Jesús expresó una necesidad imperiosa de ir a la cruz. En Cesarea de Filipo Él dijo que «le era necesario [deo] ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas» (Mt. 16:21; Mr. 8:31; Lc. 9:22; ver Lc. 24:26; Hch. 17:3). Deo significa obligar; por tanto Él hacía referencia a algo obligatorio, necesario o apropiado.

Esta necesidad no significa que Jesús sencillamente estuvo conforme con el destino de todos los seres humanos, o que aceptó las consecuencias inevitables de Su impopularidad. Tampoco significa que Él deliberadamente provocó a los judíos para que lo mataran en un intento erróneo de apresurar la edad de oro del reino. La necesidad que Jesús sentía era completamente voluntaria y autoimpuesta. Él testifica diciendo, «Nadie me la quita [mi vida], sino que yo de mí mismo [ap emautou] la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar». (Jn. 10:18). Pablo utiliza el pronombre reflexivo para describir la muerte expiatoria de Cristo, mostrando Su voluntariedad: «…se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante». (Ef. 5:2); «se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte…» (Fil. 2:8).

Existen razones teológicas convincentes por las cuales la muerte de Jesús era necesaria; razones que Él mismo enunció. En el este artículo presentaremos dos de ellas y en un segundo artículo se expondrá la tercera.

Para cumplir el propósito eterno de Dios

La predestinación u orden previa no exige coacción. Los métodos de Dios no son mecánicos; Él puede determinar y hacer que tengan lugar acciones determinadas a través de las decisiones volitivas y no coercitivas de los seres humanos. Dios hace Su voluntad predeterminada a través de los motivos dominantes de los humanos de una forma que no viola su espontaneidad. Cuando Jesús habló sobre Su muerte, diciendo que era necesaria para cumplir con Su propósito eterno, Él no estaba diciendo que se encontraba en una situación forzada, impersonal y determinista.

El apóstol Pedro declara que Jesús estaba «ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios», (1 P. 1:20-21). Cuando aquí se habla de predestinación no se hace referencia a la presciencia, es decir, a una información anticipada acerca de un hecho, sino a un conocimiento que juega un papel decisivo en su fuerza. Es equivalente a la orden anticipada basada en el «anticipado conocimiento» del cual se habla en Hechos 2:23 («a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios», ver Hch. 4:27-28). En este texto la predeterminación y el conocimiento anticipado se ponen en paralelo, lo cual sugiere que el conocimiento anticipado es dinámico y activo. Es decisivo. Logra sus objetivos y no recibe sencillamente de forma pasiva información sobre el futuro. El conocimiento anticipado participó activamente a la hora de entregar a Jesús a la cruz para que llevara a cabo la expiación.

En una ocasión Jesús oró diciendo, «Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora». (Jn. 12:27). Juan habla del «Cordero que fue sacrificado desde la creación del mundo». (Ap. 13:8, NVI)[1]. La cruz era parte del propósito eterno de la misión y el mensaje de Cristo para la humanidad en los días que Él anduvo en la carne.

Para cumplir las profecías

Las profecías bíblicas, en un sentido legítimo, constituyen una historia escrita de antemano. A menos que creamos en la actual moda pasajera del teísmo abierto, la profecía es sencillamente una cortina que se corre para dejar vislumbrar una pequeña parte del decreto abarcador de Dios.[2] Como los métodos de Dios no son mecánicos, el cumplimiento de los acontecimientos profetizados no debe analizarse desde un punto de vista impersonal o fatalista.

Jesús era consciente de las profecías que tenían que ver con Su muerte y con los factores relacionados con ésta. En el jardín de Getsemaní cuando Sus enemigos llegaron para arrestarle con espadas y palos Pedro trató de defender a su Maestro con una espada. Pero Jesús le dijo, «Vuelve tu espada a su lugar… ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?» (Mt. 26:52-54). Tras Su resurrección, cuando caminaba con los dos en el camino a Emaús, Jesús al final los instruye acerca de las profecías bíblicas: «Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (Lc. 24:44). Su conclusión fue, «Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día» (Lc. 24:46).

Puedes leer la segunda parte de este artículo aquí.

Este artículo es un extracto del libro Teología sistemática del Nuevo Testamento, publicado por Editorial EBI.


[1] Existe una diferencia de opinión con respecto al orden de las palabras en este fragmento. La Biblia de Jerusalén (tercera edición) dice: «…todos los habitantes de la tierra cuyo nombre no está inscrito, desde la creación del mundo, en el libro de la vida del Cordero degollado».

[2] No estoy sugiriendo que adoptemos un enfoque displicente y facilista ante algunos de los problemas de este gé­nero de la literatura bíblica. En ciertos textos la relación de la condicionalidad en las profecías bíblicas constituye un problema peliagudo.


La Teología Sistemática del Cristianismo Bíblico de Rolland McCune es una lectura obligada para aquellos que desean ir más allá de lo básico de la doctrina bíblica. McCune aporta un fuerte énfasis en la base exegética para cada doctrina y enseñanza. Este libro es muy atractivo y comprensible. Incluso las doctrinas complejas están escritas de una manera clara y concisa para cualquier lector.


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