Al predicar recientemente sobre el Sermón del Monte (Lc. 6:20-49), me ha llamado la atención cómo nuestro Señor hace a veces una afirmación absoluta, pero luego él o un autor bíblico la matiza de alguna manera. En primer lugar, Cristo llama la atención de sus oyentes y perturba sus conciencias con una exigencia radical. A continuación, los pone en el camino para identificar su punto básico y averiguar los matices de la aplicación. Esto es similar al proceso interpretativo que hay que seguir con las generalizaciones del libro de los Proverbios.

Tal es el caso de un dicho de Jesús que es probablemente una de las líneas bíblicas más citadas en Estados Unidos. Mateo 7:1 (RV60): “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. En el Sermón del Monte se lee: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados” (Lc. 6:37a, RV60).

Lo que no significa “no juzguéis”

El mandato de Jesús no puede prohibir todo juicio moral sobre las acciones de las personas. Unos versículos más adelante anima a observar y evaluar el “fruto” de las personas, por ejemplo, su conducta (vv. 43-45). También espera que sus discípulos ayuden a otros discípulos a eliminar de sus vidas comportamientos inapropiados relativamente poco significativos (vv. 41-42).

Del mismo modo, al establecer los pasos de la disciplina eclesiástica, nuestro Señor nos dice que confrontemos el pecado en la vida de los demás (Mt. 18:15-20). En este sentido, las Epístolas contienen declaraciones como ésta: “Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gá. 6:1). Así que, aunque “no juzguéis” suene a absoluto, no lo es. Hay un tipo de juicio que no sólo está permitido, sino que es requerido.

Lo que significa “no juzguéis”

Entonces, ¿qué está diciendo Jesús cuando ordena “no juzgar”? Al parecer, está prohibiendo lo que llamamos enjuiciamiento o criticismo: una actitud censuradora, un espíritu crítico, una postura dura hacia las personas. En términos positivos, nos insta a demostrar un espíritu de gracia.

El resto de la Escritura, junto con el sentido común, explica con mayor precisión en qué consiste esto. A continuación, hay una docena de aplicaciones específicas. No pretendo que sean originalmente mías. Mi esposa dice que le robé un par de ellas, pero eso puede ser un poco enjuiciador. En cualquier caso, espero que encuentres estos puntos útiles mientras te esfuerzas por interactuar con los demás de una manera llena de gracia. A mí, desde luego, me han convencido.

  1. No asumas tu propia superioridad moral. Este era uno de los problemas del hombre descrito en Lucas 18:11-12: “El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano”. Puede que, de hecho, seas más maduro u obediente que otra persona. Pero ten siempre presente que cualquier cosa buena en tu vida es producto de la gracia (1 Co. 4:7; 15:10). Un espíritu jactancioso y arrogante no sólo es ofensivo para la gente, sino que le roba la gloria a Dios.
  2. No saques conclusiones precipitadas. Asegúrate de tener todos los hechos antes de adoptar un punto de vista. Distingue entre hechos objetivos y opiniones subjetivas. “Todo lo verdadero… en esto meditad” (Fil. 4:8).
  3. No te concentres en las debilidades y fracasos de las personas. En su lugar…
  4. Busca y celebra las evidencias de la gracia en la vida de las personas. “…si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad” (Fil. 4:8). Aunque a menudo tenía que lidiar con problemas en la vida de sus lectores, Pablo solía comenzar sus Epístolas alabando a Dios y elogiando a los creyentes por aspectos específicos de su crecimiento espiritual (por ejemplo, 1 Ts. 1:2-10). ¿Cuál es tu tendencia predominante: la búsqueda de fallos o la identificación de las evidencias de gracia en las personas?
  5. Da a las personas el beneficio de la duda y esfuérzate por creer lo mejor de ellas. El amor “…todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. (1 Co. 13:7). La norma de los tribunales es el enfoque correcto de la vida en general: una persona es considerada inocente hasta que se demuestre su culpabilidad, y la culpabilidad se establece sólo cuando hay pruebas más allá de toda duda razonable.
  6. No asumas los motivos de la gente. Aquí nos enfrentamos a una tensión. Por un lado, Jesús enseña que las palabras y las acciones de las personas generalmente exponen sus corazones (Lc. 6:43-45). Y no nos atrevemos a ser ingenuos sobre la naturaleza humana, dado todo lo que la Biblia enseña sobre nuestra depravación (Ef. 4:17). Por otra parte, no somos omniscientes, ni nuestras interpretaciones son infalibles. Las palabras y acciones de las personas pueden ser malinterpretadas. Cuánto más los mensajes no verbales y los rasgos de personalidad. Así que no pretendas saber lo que ha motivado a alguien a tomar una determinada decisión. Dá a la gente una amplia oportunidad de explicarse y escucha con humildad. Esta es una forma clave de practicar la Regla de Oro: “Y así como queréis que los hombres os hagan, haced con ellos de la misma manera” (Lc. 6:31).
  7. Ten en cuenta los antecedentes de la persona. Es posible que no nos demos cuenta del grado en que nuestro trasfondo condiciona nuestras acciones, así como nuestra percepción de las acciones de los demás. En este sentido, si supieras el camino que ha recorrido una persona y los obstáculos que ha tenido que superar para llegar a ser lo que es hoy, quizá tu enfoque hacia ella sería más misericordioso (cf. Lc. 6:36). Tómate el tiempo necesario para conocer a las personas.
  8. Dale tiempo a las personas para que crezcan. Cultiva una perspectiva a largo plazo, recordando que la santificación es progresiva (Fil. 3:12-14; 2 P. 3:18). ¿Cuánto tiempo te ha llevado llegar a la madurez que tienes? ¡E incluso ahora probablemente te decepcionas a ti mismo de manera regular!
  9. Trata a fondo tus propios fallos antes de tratar con los fallos de los demás. Jesús añadió esto a su enseñanza sobre el enjuiciamiento (Lc. 6:41-42): “¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, déjame sacarte la mota que está en tu ojo”, cuando tú mismo no ves la viga que está en tu ojo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y entonces verás con claridad para sacar la mota que está en el ojo de tu hermano”. Y recuerda la segunda parte de Gálatas 6:1: “mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”.
  10. Modera tu manejo de un asunto basándote en si es un asunto de cumplimiento bíblico o un asunto genuinamente discutible. El consejo de A. W. Tozer es especialmente relevante para los asuntos discutibles: “Sé duro contigo mismo y suave con los demás. Lleva tu propia cruz, pero nunca la pongas sobre la espalda de otro”[1] Pablo ofrece una extensa enseñanza sobre este tema en Romanos 14:1-15:13. Aquí se les advierte, tanto a los permisivos como a los restrictivos, en contra del enjuiciamiento. En este sentido, la “policía del legalismo” de hoy puede ser tan enjuiciadora como los supuestos legalistas a los que critica.
  11. Sé lento en compartir tus opiniones sobre otras personas. No alimentes el juicio de los demás expresando innecesariamente una perspectiva negativa sobre alguien. ¿Cuál es tu motivo para hablar? ¿Por qué necesitan saberlo? ¿Cuál es el valor edificante? “En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, mas el que refrena sus labios es prudente”(Pr. 10:19).
  12. Mantén la esperanza debido al poder del Evangelio, y ora por su obra continua. Dios es poderoso para salvar del poder del pecado, así como de su castigo (Ro. 6:1-14). Una vez más, las Epístolas de Pablo nos dan un ejemplo: ora con confianza y fervor para que tanto tú como tus compañeros cristianos experimenten más la transformación del Evangelio (Fil. 1:9-11).

Publicado originalmente en Theology in 3D


[1] A. W. Tozer, Man: The Dwelling Place of God, (WingSpread, 1997), 41.


Ken Casillas es autor del libro Más allá del capítulo y el versículo, publicado por Editorial EBI.

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