La razón más importante por la que a las personas les cuesta trabajo entender la doctrina de la Trinidad radica en la manera errada de comunicar los conceptos. Es muy raro que alguien realmente discuta o debata sobre la verdadera doctrina de la Trinidad. La mayoría de los argumentos que tienen lugar en las puertas, al tomar un café o en el puesto de trabajo involucran a dos o más personas que luchan vigorosamente por dos o más representaciones erróneas de la doctrina en sí. No es de extrañar que tantos encuentros como estos provoquen mucho más calor que luz.
En la comunicación humana es fundamental definir los términos. Sin embargo, hay mucha gente que invierte demasiada energía emocional en la Trinidad al punto que a menudo pasan completamente por alto la etapa de las “definiciones” y se lanzan a la etapa de “las uñas y dientes”. Y esto no solo es cierto en el presente. Históricamente hablando, muchas de las primeras batallas sobre la doctrina que tuvieron lugar siglos atrás tenían que ver con la manera en que una de las partes usaba cierto conjunto de términos, y la manera en que la otra parte usaba el mismo conjunto de términos. Esto se hizo aún más difícil por el hecho de que había personas de habla griega que intentaban entender lo que decían las personas de habla latina, y viceversa. Hoy podemos mirar atrás y darnos cuenta que desde el principio ambos lados decían lo mismo, solo que lo decían con palabras diferentes. Muchas de estas discusiones se hubieran evitado si alguien se hubiera sentado y definido los términos con claridad y firmeza.
Cuando se trata de la afirmación central de la naturaleza trina de Dios, la mayoría de las veces saltamos por encima de las “formalidades” y nos lanzamos directamente a la batalla con pasajes de las Escrituras. El resultado es casi siempre el mismo: ambos lados se marchan pensando que el otro está completamente ciego. Tales experiencias frustrantes podrían minimizarse si recordáramos que no podemos dar por sentado que la otra persona comparte nuestro conocimiento o comprensión de los aspectos específicos de la doctrina en cuestión.
Por muy tedioso que parezca al principio, debemos resistir la tentación de eludir las “bases” necesarias e insistir en que cada cual defina lo que cree que es la Trinidad, y la manera en que van a utilizar muchos de los términos clave que serán parte del debate. Sin este primer paso, se logrará muy poco.
Pero, ¿Podemos Definir lo Indefinible?
Antes de que presentemos una definición de la Trinidad, es importante señalar que desde el comienzo enfrentamos una verdadera dificultad: el lenguaje como tal. Los cristianos se han esforzado durante siglos para poder expresar, dentro de las limitaciones del lenguaje humano, la revelación única que Dios hace de su modo de existencia. El esfuerzo es grande porque el lenguaje es un medio finito de comunicación. Y es que se trata de mentes finitas que desean expresar con palabras verdades infinitas. En ocasiones simplemente no podemos “decir” lo que necesitamos decir para poder expresar adecuadamente la grandeza de nuestro Dios.
Los humanos se comunican mediante ejemplos. Cuando los niños pequeños comienzan a hacer el interminable número de preguntas que le surgen en sus pequeñas mentes, a menudo nos encontramos usando analogías y ejemplos en nuestras respuestas. Cuando nos preguntan a qué sabe un nuevo alimento, se lo comparamos con los alimentos que el niño conoce hasta ese momento. Quizás les decimos: “Sabe un poco a galletas con miel”, porque sabemos que el niño ha probado las galletas con miel. Puede que el alimento nuevo no sepa exactamente a eso, pero les da una idea. A medida que la “base de datos” de su conocimiento crece, podemos entonces expandir nuestras analogías. Nunca vamos a escapar a este elemento de nuestro lenguaje. Cuando nos encontramos con nuevos pensamientos, nuevas ideas, es natural que tratemos de hacer que encajen en categorías preexistentes al compararlos con experienciaso hechos pasados.
Este proceso funciona bastante bien para la mayoría de las cosas, pero no para las cosas que son únicas. Si algo es realmente único, no existe nada más con qué se pueda comparar, no al menos sin introducir algún elemento de error. Uno podría ser capaz de dibujar un paralelismo con cierto aspecto de lo que es verdaderamente único, pero si es realmente único, la analogía se verá limitada y, si se fuerza demasiado, llegará a estar completamente equivocada. Pero debido a que no encontramos en nuestras vidas demasiadas cosas que sean completamente únicas, nos las arreglamos para seguir adelante.
Por supuesto, el problema está en que Dios es completamente único. Él es Dios, y no hay otro. Él es totalmente diferente a todo lo demás, y como frecuentemente nos recuerda, “¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis?” (Is. 40:25). Esa pregunta no tiene respuesta, porque comparar a Dios con cualquier cosa en el orden de lo creado es, al final, negar su exclusividad. Cada vez que decimos: “Dios es como…”, estamospisando terreno peligroso. Sí, tal vez pudiéramos ser capaces de ilustrar cierto aspecto de Dios de esta manera, pero siempre que forcemos demasiado la analogía, se quebrantará.
Hay dos maneras también en que nuestro lenguaje resulta ser un impedimento. En primer lugar, nuestro lenguaje usa el tiempo como basamento. Cuando hablamos lo hacemos en pasado, presente y futuro. Dios no está limitado al tiempo como lo estamos nosotros. Por lo tanto, cuando hablamos de él con nuestro lenguaje, nos vemos obligados a colocar limitaciones erróneas sobre su ser. Esto a menudo nos causa problemas reales a la hora de hablar de su naturaleza trina, pues caemos en un modo demasiado humano de pensamiento debido a que somos criaturas basadas en el tiempo, y tiempo limitado.
En segundo lugar, nuestro idioma es un obstáculo a causa de lo que yo llamo “exceso de equipaje”. A menudo las palabras traen consigo cierto “equipaje” el cual ha quedado adherido al significado de éstas. La forma en que se usa una palabra puede evocar imágenes mentales particulares cada vez que la escuchamos. El ejemplo más claro de esto es la palabra “persona”. Esta es una palabra que se usa a menudo cuando se habla de la Trinidad. Cuando usamos la palabra “persona”, le adjuntamos todo tipo de “equipaje” proveniente de nuestras propias experiencias personales. Nos viene a la mente un cuerpo físico, un individuo, separado de todos los demás. Pensamos en una ubicación dentro del espacio, en atributos físicos tales como altura, peso, edad y todas aquellas cosas asociadas con nuestro uso común de la palabra “persona”. Cuando usamos esta palabra para describir a una persona divina (Padre, Hijo o Espíritu Santo), tendemos a arrastrar con ella el “bagaje” que proviene del uso común que le
damos a dicho término en la vida cotidiana. Hay muchos que al escuchar la palabra “persona” siendo usada respecto al Padre, por ejemplo, evocan la imagen de una figura anciana como la “persona” del Padre. Todo lo que viene a nuestra mente cuando pensamos en el término “persona” es que está separado, que es diferente y que está limitado. Será nuestra tarea (¡y una muy difícil!) esforzarnos para separar ese “equipaje” de nuestro pensamiento, y utilizar dichos términos de manera muy específica y limitada para evitar una confusión innecesaria.
Dentro del Ser único que es Dios, existen eternamente tres personas co-iguales y coeternas, dígase, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Una Definición Básica
Es hora de establecer una definición básica y fundamental de la Trinidad. Al final de nuestro estudio veremos un poco más de cerca esta definición, la ampliaremos un poco y examinaremos algunas de las cuestiones que plantea.
Pero para empezar necesitamos una definición breve, concisa y precisa. Aquí la tenemos:
Dentro del Ser único que es Dios, existen eternamente tres personas co-iguales y coeternas, dígase, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En el siguiente artículo se explicará más a detalle esta definición.
Este artículo es un extracto del libro del libro La Trinidad Olvidada, escrito por el Dr. James R. White, publicado por Editorial EBI.
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