Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios, Juan 3:3.
¿Qué quiere decir estar plenamente vivo? ¿Te has hecho esa pregunta? Vivimos en un mundo donde se puede definir de tantas diferentes maneras el concepto de la vida. Para unos, la vida es disfrutar cada momento que se te presenta—sacarle lo mejor a la vida. Para otros, la vida es avanzar en tus sueños. Ponerte retos, alcanzarlos y luego superarlos con más y mejores retos.
Biológica y médicamente entendemos que la vida es tener signos vitales. Pero me parece que la gran mayoría de las personas entiende que la vida—la verdadera vida—trasciende la oxigenación de la sangre o el ritmo cardiaco. En otras palabras, entendemos que no todo el que está vivo, realmente está viviendo. La felicidad, la paz y la salud espiritual son parte de vivir, y si esos aspectos (y muchos más) están ausentes en la vida de alguna persona, dicha vida no es vida—por lo menos no en su máximo alcance.
Es por eso que el deporte, una buena dieta, relaciones sociales saludables, estabilidad económica, y visión a futuro son aspectos que comúnmente escuchamos como parte esencial para vivir bien. Y sin embargo, nos damos cuenta que no es tan fácil. La depresión afecta a todos por igual—a los que tienen una buena dieta o no, los que hacen deporte o no, o los que tienen mucho dinero o no. La falta de felicidad, de identidad y de propósito provoca que muchos digan, “no tengo razón para vivir”.
Por lo tanto, la pregunta persiste, ¿qué quiere decir estar plenamente vivo? En las Escrituras encontramos la respuesta a esta importante cuestión. Vivir, realmente vivir, solo es posible en Cristo. Pero para vivir en Cristo es imprescindible nacer de nuevo. ¿A qué me refiero? Permíteme explicar.
Un nuevo nacimiento
En el Evangelio de Juan encontramos una conversación que ha cautivado el corazón de millones a lo largo de la historia. Jesús estaba en el inicio de su ministerio en la tierra cuando esta conversación tomó lugar. Este judío proveniente de una ciudad insignificante, Nazaret, estaba causando una verdadera conmoción en todo lugar que visitaba. Las masas se acercaban para oírle hablar. Hablaba con autoridad (Mt. 7:21) sin ser autoritario. Hablaba con dureza sin dejar de ser gentil. Predicaba un mensaje ansiado por muchos, “el reino de Dios se ha acercado” (Mr. 1:15) y por lo tanto su personaje tenía que estar personificando algo más. No solo era un profeta, un maestro. Tenía que haber algo más.
Es aquí donde escuchamos hablar a un maestro de la ley llamado Nicodemo. Él comenta, “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él” (Jn. 3:2). Lo que Jesús responde ante ese comentario es revelador. Jesús demuestra su deidad porque contesta algo que Nicodemo no había preguntado, pero que evidentemente estaba en su corazón. ¿Cómo puedo ser parte del reino de Dios? Jesús replica, “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Nicodemo reconoce que Jesús venía de Dios. Ahora Jesús revela cómo Nicodemo puede llegar a Dios.
El ser humano necesita vida verdadera—para eso fuimos creados. Pero solo en Jesús encontramos lo que tanto ansiamos, vida. Esta vida es una nueva vida, que a su vez llega por medio de un nuevo nacimiento. Jesús está haciendo referencia a lo que conocemos como regeneración. Es decir, ya somos una criatura—somos seres humanos. Pero eso no es suficiente para vivir realmente. Necesitamos ser una nueva criatura (2 Co. 5:17). En otras palabras, para vivir necesitamos nacer—nacer de nuevo. Esto quiere decir que necesitamos que Dios nos transforme, nos repare, nos restaure.
Una nueva visión
Jesús agrega el propósito de “nacer de nuevo”. Jesús dice, “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Jesús asegura que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios. Ser ciego físicamente hablando es algo trágico. Pero Jesús no está hablando de una ceguera física, sino de una espiritual. El que no “ha sido regenerado” por el Espíritu de Dios no tiene a capacidad de ver, de apreciar, de entender su condición espiritual (Mt. 13:14). El nuevo nacimiento abre nuestros ojos espirituales para poder observar espiritualmente.
Una persona que ha nacido de nuevo, es decir, que ha creído en el evangelio de Jesús y se ha arrepentido de sus pecados, puede vivir plenamente porque puede ver plenamente. En Cristo podemos ver por qué y para qué fuimos creados. En Cristo podemos ver a Dios. En Cristo podemos ver nuestra responsabilidad como padres, esposos, hijos, abuelos, etc. En Cristo podemos ver qué pasará en el futuro con mi país, mi cuerpo, mi alma. En Cristo podemos ver la revelación de Dios en las Escrituras. En Cristo podemos ver los montes, el sol y las estrellas y ver el magnífico poder de Dios. El que nace de nuevo puede ver de una forma que antes no podía hacerlo. El que nace de nuevo puede ver lo que antes solo parecía tinieblas y confusión. Y lo más importante de todo, el que nace de nuevo puede ver el reino de Dios.
El que nace de nuevo puede ver lo que antes solo parecía tinieblas y confusión. Y lo más importante de todo, el que nace de nuevo puede ver el reino de Dios.
Un nuevo reino
No es casualidad que Jesús haya dicho, “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Jesús llegó a la tierra para instalar su reino en la tierra. Por lo menos así lo dice él mismo en Marcos 1:15, “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. Claro, Jesús “vino a buscar y salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). Pero tenemos que entender que todo lo que Jesús hizo está construido sobre la premisa de que el reino de Dios ha llegado a la tierra. Jesús inauguró su reino y por fin podemos ser ciudadanos celestiales. Pedro lo dice así, “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pe. 2:9). En Cristo, somos su pueblo, su nación, su reino. Jesús deja claro que solo los que “han nacido de nuevo” pueden ser parte de este reino.
La parte crucial de esta verdad, es que solo los ciudadanos de este reino pueden vivir real y plenamente. Solo ellos pueden experimentar qué es vivir, no solo en la nueva creación (Ap. 22), sino también aquí en la tierra. Las bendiciones celestiales pueden ser experimentadas en la tierra solo por aquellos que han puesto su confianza en Jesús. Las promesas futuras afectan nuestro presente. El Salvador transforma nuestras vidas para que podamos encontrar paz incomparable. Nos sentimos amados, protegidos, guiados y guardados. Nuestra mira está en proclamar el reino de Dios en la tierra. Nuestra meta es expandir su reino. Solo el ciudadano del cielo puede vivir plenamente en la tierra.
Gracias a Dios por la vida eterna en Cristo Jesús. Gracias porque en su misericordia nos da la bendición de ser “parte del reino de Dios”. Expandamos su reino, proclamemos su mensaje, adoremos al Rey y celebremos que ya no somos de esta tierra. Hemos sido transferidos del reino de las tinieblas al reino de la luz (Col. 1:13).