Según el catecismo de Westminster, las Escrituras enseñan principalmente al hombre lo que ha de creer respecto a Dios y los deberes que Dios impone al hombre (Jn. 5:39; 20:31; 1Jn. 1:3-4; Ro. 15:4; 1 Co. 10:11). La Biblia dice de sí misma que ha sido inspirada por Dios y es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia (2 Ti. 3:16).
Toda la Escritura se trata de la historia de Dios, nos muestra quién es Él, se revela en ella para que conozcamos su carácter, su amor, su ira, su misericordia, su justicia, su paciencia, sus atributos. Nos muestra el plan de redención en Cristo Jesús, hace sabios a hombres y mujeres para la salvación por la fe (2 Ti. 3:15), perfeccionándolos para dar testimonio de su fe en Cristo.
Desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento es la historia de Dios, en ellos, nos deja ver quién es Él y sus planes, desde principio hasta el final, dando testimonio de Cristo (Jn. 5:39). Así que pensar que la Biblia es machista es asumir que Dios es machista.
“…pensar que la Biblia es machista es asumir que Dios es machista”.
Machismo
Una definición de machismo dice: “Es el conjunto de actitudes y comportamientos que violentan injustamente la dignidad de la mujer en comparación con el varón”.[1]
La Real Academia Española lo define como: “Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”.[2]
Ambas definiciones son contrarias al carácter de Dios; sin embargo, el machismo existe, es una evidencia del pecado en los corazones y se ha manifestado a lo largo de la humanidad tanto en hombres, como en mujeres.
Mandato y promesa en el AT
A lo largo de la historia bíblica Dios siempre ha dignificado a la mujer, porque al igual que el hombre, Dios plasmó su imagen en ellos desde la creación (Gn. 1:27) y asignó roles de manera que ambos llevan a cabo los planes de Dios para cumplir sus propósitos y el plan de redención.
El primer mandato que Dios les dio después de haberlos creado fue:
“Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla…” (Gn. 1:28, RV60).
El propósito de Dios, que va inherente al mandato que les da, es que debían ser fructíferos, multiplicarse y llenar la tierra. ¿Cómo lo lograrían? Reproduciéndose. Tener hijos es una bendición, la paternidad y maternidad no son consecuencia de la caída, sino un llamado a cumplir el propósito de Dios de poblar la tierra, y a su tiempo, se cumpliría la promesa acerca del nacimiento del Mesías que salvaría a la humanidad de su condición del pecado.
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gn. 3:15, RV60).
A través de la historia bíblica del Antiguo Testamento, vemos cómo Dios dignifica a la mujer para cumplir su propósito tanto de poblar la tierra, como de dar a luz a las generaciones que precedían al Mesías. Mujeres como Eva que a pesar de haber pecado se le dio la bendición de ser madre y poblar la tierra, mujeres como Sara y Rebeca que, aun siendo estériles, Dios les concedía el ser madres cuando todo parecía imposible.
Mujeres como Ana, como Jocabed, como las parteras egipcias que preservaban a los hijos de las mujeres hebreas y de quienes el pueblo judío creció en gran manera. Mujeres como Ester o Débora, que, aunque no fueron madres, su vida fue de bendición para el avance del cumplimiento de los propósitos de Dios y la preservación de su pueblo, de donde vendría el Mesías, porque él siempre fue el fin desde el principio de la humanidad: Cristo, nuestra esperanza de gloria.
Es importante mencionar que a raíz de la caída y de habitar en un mundo roto y manchado por el pecado, a lo largo de la historia han existido hombres que, se han enseñoreado de las mujeres y las han mantenido cautivas en su propio hogar para servirse de ellas, las han maltratado, vendido, las han usado de manera pecaminosa y no con honra como la Biblia muestra que debieran ser tratadas.
“Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 P. 3:7, RV60).
El Antiguo Testamento, en la promesa dada a Adán y Eva acerca del Mesías que vendría, también las mujeres se beneficiarían. No es una promesa dada solo a los hombres, el Salvador vendría para redimir a hombres y mujeres, porque Dios no hace acepción de personas.
Mandato y promesa en el NT
La promesa se cumplió en el nacimiento, la muerte y resurrección de Cristo (Lc. 2:7; Jn. 12:31; 1 P. 2:24). El Salvador vino, como fue profetizado, y nosotros, estando muertos en nuestros pecados nos dio vida juntamente con él, perdonándonos todos los pecados cuando triunfó en la cruz (Paraf. Col. 2:13-15).
Estando ahora en Cristo, “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá. 3:28, RV60). Cristo vino a darnos libertad a hombres y mujeres por igual, libertad a todos aquellos que han creído por la fe en su obra, se han arrepentido de sus pecados y lo han confesado como Señor soberano (Ro. 10:9-10).
Tanto a hombres como a mujeres, Cristo nos dejó un último mandato y una promesa también:
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mt. 28:19-20, RV60).
Id y haced discípulos fue el mandato a hombres y mujeres, compartir y expandir el evangelio con todos aquellos con quienes tenemos cerca. Hablar las buenas nuevas de Jesús ¡corresponde también a las mujeres! ¡Qué gran dicha poder hablar de Jesús!
Cristo dignificó a la mujer en una cultura donde sí imperaba el machismo, donde los hombres tenían la última palabra y ellas eran minimizadas. Cristo, en su trato hacia las mujeres nos deja ver que las ama, les sirve, las considera sus discípulas y colaboradoras para el avance del Reino de Dios en esta tierra. Jesús rompió tabúes en la forma en la que trató a la mujer como portadora de la imagen de Dios.
“Cristo, en su trato hacia las mujeres nos deja ver que las ama, les sirve, las considera sus discípulas y colaboradoras para el avance del Reino de Dios en esta tierra”.
Vemos ejemplos claros en los evangelios, con Cristo conocemos que había mujeres que lo acompañaban mientras él anunciaba el reino de Dios en las ciudades y aldeas, otras que lo apoyaban con sus bienes (Lc. 8:1-3). Vemos también a la mujer en la resurrección mencionada en los cuatro evangelios (Mt. 28:1; Mr. 16:1; Lc. 23:55- 24:1; Jn. 20:1).
Era un escándalo saber de María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra (Lc. 10:39) como si fuera una estudiante rabínica. Era un escándalo que las mujeres suplieran sus necesidades tan de cerca (Mr. 15:41).
Era contracultural que tuviera misericordia con las mujeres de la calle, un claro ejemplo es la mujer encontrada en adulterio, la Palabra de Dios dice:
“Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” (Jn. 8:3-5).
La Ley que mandó Moisés decía que tanto el hombre como la mujer encontrados en adulterio, serían muertos (Lv. 20:10), pero tal parecía que, en una actitud machista, solo estaban culpando a la mujer; no obstante, Cristo tuvo misericordia de ella y la perdonó (Jn. 8:10-11).
“Jesús rompió tabúes en la forma en la que trató a la mujer como portadora de la imagen de Dios”.
Cristo dignificó a las mujeres, las amó, las llamó para ser discípulas y hacer discípulos también, su lugar en el hogar, criando hijos y preservando la humanidad sigue siendo una bendición como desde el inicio, eso no ha cambiado. Tener hijos, una familia, un hogar es una bendición y hay una conexión entre el hogar y la iglesia, pues es ahí donde los hombres demuestran su aptitud para liderar y pastorear la iglesia de Cristo (1 Ti. 3).
Las mujeres son partícipes del ministerio de Cristo, mas no en liderazgo, Cristo eligió a 12 apóstoles, 12 hombres de manera intencional porque estos serían quienes plantarían iglesias, quienes pastorearían a la grey, quienes velarían por hombres, mujeres, niños, niñas, viudas, huérfanos y la Palabra de Dios sigue siendo la misma desde aquél entonces, no ha cambiado.
¿Es acaso Cristo machista por eso? No. Su enseñanza sigue todo un hilo de pensamiento desde el Antiguo Testamento en Génesis 1-2 hasta 1 Corintios 11, Efesios 5 y 1 Timoteo 2 en el que los hombres, tanto en las familias como en la iglesia, serían los líderes de acuerdo con el carácter de Cristo, es decir: líderes siervos, humildes, bondadosos, misericordiosos. Líderes a quienes las mujeres pudieran acudir con sus dones y talentos dados por el Espíritu Santo para apoyar, mas no suplir, el liderazgo del hombre y juntos cumplir el plan de Dios al avanzar su reino en la tierra. De manera individual y juntos, como lo hemos visto desde el principio de la historia. Dios gobierna.
La promesa dada a hombres y mujeres fue: “y yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mt. 28:20, RV60). Un Dios que, no se rige por la cultura y que sin distinción cuida y está presente en la vida de hombres y mujeres. Un Dios que de tal manera amó al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree (hombres y mujeres), no se pierda, más tenga vida eterna (Jn. 3:16 énfasis agregado).
[1] https://www.gob.mx/conavim/articulos/sabes-que-es-el-machismo
[2] https://dle.rae.es/machismo
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