ángel y mandó a buscar a Pedro, pero según el texto, ni Cornelio ni los miembros de su casa todavía eran salvos.

Cuando Pedro llegó, anunció a Jesús como el Señor y el ungido de Dios (Hch. 10:36-38). Él les habló de la muerte y resurrección de Jesús (Hch. 11:39-41). Les predicó que Jesús un día juzgaría a los vivos y a los muertos (Hch. 11:42), y les declaró que la manera para recibir el perdón de pecados era creer en el nombre de Jesús (Hch. 11:43).

Todo parece indicar que Pedro solo había terminado la introducción del sermón que había planificado predicar (Hch. 11:15), cuando de repente fue interrumpido. El Espíritu Santo cayó sobre Cornelio y los miembros de su casa y comenzaron a hablar en lenguas y a glorificar a Dios (Hch. 10:46). Pedro y sus acompañantes inmediatamente interpretaron aquel fenómeno como el don del Espíritu (Hch. 10:45) que Jesús les había prometido a sus discípulos (Hch. 1:5). Pedro finalmente llegó a la conclusión de que esa era la misma obra de bautismo del Espíritu, la cual había comenzado en el Día de Pentecostés (Hch. 11:15-17), exactamente el mismo don que había sido dado a los seguidores originales de Jesús.

Cornelio y los miembros de su familia fueron indudablemente salvos en ese momento. Ellos habían escuchado el evangelio; habían escuchado la invitación a creer; habían recibido el don del Espíritu Santo, entendiéndose que era la obra de bautismo del Espíritu. En otra parte, el apóstol Pablo especificó claramente que esta obra de bautismo es lo que une a los creyentes al cuerpo de Cristo, haciéndolos miembros de Cristo mismo (1 Co. 12:12-13).

Antes de que Pedro viniera, Cornelio aún no era salvo, más cuando recibió el don del Espíritu, esa fue una declaración obvia de que había sido aceptado por Dios y perdonado. Él fue totalmente salvo y sus pecados fueron lavados. Sin embargo, es significativo que aún no había sido bautizado.

Solo después que Cornelio recibió el don del Espíritu, fue que Pedro mencionó el bautismo en agua; y les preguntó a sus compañeros: “¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?” (Hch. 10:47 RV60). Debido a que todos los creyentes deben ser bautizados y debido a que Cornelio y los miembros de su familia evidentemente eran salvos, solo quedaba razonar que debían ser bautizados también. Fue solamente a esta altura, después que Cornelio claramente había creído y había sido salvo, que Pedro les ordenó a él y a los otros que se bautizaran (Hch. 10:48).

El ejemplo de Cornelio ilustra el patrón invariable del Nuevo Testamento. Creemos en el Señor Jesucristo y somos salvos. Una vez que somos salvos, hemos de ser bautizados. El bautismo es la confesión del perdón que ya se ha recibido. Nunca será un medio para obtener el perdón.

Cornelio y toda su familia son ejemplos claros de personas que fueron perdonadas y salvas antes de ser bautizadas. Ningún pasaje del Nuevo Testamento jamás coloca al bautismo antes que el perdón, o hace del bautismo una condición para el perdón. El bautismo tiene lugar después de la salvación, porque la salvación se aplica sobre la condición de la fe.

En resumen, el bautismo no simboliza ni logra el perdón de pecados. Más bien el bautismo es una representación del evangelio, el cual muestra la muerte de Jesús y su resurrección. Es una confesión de fe, un emblema por el cual nos identificamos como creyentes en Cristo. Además, el bautismo es el primer paso de obediencia para las personas ya salvas.

Adaptación del libro Distintivos Bautistas pubicado por Editorial EBI

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