Anteriormente escribí un artículo cuestionando si deberíamos usar Jeremías 17:9 para describir el corazón del creyente. Ahora quiero dar seguimiento a esa reflexión desafiando un uso similar de una declaración en Isaías 64:6: «todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia» (RVR60), o «todas nuestras obras justas son como un trapo de inmundicia» (NBLA).
Una cosa es citar esta declaración en un contexto evangelístico, para subrayar la imposibilidad de obtener una posición justa ante Dios mediante la obediencia personal. Pero ¿acaso las obras justas del cristiano son sucias ante los ojos de Dios?
A veces, así lo siento. Me quedo muy por debajo de mis propias expectativas, no digamos de las de Dios. Incluso cuando mis acciones se aproximan a los mandamientos bíblicos, mis motivos pueden ser una mezcla de intenciones piadosas e impías. Sin embargo, ¿significa esto que tales luchas equivalen a «trapos de inmundicia»? ¿Estoy condenado a no poder agradar a Dios en esta vida?
Considerando el contexto
Para responder adecuadamente, debemos primero considerar el significado contextual de Isaías 64:6. En anticipación al exilio babilónico, Isaías presenta en 63:15 – 64:12 una oración para que los deportados judíos clamen a Yahvé por liberación y restauración. Las declaraciones del versículo 6 son una humilde confesión del pecado de Judá como causa del juicio del exilio. Cada línea describe el pecado en términos gráficamente devastadores.
«Todos nosotros somos como el inmundo» alude a la categoría mosaica de impureza ritual que descalificaba a los israelitas del culto.
En la segunda frase, la BTX traduce con valentía: «Y nuestra justicia como trapo de mentruo». Al igual que la primera línea, esta declaración señala impureza ritual, pero en los términos más repulsivos (cf. Ez. 36:17).
«Todos nos marchitamos como una hoja» representa al pueblo como una hoja que se seca y se desintegra bajo el juicio divino.
La última imagen ilustra el poder irresistible del juicio: «nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran» (cf. Sal. 1:4).
Ni siquiera Juan Calvino —un firme defensor de la doctrina de la depravación total— creía que la metáfora del «trapo de inmundicia» se refiere a toda la humanidad. Según él, el profeta describe a los judíos que sufrirían la ira de Dios mediante el cautiverio, y así reconocerían la repulsividad de su justicia ante un Dios santo. El calvinista E. J. Young, por otro lado, sostiene que la afirmación de Isaías puede aplicarse legítimamente a todos los intentos de justicia por parte de los inconversos (The Book of Isaiah, 3:496–97). Coincido con esta interpretación, especialmente a la luz de otros pasajes bíblicos (p. ej., Gn. 6:5; Pr. 15:8; 21:27; 28:9; Ro. 8:8; Ef. 4:17–19). La pregunta es si la expresión «trapo de inmundicia» también se aplica a los actos de justicia realizados por los regenerados.
Las obras justas del cristiano
La respuesta es algo compleja, dada la naturaleza progresiva de nuestra santificación. «Todos fallamos de muchas maneras» (Stg. 3:2). De hecho, negar que cometemos pecado es cometer el pecado de mentir (1 Jn. 1:8, 10). Pero el problema va más allá de los actos de pecado. La carne y sus deseos pecaminosos están siempre presentes en nosotros (Gá. 5:17). Además, el pecado del creyente entristece al Espíritu (Ef. 4:30) y puede contaminar incluso las obras que parecen justas. Puede, por ejemplo, obstaculizar nuestras oraciones (Mt. 6:14–15; 1 P. 3:7). Así que, incluso cuando oramos, el Señor podría no estar complacido. Como decían los puritanos, puede que tengamos que arrepentirnos incluso de nuestro arrepentimiento.
No obstante, antes de caer en una introspección paralizante, consideremos otra línea de enseñanza bíblica. Sorprendentemente, el creyente puede cumplir la Ley mediante el amor (Ro. 13:8–10; cf. Gá. 6:2). La clave es la presencia del Espíritu Santo. A través de la justicia, el gozo y la paz que produce el Espíritu, podemos verdaderamente agradar a Dios (Ro. 14:17–18; cf. Gá. 5:22–23). Nuestras oraciones pueden agradar al Señor (1 Ti. 2:1–3), al igual que nuestras provisiones para las necesidades materiales de otros (Fil. 4:18; 1 Ti. 5:4; He. 13:16), y nuestra resistencia cristiana ante el sufrimiento injusto (1 P. 2:20–23).
Algunas analogías
¿Significa esto que nuestras acciones agradables a Dios son impecables en todos los aspectos? Lo dudo. Algunas analogías humanas pueden ayudarnos a comprender esto:
Una niña lleva a casa un dibujo que hizo en la escuela, y su madre se emociona—no porque sea una obra de arte maravillosa, sino porque la niña se esforzó y lo hizo con el deseo de agradar a su mamá.
Un jugador de baloncesto de secundaria es elogiado por su entrenador—no porque nunca falló un tiro en toda la temporada, sino porque mejoró notablemente en un área específica.
Un estudiante obtiene una A en un proyecto—no porque sea el mejor trabajo posible, sino porque demuestra una gran competencia relativa a su nivel escolar.
Una empleada recibe un reconocimiento de la empresa—no porque nunca cometió errores, sino por su productividad constante a lo largo del tiempo.
¿Ves la idea? Y probablemente podrías pensar en otras analogías. Añade también el Salmo 103:13–14: «Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen. Porque Él sabe de qué estamos hechos; se acuerda de que solo somos polvo». Esta actitud paternal de Dios no solo lo mueve a perdonarnos cuando fallamos, sino también a aceptar nuestros esfuerzos modestos por obedecerle. Y puede hacerlo porque Sus normas de perfección ya han sido satisfechas en Cristo (Ro. 5:17–19; Gá. 4:4–5; Fil. 3:8–9).
La perspectiva del cielo
¿Y si aún te sientes tentado a creer que tus esfuerzos sinceros y dependientes del Espíritu para obedecer y servir a Dios son basura? Apocalipsis 19:6–8 debería consolarte… y asombrarte:
«Oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de fuertes truenos, que decía: “¡Aleluya! Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina. Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y Su esposa se ha preparado”. Y a ella le fue concedido vestirse de lino fino, resplandeciente y limpio, porque las acciones justas de los santos son el lino fino» (Ap. 19:6–8, NBLA).
En la última línea, el término traducido como «acciones justas» es literalmente «justicias» (en plural), en paralelo exacto con Isaías 64:6. Pero aquí, esas justicias no son «trapos de inmundicia», sino «lino fino, resplandeciente y limpio».
Esto no compite ni socava la justicia de Cristo. Por el contrario, nuestras obras justas están fundamentadas en la de Él y son inspiradas por ella (cf. Ap. 7:14). Son un reflejo de su carácter, forjado en nosotros a lo largo de la vida. Y por toda la eternidad, testificarán de la gracia de Dios al aceptar las acciones justas que Su Espíritu nos capacitó para llevar a cabo.
Este artículo fue publicado originalmente en Theology in 3D.

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