Aunque los seres humanos son capaces de comunicarse empleando palabras y oraciones, no todos los intentos comunicativos tienen éxito. A veces los autores fracasan a la hora de comunicar sus propósitos.. La diplomacia fracasa cuando existen malentendidos lingüísticos y culturales. Las parejas pueden reñir cuando no logran comunicar exitosamente sus sentimientos o intenciones. (A veces, cuando estamos en desacuerdo, le digo a mi esposa que sus actos perlocutivos no concuerdan con mis actos ilocutivos. ¡Eso siempre me da buenos resultados!). En resumen, tanto los oyentes como los oradores humanos son capaces de incurrir en errores y malentendidos. El propósito de las palabras que se escriben o se dicen puede perderse en la confusión, ya sea por causa de la incompetencia del autor u orador, o por causa de una mala interpretación del lector u oyente
Aunque los cristianos hacemos afirmaciones excepcionales sobre la total veracidad e infalibilidad de las Escrituras, ninguna afirmación garantiza interpretaciones infalibles ni inerrantes de parte nuestra.
Los intérpretes humanos son criaturas dotadas de racionalidad, inteligencia, creatividad, conciencia de sí mismas y adaptabilidad, pero también poseen limitaciones e impedimentos a la hora de comprender textos escritos o hablados. Esto es aplicable en todos los casos de la comunicación humana, incluyendo nuestros esfuerzos por comprender las Escrituras. Aunque los cristianos hacemos afirmaciones excepcionales sobre la total veracidad e infalibilidad de las Escrituras, ninguna afirmación garantiza interpretaciones infalibles ni inerrantes de parte nuestra. Aseveramos que las Escrituras son inerrantes, pero no podemos afirmar lo mismo acerca de todos sus lectores. Los lectores son propensos al error, y su capacidad de comprensión es limitada. Nuestra interpretación es falible por varios motivos.
- La razón humana es limitada
Somos criaturas imperfectas y frágiles en la presencia de un Dios todopoderoso, quien por medio de métodos comunes y corrientes se hace inescrutable. Las Escrituras hablan claramente de la incapacidad de los seres humanos de poseer un conocimiento completo del mundo o de las obras de Dios:
Yo, pues, dediqué mi corazón a conocer sabiduría, y a ver la faena que se hace sobre la tierra (porque hay quien ni de noche ni de día ve sueño en sus ojos); y he visto todas las obras de Dios, que el hombre no puede alcanzar la obra que debajo del sol se hace; por mucho que trabaje el hombre buscándola, no la hallará; aunque diga el sabio que la conoce, no por eso podrá alcanzarla (Ec. 8:16-17).
Por mucho que nos esforcemos por buscar el conocimiento de Dios en este mundo, siempre habrá cosas que no podremos saber ni comprender (Job 11:7; Is. 55:8-9; Ro. 11:33-34). Nuestro conocimiento de Dios ya se limita a lo que él ha escogido revelarnos, y, por si fuera poco, ¡también somos capaces de malinterpretar totalmente su revelación!
Nuestro conocimiento de Dios ya se limita a lo que él ha escogido revelarnos, y, por si fuera poco, ¡también somos capaces de malinterpretar totalmente su revelación!
A esta limitación de los seres humanos como criaturas, los filósofos hermenéuticos la han calificado como la finitud del intérprete. El intérprete es finito en su intelecto, se ve limitado por su época y su lugar, y no escogió la cultura que moldeó su forma de pensar. Interpretamos las Escrituras empleando nuestros procesos deductivos falibles, y podemos malinterpretarlas incluso con la mejor de las intenciones. Algunos teólogos cristianos le achacan estas limitaciones interpretativas al resquebrajamiento del mundo tras la caída de la humanidad, mientras que otros sugieren que esta finitud interpretativa es un simple reflejo de nuestra condición esencial como criaturas. Algunos teólogos sostienen que Dios puede ayudarnos a vencer nuestras limitaciones interpretativas a través de la obra de su Espíritu, mientras que otros proponen que Dios deliberadamente nos creó con limitaciones epistémicas innatas para recordarnos que tenemos un estatus de criaturas.
Interpretamos las Escrituras empleando nuestros procesos deductivos falibles, y podemos malinterpretarlas incluso con la mejor de las intenciones
La mente es selectiva en su atención, y limitada en cuanto a su capacidad de retener información. Esta imperante incapacidad de recordar detalles ensombrece nuestra interpretación. El cerebro, al igual que una computadora con poca memoria RAM, tiene también dificultades para procesar demasiados detalles a la vez, lo que significa que no siempre podemos tener en cuenta y al mismo tiempo todos los factores importantes en la interpretación. La falta de conocimiento del tema puede también entorpecer nuestra capacidad de hallarle explicación a un texto bíblico. Algunos intérpretes poseen un mayor conocimiento procedimental que otros. (¡Conozco a muchos eruditos del hebreo y del griego que son mucho más hábiles que yo para la traducción y la sintaxis! También conozco a varios teólogos analíticos cuyos cerebros parecen trabajar muchísimo más rápido que el mío). Los estudios pueden ayudar a vencer algunas de estas limitaciones de la inteligencia, pero estas desventajas siguen afectando nuestra capacidad de comprender algunos textos.
2. Interpretamos los textos desde nuestras arraigadas perspectivas personales y culturales que influyen en nuestra lectura.
Todo lector debe reconocer su propia subjetividad, aun cuando intenta comprender declaraciones bíblicas o doctrinales que son objetivamente ciertas. No leemos libros, ni miramos la televisión ni observamos las obras de arte con nuestra mente en blanco, ni tampoco nos aproximamos a los textos bíblicos como observadores neutrales que recibimos pasivamente lo que se nos ofrece. En lugar de ello somos lectores activos que nos acercamos a los textos con nuestras propias preguntas, experiencias y suposiciones. Años de culturización, trasfondo familiar, formación lingüística y desarrollo de nuestra personalidad se fusionan para crear nuestro horizonte subjetivo o marco de referencia.
Todo lector debe reconocer su propia subjetividad, aun cuando intenta comprender declaraciones bíblicas o doctrinales que son objetivamente ciertas… somos lectores activos que nos acercamos a los textos con nuestras propias preguntas, experiencias y suposiciones.
En su sentido más literal, la palabra horizonte se refiere a la línea donde la tierra y el cielo parecen encontrarse en nuestro campo visual. Metafóricamente, el término horizonte describe la percepción que un individuo tiene del mundo. Cuando alguien nos dice que necesitamos “ampliar” nuestros horizontes, por lo general entendemos que nos dicen que debemos experimentar algo nuevo, como una comida nueva, o un nuevo pasatiempo; o que necesitamos intentar ver las cosas desde otro punto de vista. El horizonte visual se ve limitado por causa del campo visual de la persona, su perspectiva de la realidad se ve restringida por su geografía, su cultura y su medio. Dios toma la decisión soberana de decidir en qué tiempo y lugar de la historia y la cultura sus criaturas vivirán y se desarrollarán intelectualmente (Hch. 17:26). No podemos conocer los acontecimientos futuros, y solo podemos comprender el pasado a través del punto de vista de nuestro horizonte actual.
Nuestras experiencias, nuestras familias, nuestros estudios y nuestras culturas pueden tener un efecto acumulativo a la hora de moldear no solo nuestros puntos de vista con respecto a temas específicos, sino también toda nuestra cosmovisión. De igual manera el horizonte literal puede cambiar gracias a la rotación de la tierra que está bajo nuestros pies, el transcurso del tiempo puede modificar nuestros horizontes metafóricos. Un cambio en nuestra ubicación cultural puede cambiar la perspectiva de nuestras creencias. El misionólogo evangélico Lesslie Newbigin reconoció los desafíos que nuestras limitaciones culturales suponen para nuestra lectura de las Escrituras:
Leemos la Biblia en nuestro propio idioma, y éste está lleno de repercusiones provenientes de nuestras experiencias culturales pasadas. ¿Dónde hallo la postura desde la cual puedo observarme desde el punto de vista bíblico, cuando mi lectura de la Biblia está tan moldeada por la persona que soy, tan formada por mi cultura?… Toda lectura que hacemos de la Biblia, así como nuestro discipulado cristiano en general están necesariamente moldeados por las culturas que nos han formado.
Aunque nuestro trasfondo y contexto culturales nos forman como lectores, no rigen de forma determinista nuestra interpretación de la Biblia. A medida que nuestro conocimiento aumenta, nuestro marco de referencia y suposiciones culturales también pueden cambiar.
Todos leemos la Biblia a través de algún tipo de historia o marco narrativo. Haga una búsqueda exhaustiva en las reseñas que ofrece Amazon de cualquier libro cristiano exitoso que aborde el tema del matrimonio tradicional, y hallará una letanía de quejas con respecto a cualquier autor que tome en serio la orden de Pablo de que las esposas deben someterse a sus esposos (Ef. 5:22). Estos lectores hallan que las formas tradicionales de ver el sexo y el matrimonio son maneras de pensar opresivas y anticuadas. Rechazan las enseñanzas de Pablo en este sentido, creyéndolas “patriarcales”, “fundamentalistas” o “misóginas”. Creyendo que el matrimonio es ante todo una fuente de satisfacción personal, pueden también estremecerse ante la sugerencia de que los esposos deben amar a sus esposas con un amor abnegado, así como Jesús ama a la iglesia (v. 25).
Como cristianos evangélicos también reconocemos que leemos la Biblia dentro de un marco narrativo determinado. Pero hemos escogido conscientemente la narrativa que creemos que la Biblia nos está enunciando: la creación, la caída, la redención y la consumación. Tomamos en serio estos mandatos porque hemos creído en la narrativa que Pablo nos expone.
El pueblo de Dios quiere que sean las Escrituras, y no la cultura y la tradición, las que tengan la última palabra en cuanto al contenido de la doctrina, pero las limitaciones naturales que nos imponen nuestros horizontes indican que la teología es un ejercicio que siempre es moldeado por la época, el lugar y la cultura.
El pueblo de Dios quiere que sean las Escrituras, y no la cultura y la tradición, las que tengan la última palabra en cuanto al contenido de la doctrina, pero las limitaciones naturales que nos imponen nuestros horizontes indican que la teología es un ejercicio que siempre es moldeado por la época, el lugar y la cultura. Al leer las Escrituras siempre estamos cargados de suposiciones. Nunca escribimos sobre Dios ni pensamos en él aislados del resto del mundo, ni desde un sitio remoto y distante. Muchas de las preguntas que buscamos responder en la teología han sido moldeadas por nuestro entorno cultural.
Los autores bíblicos también escribieron en idiomas humanos y desde contextos culturales específicos para abordar problemas del mundo real.
La forma en la que proclamamos el inmutable mensaje del evangelio siempre está supeditada a nuestro entorno y audiencia. Contamos con buenos precedentes para este tipo de presentación contextual. Los autores bíblicos también escribieron en idiomas humanos y desde contextos culturales específicos para abordar problemas del mundo real. Es cierto que estos autores hablaron en nombre de Dios, y que la veracidad de lo que escribieron se ha extendido mucho más allá de su época original, del público a quien iba dirigida y de su contexto cultural; pero también nos han dado ejemplos de cómo hacer que la palabra de Dios hable de forma renovada e importante en nuestros propios contextos ministeriales.
Espera la segunda parte de este artículo.
Este artículo es un extracto del libro Cuando la Doctrina Divide al Pueblo de Dios, publicado por Editorial EBI.
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