Rara vez nos detenemos a pensar en cómo estamos practicando nuestro rol de esposa a la luz de la Biblia, ¿no es cierto? Somos más propensas a pensar en cómo nuestro esposo no está practicando su rol bíblico o a medirlo según nuestras expectativas. Y probablemente, todas podemos argumentar por qué sí o por qué no lo hacemos. Sin embargo, el filtro por el cual encauzamos nuestras respuestas no son nuestras emociones, no es lo que aprendimos de pequeñas —bueno o malo—, no es lo que dice el mundo, sino lo que dice la Biblia. ¿Qué dice Dios en Su Palabra acerca de cómo amar a nuestro esposo? Por eso, hoy deseo animarte a pensar en las razones por las que amar a tu esposo según la voluntad de Dios es, sin duda alguna, el mejor camino en el cual andar.

Ama a Dios más que a tu esposo

Definitivamente, no podemos dar lo que no tenemos; por ende, damos lo que sí tenemos o aquello de lo que estamos llenas. ¿De qué está lleno tu corazón con respecto a tu esposo? El primer y más grande mandamiento es amar a Dios con todo nuestro ser (Éx. 20:4-5; Mt. 22:37-38). ¿Cómo lo hacemos? Reconociendo que por la fe en Cristo:

«Nosotros amamos porque Él nos amó primero» (1 Jn. 4:19).

Su amor nos transforma día con día; porque somos Suyas, el fruto de ello es la obediencia a Él (Jn. 14:15) y un carácter que se parece al de Cristo. Esto significa que solo puedo amar a mi esposo si amo a Dios con todo mi ser a través de Cristo; el amor con el que amo a mi esposo es una respuesta a Su amor.

¿Cuál es el problema? El pecado. Nuestra tendencia rebelde a colocarnos en lugar de Dios para decidir qué y cómo hacer las cosas. En vez de destronar del corazón nuestro ego para que Cristo crezca, nos justificamos para hacer lo que deseamos. No sé tú, pero yo constantemente batallo con el pecado de orgullo, manipulación y autojusticia. Distorsiono la manera en la que amo a mi esposo porque pienso: «Yo me merezco (llena el blanco)», e inmediatamente viene el sentimiento de indignación, enojo o tristeza, que termina en una acción de rechazo hacia él.

¿Qué tal si mejor meditamos en el amor del Señor? ¿Y si recordamos cuánto Él nos ama, que se encarnó y dio a Sí mismo por nosotras en una cruz (Ef. 5:2), que nos amó primero sin que lo mereciéramos (Ro. 5:8) y que nos ama con un amor eterno? Nada nos separa de Su amor (Ro. 8:35-39) porque no se basa en nuestras obras ni en nuestros méritos, sino en la obra de Cristo. Si me deleito en el amor de Dios cada día, mi esposo será grandemente beneficiado, porque el amor de Dios me llena de tal manera que ya no le impongo amarme a mi manera. Cuando recibimos el amor de Dios por fe, nos regocijamos más en dar que en recibir.

¿Cuánto cultivas tu comunión con Dios diariamente?

Amando a tu esposo (ser, corazón)

No podemos amar a nuestro esposo según la voluntad de Dios con un mero reajuste en nuestro comportamiento, como cuando un niño obedece a su padre a regañadientes, pero su corazón no cambia. Si amamos a Dios y tenemos una relación con Él, somos transformadas progresivamente por el poder del Espíritu Santo (2 Co. 3:18) para parecernos a Cristo, lo que impacta nuestra relación matrimonial. De lo contrario, nos ponemos en el centro, olvidando que nuestro esposo también tiene luchas como nosotras. No siempre sabemos cómo Dios está obrando en él y deseamos que el cambio ocurra a nuestro ritmo. No sé cuánto oras por tu esposo, pero si lo haces diariamente, ora para que él ame más al Señor que a ti y tenga temor de Él, y espera en el Señor porque ciertamente Él escucha y obrará en Su tiempo y según Su propósito. Nuestra necesidad de amor, aceptación y valor provienen de Dios, pero cuando le cargamos esta responsabilidad a nuestro esposo, exigimos, nos frustramos y nos victimizamos, trayendo amargura a nuestro corazón.

Ama a tu esposo conociéndolo. Reconoce que es pecador como tú, necesitado de Cristo como tú. Su camino de santificación es muy diferente al tuyo. Tú no eres el Espíritu Santo ni su mamá, solo Dios puede cambiarlo. Tu amor se muestra en tu paciencia porque reconoces que Dios es paciente contigo; se refleja en el respeto porque reconoces el liderazgo que Dios le ha dado; en dejarte guiar porque reconoces que Dios le ha dado sabiduría, y cuando se equivoca, tu papel como ayuda idónea es alentarlo, no condenarlo.

Tu sujeción es preciosa ante Dios porque muestra que dependes de Dios y no de tu esposo. Cuando él se equivoque y peque, no eres su juez, eres su compañera. Quizá pienses: «Es que no conoces mi situación» o «¡Qué difícil! Por eso no debí casarme». ¿Sabes qué le estás diciendo a Dios? «Si no se hace a mi manera, no me gusta».

Sé que en nombre de las emociones y el feminismo —no solo como ideología, sino como consecuencia del pecado— se nos ha presentado otro camino para reinterpretar nuestro llamado de ser como Cristo (Ro. 8:29) en nuestro rol de esposa (Gn. 2:18-24). Amada hermana, quita la mirada de tu esposo; él no es tu Salvador ni Señor, solo Cristo te rescató de la muerte y te da vida. Tu esposo es un regalo de Dios para tu santificación. Él no es tu enemigo, es tu hermano en Cristo o tu prójimo a quien debes amar, tal como dice el segundo mandamiento más importante (Mt. 22:39). Sé que los matrimonios son complejos, pero la verdad de Dios sigue siendo la misma en medio de tu realidad. No camines sola, busca ayuda en tu iglesia local.

Examínate (hacer)

Cuando tu corazón es transformado por tu relación con Dios, te despojas del pecado que te asedia, renuevas tu mente por medio del Espíritu y Su Palabra y te revistes de Cristo. Entonces, el resultado de amar a tu esposo será para la gloria de Dios, con la ayuda de Dios y para el bien de tu esposo.

En nuestro proceso de santificación, debemos examinar nuestros corazones para ser instrumentos de amor hacia nuestro esposo. Reflexionemos:

  • ¿Respetas a tu esposo o lo deshonras con tus palabras y acciones? (Ef. 5:22-24)
  • ¿Eres ayuda idónea o lo manipulas y controlas? (Gn. 2:18)
  • ¿Lo ridiculizas en público? (Prov. 15:1)
  • ¿Eres agradecida por lo que hace y se lo haces saber? (1 Tes. 5:18)
  • ¿Perdonas setenta veces siete o guardas rencor? (Luc. 17:4)

Según tus respuestas, pregúntate: ¿Por qué sí o no lo hago? No busques excusas, solo escudriña tu corazón, pídele a Dios que te ayude y acércate a una hermana que ore contigo.

Cuando una hija de Dios confía y depende de Él, vemos milagros en nuestros corazones y matrimonios. Dios, quien diseñó a tu esposo, es el esposo perfecto para Sus propósitos en tu vida y en la de él. Por eso, crece en tu relación con Dios a través del estudio de la Palabra, la oración y la comunión con Él. Vale la pena vivir en Su voluntad.

Lee el primer post de esta serie aquí.


Comparte en las redes