Si mencionas la mundanidad en cualquier ámbito encontrarás sin falta puntos de vista en oposición entre cristianos. El conflicto entre estos puntos de vista a menudo revela un enfoque equivocado en cuestiones externas.

Algunos tratan de definir “mundanalidad” como el vivir fuera de una lista de reglas o normas conservadoras. Si escuchas música con cierto ritmo, te vistes con ropa de moda, ves películas con ciertas calificaciones o participas en ciertas actividades de lujo que ofrece la sociedad, sin duda alguna debes ser mundano.

Otros, molestos y reacios a normas y reglas que les parecen arbitrarias, reaccionan a diferentes definiciones de mundanalidad con la premisa de que es imposible definir. A veces opinan que cualquier esfuerzo por definir el término resultará en legalismo, por ende, no debemos ni siquiera intentarlo.

¿Preparado para una sorpresa? Ambos puntos de vista están equivocados. Cuando nos fijamos exclusivamente en lo exterior, o descartamos la importancia de cuestiones de exterioridad, hemos perdido el enfoque primordial. El apóstol Juan —inspirado por el Espíritu Santo— lleva el debate a otra dimensión por completo:

Lo lleva hacia dentro.

Porque es allí en realidad donde se encuentra la mundanalidad. Existe en nuestros corazones. La mundanalidad no consiste en el comportamiento exterior, aunque nuestras acciones ciertamente pueden ser evidencia de mundanalidad en el interior. Pero el lugar verdadero de la mundanalidad es interno. Reside en nuestros corazones.

Lo vemos cuando miramos con detenimiento lo que dice la Biblia: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16).

Observa que en este texto Juan, el apóstol, no dice, “esta particular manera de vestirse, esta manera de hablar, esta música, estas posesiones, etc.”. No, la esencia de la mundanalidad se centra en el apetito del hombre pecaminoso, en la pasión de sus ojos, y en la jactancia sobre lo que tiene y lo que hace. “Las características ‘mundanas’ a las cuales se refiere este versículo,” escribe el comentarista David Jackman, “son de hecho reacciones que están ocurriendo dentro de nosotros mientras contemplamos el ambiente exterior”.[1]

Inspirado por el Espíritu, Juan sabiamente llama nuestra atención al interior del hombre. La raíz de la cuestión mora dentro del hombre. Antes de que apliquemos esta revelación al mundo que nos rodea, tenemos que empezar con nosotros mismos, porque el meollo del asunto es lo que sucede adentro en lo profundo de nosotros, no del medio ambiente. Tenemos que discernir la mundanalidad que anidada en nuestros corazones.

Cuando compiten las deseos internos

Con la frase “los deseos de la carne”, el blanco al que tira Juan es el corazón. Aunque los cristianos tengan un nuevo corazón, el pecado restante en nuestras vidas produce pasiones que compiten con la supremacía de Dios en nuestros corazones.

David Powlison, parafraseando a Juan Calvino, escribió, “La maldad en nuestros deseos a menudo yace, no en lo que queremos, sino en el hecho de que lo queremos demasiado”.[2] Es difícil mejorar esta observación perspicaz. Los anhelos del hombre carnal son deseos legítimos que llegan a ser dioses falsos que adoramos. Queremos demasiado las cosas de este mundo caído.

Un deseo pecaminoso es así cuando un deseo legítimo de éxito financiero, por ejemplo, se convierte en una demanda silenciosa de éxito económico; cuando un interés en la ropa y la moda se convierte en una obsesión; cuando una fascinación con la música se convierte en una manía acerca de ciertos géneros o artistas; o cuando el sano deseo de ver una película entretenida se convierte en una necesidad de ver el último mega-éxito de taquilla.

Puede que no haya ninguna maldad en estos deseos en sí mismos; pero cuando dominan el paisaje de nuestras vidas —¡cuando tenemos que tenerlos a toda costa! —nos hemos entregado cuerpo y alma a la idolatría, y a la mundanalidad. Como decía Calvino, nuestro espíritu se hace ídolos, en todo tiempo y de manera permanente.12 Los estamos manufactu­rando a un ritmo vertiginoso.

Consideremos la siguiente frase de Juan, “los deseos de los ojos”. Nues­tros corazones tal vez generen pasiones pecaminosas, pero también pue­den ser estimulados por lo que vemos. Los ojos mismos son un regalo precioso de Dios. Pero es cierto que representan ventanas a nuestras al­mas, brindándonos oportunidades de no sencillamente observar —sino codiciar. No limitemos esta actividad a pecado sexual; prácticamente cualquier cosa puede provocar la codicia en nuestras almas.

Entonces pregunto, ¿qué es lo que a ti te cautiva? Realmente, ¿qué es lo que predomina en tus pensamientos, qué clase de imágenes tiene el poderío de provocar atención y cautivar tu mirada? Probablemente es lo que está llegando a tu mente ahora mismo. Tenemos que preguntarnos, ¿cuánto valor tiene en realidad?

Si te emociona más el estreno de una nueva película o videojuego que apuntarte a un ministerio en tu iglesia local; si te atraen las personas más por su apariencia física que por las virtudes de su carácter; o si te impresionan las estrellas de Hollywood, o los atletas profesionales a pesar de su falta de integridad o moralidad —entonces estás siendo seducido por este mundo caído.

Las concupiscencias del hombre pecador… los deseos de sus ojos… el vanagloriarse por lo que tenga o haga; estas cosas forman el núcleo de la mundanalidad. No solemos identificar estos asuntos radicales del pecado de la mundanalidad. Una vez más, recorte, recorte, recorte —1 Juan 2:15 se queda fuera de “nuestra” versión de la Biblia, hecha a medida.

Lo que Más Importa

¿Y qué de ti? ¿Cuál escogerás tú? ¿Perseguirás los placeres engañosos y temporales del mundo? ¿O harás la voluntad de Dios que conlleva la promesa de vida eterna?

De pronto, mientras lees esto te has dado cuenta de que estás deslizándote hacia el abismo. O quizás estás persiguiendo de manera apresurada los atractivos del mundo. O puede que tus afecciones hacia las cosas del mundo estén fuertes, mientras tu amor por Cristo esté débil.

¿Te encuentras atrapado, enredado en la red de la mundanalidad? ¿Se está instalando la desesperación en tu corazón? ¿Viene la auto-condena a tu puerta a menudo? ¿Te susurra lo siguiente, “¡Jamás cambiarás! No podrás renunciar las cosas del mundo que adoras tanto. Mejor sería que ni lo intentes. ¿Estás ya vendido, no tienes esperanza”?

Es cierto, el resistir a la mundanalidad requiere arduo vigor. Es un problema del interior de cada persona y duro trabajo de corazón se necesitará para extirparlo. Y es una batalla de toda la vida. Pero hemos de resistir su influencia hasta el último respiro.

Sin embargo, no es una lucha que se pelea con meramente con la fuerza de la voluntad, tampoco se vence ciegamente denegándola. No podemos superar la mundanalidad con nuestras propias fuerzas. No somos suficientes. Hace falta un poder superior al nuestro.

El antídoto a la mundanalidad es la cruz de Jesucristo.

Así que, ¡no te desesperes! ¡Todo lo que necesitamos para vencer a la mundanalidad nos ha sido provisto ya!

El antídoto a la mundanalidad es la cruz de Jesucristo.

Únicamente por medio de la cruz de Cristo podremos superar la seducción de un mundo caído. La muerte del Salvador en la cruz es lo que hace posible el perdón de pecado y suple el poder necesario para vencer al pecado. La cruz es la atracción que aleja nuestros corazones del atractivo de los placeres huecos y mortíferos de la mundanalidad.

Si quieres debilitar la influencia del mundo en tu vida de inmediato, obedece el sabio consejo de uno de los grandes médicos del alma, John Owen:

Cuando alguien fija su mirada en la cruz y el amor de Cristo, crucifica el mundo como si fuera una cosa muerta y no deseable. El cebo y el atractivo del pecado pierden su lustro y desaparecen. Llena tus afectos con la cruz de Cristo y no tendrás lugar en el corazón para el pecado.[3]

¿Quieres de verdad que el mundo pierda su brillo? Entonces desplaza la mundanalidad llenando tu corazón con el encanto de la cruz de Cristo. Crucifica el mundo como cosa muerta e inerte, sin atractivo, meditando en el amor del Señor. Resiste el cebo del mundo poniendo tu mirada fijamente en la maravillosa cruz. Porque es “la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14).

¡Jesucristo es lo más importante! Debemos luchar contra la mundanalidad porque insensibiliza nuestro encanto por Cristo y distrae nuestra atención hacia él.

Medita en la cruz. Considera las maravillas del Salvador quien dio su vida por pecadores y se levantó victorioso sobre el pecado y la muerte. Detente largamente donde los gritos del Calvario se oigan más que el clamor del mundo.


Este artículo es un extracto del libro Mundanalidad, publicado por Editorial EBI.

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[1] David Jackman, The Message of John’s Letters (Downers Grove, IL; Intervarsity, 1988), 61.

[2] David Powlison, Seeing with New Eyes: Counseling and the Human Condition through the Lens of Scripture (Phillipsburg, NJ: P&R, 2003)

[3] John Owen, Sin and Temptation, ed. and abr. James M. Houston (Vancouver: Regent, 1995), 62.


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