Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna. (Heb. 4:15-16)

Ese día la falta de sueño se sentía como una carga más pesada de lo normal.  Mi reloj sonó a las 5:30 de la mañana, pero yo solo había dormido un par de horas atendiendo al bebé en la madrugada. La tarea titánica de cocinar, lavar, barrer y trapear mientras tienes un bebé podría ser más que suficiente para alguien que solo ha dormido por ratos durante el último año, pero a eso hay que sumarle el tener una hija mayor que tiene sus propias necesidades, problemas, frustraciones y responsabilidades, de las cuales también debo estar al tanto.

Con el bostezo en la boca y el cuerpo lento, me levanté para intentar sacar la mujer maravilla que hay en mi, al fin y al cabo, yo siempre he sido lo suficientemente fuerte y lista como para lograrlo. Así que, poniendo mi esperanza en la hora mágica de la siesta del bebé, comencé como pude mis tareas diarias.

No pasó mucho tiempo antes de que mi día se hiciera pedazos. El bebé estuvo llorando más que de costumbre, mis manos torpes dejaron caer un huevo al piso, y descubrí – limpiando ese huevo que se me había caído – que el perro se había orinado furtivamente al lado de la nevera. En mi mente luché con el pensamiento de si no sería más lindo que mi esposo saliera de su oficina en casa para ayudarme un poco, y justo en ese momento, mi hija comenzó a lloriquear porque no entendía una pregunta del examen virtual de matemáticas. ¿Sí les dije que tenía la esperanza puesta en la hora de la siesta del bebé? Bueno, mi momento feliz duró 10 minutos, porque alguien timbró en la puerta y el perro comenzó a ladrar como si no hubiese un mañana…  Y ahí estaba la mujer maravilla sobrepasada emocionalmente, casi al punto de las lágrimas, pensando si sobreviviría ese día y el siguiente y el siguiente.

¿Alguna vez has pasado por algo similar? Podría asegurar que sí. La labor de ser madre no es sencilla, pero se nos ha enseñado que somos lo suficientemente fuertes, valientes e inteligentes para hacerlo todo y hacerlo bien. Se nos ha dicho que confiando en nosotras mismas y nuestro “instinto de madres” podremos tomar las decisiones correctas para tener éxito en la crianza. Nos hemos repetido que jamás cometeremos los errores de nuestros propios padres y que seremos mejores que ellos. Nos hemos convencido de poseer la suficiente sabiduría y autocontrol para tratar a nuestros hijos. Nos creemos autosuficientes.

Pero a todas nos llega un punto en nuestra maternidad donde tenemos que reconocer que no tenemos idea de lo que estamos haciendo y tampoco sabemos cómo continuar o qué rumbo tomar. Y ¡oh, mi hermana!… Ese es un buen lugar para nosotras, ese es el punto al que deberíamos llegar, porque es justo allí, cuando el orgullo se cae y la realidad golpea nuestra cara, donde el Señor quiere que recuerdes que eres una madre insuficiente, pero que lo tienes a Él, quién es suficiente.

Así que recurre a él diariamente. Tenemos un Salvador que reconoce nuestra condición y se acuerda de que somos polvo (Salmo 103:14); nuestro buen Señor se compadece de nuestras flaquezas (Heb. 4:15); Él es la luz del mundo y por Él ya no andamos en tinieblas (Juan 8:12); Él es la vid y permaneciendo en Él podremos dar mucho fruto (Juan 15:5). Por tanto, acércate con confianza al trono de la gracia y ora:

Ora por un carácter conforme al corazón del Padre.

Ora para que la Palabra more en abundancia en tu corazón y mente.

Ora por un espíritu humilde y enseñable.

Ora por sabiduría para criar a tus hijos.

Ora por amor para tratarlos.

Ora por compasión al tratar sus errores.

Ora por fuerza física para atender sus necesidades.

Ora por paciencia cuando no están haciendo lo que deberían.

Ora por diligencia para corregirlos a tiempo.

Ora por inteligencia para apartarte de lo malo y ser ejemplo para ellos.

Ora por que tu corazón ame a todos por igual, sin preferencias.

Ora para que la voluntad del Señor sea hecha en ellos, no la tuya.

Ora para que tu identidad esté en Cristo, no en los éxitos o fracasos de tus hijos.

Ora para que tu espíritu competitivo muera cuando se trata de ver la crianza de otras madres.

Ora por la gracia que necesitas para ser madre, porque…

NO PUEDES SOLA.

Y en cambio, Jesús está dispuesto en el trono de la gracia a otorgarte todo lo que necesitas para la tarea que te ha encomendado.

Este artículo fue publicado originalmente en Crianza Reverente.


Criando con palabras de gracia

Como padre o madre, tus palabras son poderosas. Lo que dices y cómo lo dices tiene la capacidad de invitar a tus hijos a profundizar la relación contigo o de alejarlos. Es más, en un sentido muy real, tus palabras representan —o representan mal— las Palabra de Dios a sus hijos. Esto significa que tienen el poder de determinar la manera en que tus hijos vean a su Padre celestial.


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