Padre nuestro, que estás en los cielos, clamo por tu fidelidad y misericordia. Responde mi súplica y mi oración que con el corazón elevo a ti. Padre, reconozco mi pecado y mi necesidad de ti. Reconozco que me hace falta tu sabiduría y tu gracia en mi maternidad . ¡Te necesito tanto! He pecado y he cometido errores de los cuales he visto las consecuencias, pero también he visto tu gracia en aquellas de las cuales me has librado.

Necesito de ti, Señor, estoy sufriendo y me duele el alma de ver a mis hijos lejos de ti, negando tu Nombre, dándote la espalda, huyendo de ti. El enemigo atenta contra mi vida en gran dolor y angustia porque por momentos me olvido de tu gran amor y gracia, de tu soberanía al permitir todo esto que acontece para tu gloria, para transformarme, para santificarme y acercarme más a ti en oración, en clamor, en súplica y dependencia de ti.

Me aplasta contra el suelo trayendo condenación, culpa y vergüenza, me obliga a vivir en las tinieblas por el miedo a ser juzgada por propios y extraños; por aquellos que olvidan que la gracia es inmerecida para los corazones contristados, los que reconocen su necesidad de un salvador.

Vivo en las tinieblas de la injusticia y el juicio letal de los que me culpan por la lejanía de mis hijos, cuando olvidan y olvido también que la salvación y el llamado te pertenece a ti, que tú tienes misericordia de quien quieres tener misericordia.

Me obliga a vivir en las tinieblas como si no hubiera esperanza; me nubla la visión y el conocimiento de ti, olvido quien eres tú y me centro en mí y en mis hijos. Suelo sentir el dolor tan profundo y agudo que, por momentos, quisiera morir porque eso parece que me acontecerá.

Me duele en el alma pensar que mis hijos no morarán con Cristo en la eternidad y que su vida en esta tierra será contada con los que aman la maldad de la humanidad y no la bondad de Dios. Noches en vela me recuerdan la vida de antaño, los momentos felices cuando su corazón parecía estar inclinado hacia ti, oh, Dios.

Traes a mi memoria su crecimiento y sus manifestaciones más constantes del pecado en sus corazones poco a poco acrecentándose, poco a poco yéndose del camino angosto. No lo pude contener, pensé que era una fase, una etapa en su crecimiento e inmadurez; y, aún con eso, veo tu presencia, tus proezas, la obra de tus manos al cuidarlos, pero también al cuidad mi corazón al llevarme a los pies de la Cruz en clamor, en desesperación atendiendo el llamado de Cristo cuando nos dijo: «Venid a mí los que estáis cansados, todos los cargados, que yo os haré descansar».

Considero la obra de tus manos porque he de reconocer que he visto tu bondad, tu gracia, tu misericordia al trabajar en nuestros corazones. Hago memoria de ti y veo cuán grande ha sido tu amor por nosotros. No hemos perecido, todos los días tenemos la oportunidad de venir a ti en arrepentimiento de nuestros pecados y en la fe de que nos perdonarás porque eres bueno, oh, Señor.

Puedo dar testimonio de que mis hijos, aunque lejos de ti, tú sigues reinando sobre ellos, te pertenecen y has preservado sus vidas. Creo en ti, clamo a ti, hacia ti extiendo mis manos. Cuando no sé qué hacer, voy delante de ti y clamo desde el centro de mi alma: «¿Hasta cuándo, oh, Señor?». No como reclamo, sino como un recordatorio continuo de que me haces falta como el agua a tierra seca.

¡Vivifica mi fe! ¡Alienta mi esperanza! Hazme recordar la vida que tengo en ti, trae a mi memoria el gozo de mi salvación, para que cuando el desánimo haga acto y presencia, pueda recordar que todo tiene un propósito en ti, porque nuestra historia está tejida dentro de tu gran y verdadera historia: la historia de Redención.

Respóndeme pronto, oh, Señor, que el aliento se me escapa. Ten misericordia de mis hijos, atráelos a ti. Búscalos, encuéntralos y llámalos a ti con tu gracia irresistible, con tu amor inquebrantable. ¡Ten piedad, oh, Señor! 

Yo también necesito de ti, de tu presencia, de tu amor. No escondas de mí tu rostro o seré como los que bajan a la fosa. Ayúdame a recordar que en tus manos están mis hijos y no en las mías. Ayúdame a recordar que tú los amas más que yo, que quieres su salvación y que por los perdidos es que vino Jesús. Que no lo olvide nunca, mi Señor. En ti he puesto mi confianza y debo descansar en que tus planes son mejores y mayores para mis hijos, aunque por el momento no lo entienda.

Señálame el camino que debo seguir porque no quiero centrarme en mis hijos y olvidarme de ti, de tu obra y de que tú orquestas todo para nuestro bien, pero para tu propia gloria. Ayúdame, Señor, escucha mi clamor porque es a ti a quien elevo mi alma. 

Por tu gran amor, oh, Dios, en la cruz, por medio de Cristo has destruido el mayor de mis enemigos y de los enemigos de mis hijos, acabaste con el que quiere y busca destruir nuestras almas. No tengo temor, confío en tu compasión, en tu gracia, en tu misericordia y en que tú harás tu perfecta, buena y agradable voluntad. 

Confío y espero en ti. Como familia, llévanos a permanecer en ti día a día anclados en la esperanza de salvación y restauración para nuestros hijos. Ayúdanos a perseverar en oración y dependencia de ti, clamando por el corazón y la salvación de nuestros hijos. Permítenos ver a nuestros hijos rendidos a ti en adoración. Que nuestros ojos puedan ver tu bondad en la tierra de los vivientes. En Cristo Jesús, amén.

Este post fue publicado originalmente en el blog de Karla de Fernández, Escribo para no olvidar.


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