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Aunque los cristianos hacemos afirmaciones excepcionales sobre la total veracidad e infalibilidad de las Escrituras, ninguna afirmación garantiza interpretaciones infalibles ni inerrantes de parte nuestra. Aseveramos que las Escrituras son inerrantes, pero no podemos afirmar lo mismo acerca de todos sus lectores. Los lectores son propensos al error, y su capacidad de comprensión es limitada. Nuestra interpretación es falible por varios motivos. 

3. La distancia histórica, cultural, geográfica y lingüística entre los autores bíblicos y sus lectores contemporáneos puede hacer que la comprensión del significado de los textos bíblicos sea difícil. 

Hace años tuve un estudiante taiwanés que me dijo que había tenido que asumir la tarea de aprender las reglas del fútbol americano para poder comprender los ejemplos que se empleaban en los sermones de la iglesia a la cual él había asistido mientras estudiaba en el seminario. ¡Este estudiante no solo había tenido que escuchar sermones en un idioma foráneo, sino que también había tenido que aprender las reglas del deporte para descifrar el sermón del pastor! (El fútbol norteamericano es, después de todo, un importante y básico elemento aquí en el sur de los Estados Unidos). La distancia entre el seminarista taiwanés y el pastor del sur de los Estados Unidos, era más que geográfica, era cultural. Si esta dificultad interpretativa es un problema para las personas que viven en un mismo lugar y época, ¡es aún más complicado para los lectores de la Biblia, quienes intentan comprender libros que tienen dos y hasta tres milenios!

“Las personas occidentales contemporáneas no ven el mundo de la misma forma en la que lo veían los cristianos del Medio Oriente en épocas antiguas, o los cristianos del primer siglo”.

Para poder entender la Biblia de la forma adecuada, tenemos que comprender de qué manera sus contextos y sus culturas se diferencian de los nuestros.  

La interpretación tiene lugar cuando nuestros horizontes se encuentran con los horizontes del texto. Las personas occidentales contemporáneas no ven el mundo de la misma forma en la que lo veían los cristianos del Medio Oriente en épocas antiguas, o los cristianos del primer siglo. Para poder entender la Biblia de la forma adecuada, tenemos que comprender de qué manera sus contextos y sus culturas se diferencian de los nuestros.  La distancia histórica entre el lector y la Biblia significa que el intérprete debe pasar un tiempo considerable desarrollando habilidades y estableciendo el conocimiento contextual necesario para comprender el texto. Los intérpretes bíblicos siempre pueden beneficiarse de una mejor comprensión de las culturas agrarias antiguas, de las dinámicas del honor y la deshonra, de la economía en el mundo bíblico, de las prácticas relacionadas con la pureza, y de disímiles temas similares que los cristianos del siglo veintiuno, adictos al teléfono, normalmente tienen dificultad para desentrañar.

4. Tenemos nuestras propias y únicas precomprensiones a la hora de leer un texto, y las incorporamos a la hora de leerlo. 

Es decir, antes de empezar a leer un texto o de interpretarlo, comenzamos a suponer cosas con respecto al mismo. Por lo general no comenzamos a leer un libro, a ver una película o a leer un pasaje bíblico sin algún tipo de concepto general sobre el tema que aborda, aunque esa precomprensión sea totalmente incorrecta. Poseemos una precomprensión inicial de un texto como un todo, la cual empleamos a la hora de leer sus partes específicas. Cuando interpretamos esas partes, la forma en la que comprendemos el todo se modifica. Esto se denomina a veces “círculo hermenéutico” o “espiral hermenéutica”. 

“Debemos esforzarnos por ser muy conscientes de cuáles son nuestras suposiciones, si han sido moldeadas por la cultura o por una tradición teológica, y debemos estar dispuestos y listos para comprender el texto en sus propios términos. Cuando leemos las Escrituras, debemos estar dispuestos a dejar a un lado nuestras suposiciones y permitir que el texto corrija nuestros errores”.

A menudo los eruditos posmodernos sospechan que estas precomprensiones ejercen una influencia determinante que nos impide llegar a comprender el significado que el autor quiso darle a su texto. Como indiqué anteriormente, no creo que ese sea el caso. Sin embargo, debemos esforzarnos por ser muy conscientes de cuáles son nuestras suposiciones, si han sido moldeadas por la cultura o por una tradición teológica, y debemos estar dispuestos y lis­tos para comprender el texto en sus propios términos. Cuando leemos obras de autores con los que discrepamos, debemos practicar una lectura comprensiva que busque entender al autor, haciéndole la mayor justicia posible. Cuando leemos las Escrituras, debemos estar dispuestos a dejar a un lado nuestras suposiciones y permitir que el texto corrija nuestros errores.

5. Podemos admitir que el pecado puede afectar nuestra interpretación de las Escrituras al distorsionar su significado con sus deseos y prejuicios egoístas.

La Biblia enfatiza reiteradamente los efectos negativos que la caída ocasionó en el pensamiento humano, es decir, lo que los teólogos llaman “los efectos noéticos del pecado”. Las mentes de las personas que viven según sus deseos pecaminosos están centradas en esos deseos, y sus mentes son hostiles para con Dios (Ro. 8:5-7). Los incrédulos son incapaces de ver “la luz del evangelio de la gloria de Cristo” porque el dios de este siglo ha cegado su entendimiento (2 Co. 4:4). Como consecuencia de su pecado, ven la palabra de Dios como “cosa extraña” (Os. 8:11-12). Los creyentes también sufren los efectos del pecado en sus mentes, y éstas necesitan ser renovadas (Ro. 12:1-2; Ef. 4:20-24). Pero como Stephen Moroney observa, la Biblia no dice explícitamente de qué forma el pensamiento humano es corrompido por el pecado, ni lo que la renovación de la mente hace para aliviar esos efectos.

“El corazón humano es propenso al autoengaño (Jer. 17:9; cf. Pr. 14:12; 28:26). Los intérpretes pueden también ser culpables de leer los textos para su beneficio propio”.

El corazón humano es propenso al autoengaño (Jer. 17:9; cf. Pr. 14:12; 28:26). Los intérpretes pueden también ser culpables de leer los textos para su beneficio propio. Por esta razón, los intérpretes bíblicos necesitan practicar algo similar a lo que Paul Ricoeur llamó, hermenéutica de la sospecha. Cuando hablo de la “hermenéutica de la sospecha” no quiero decir que los lectores deban desconfiar de las Escrituras en sí mismas, ni poner en tela de juicio su veracidad (es decir, el tipo de sospecha que Nietzsche plantea). En lugar de ello, los lectores de la Biblia deben estar conscientes de las formas en las que sus propios motivos y prejuicios les impiden comprender la Biblia correctamente. Todo seguidor de Jesús debe practicar la hermenéutica de la sumisión, la cual minimiza el papel del ‘yo’ en la interpretación y se somete a la autoridad divina que está detrás del texto. De esta manera, estamos practican­do realmente la autoridad de las Escrituras al reconocer en oración nuestras debilidades, y al pedirle a Dios que corrija nuestras suposiciones erróneas o pecaminosas con respecto al contenido de las Escrituras.

…los lectores de la Biblia deben estar conscientes de las formas en las que sus propios motivos y prejuicios les impiden comprender la Biblia correctamente. Todo seguidor de Jesús debe practicar la hermenéutica de la sumisión, la cual minimiza el papel del ‘yo’ en la interpretación y se somete a la autoridad divina que está detrás del texto.

Nuestras disputas doctrinales son indicativas de que los lectores pueden estar equivocados con respecto a sus respectivas interpretaciones de la Biblia. Sin embargo, los seguidores de Cristo no están sin esperanzas. Dios no solo nos da su gracia a la hora de interpretar (la gracia que nos permite conocer a Dios a pesar de nuestras fragilidades y debilidades como intérpretes), sino que también tenemos la promesa de que algún día comprenderemos de una forma más completa. Pablo describe nuestro conocimiento presente de Dios como un pálido reflejo del conocimiento futuro y más completo que tendremos del Señor. Un día, en lugar de mirar a través de un espejo, veremos a Dios cara a cara, y no disputaremos más entre nosotros sobre nuestro conocimiento de Dios. “Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Co. 13:12b).

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Este artículo es un extracto del libro Cuando la Doctrina Divide al Pueblo de Dios, publicado por Editorial EBI.

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