Cuando Jesús hablaba de sí mismo, a menudo citaba las Escrituras, revelando cómo estas hablaban de Él. En Mateo 26:24, vemos que declara: «El Hijo del Hombre se va, según está escrito de Él». Este pasaje resalta que la vida de Jesús no era arbitraria; estaba perfectamente alineada con lo que se había profetizado y escrito en la Biblia. Su existencia y ministerio estaban regulados por la Palabra de Dios, no solo en términos de mandamientos, sino también en las profecías que lo anticipaban.
De la misma manera, la iglesia también debe vivir «según está escrito de ella». Esto significa que nuestra identidad y propósito deben estar fundamentados en la Biblia, no solo al observar los mandamientos, sino también al aferrarnos a las profecías y promesas que Dios ha hecho a Su pueblo. Al considerar nuestra existencia a la luz de la Escritura, encontramos un sentido de dirección y significado que va más allá de nuestras circunstancias. Reconocer que nuestra vida y misión están escritas en el plan divino nos da confianza y esperanza, permitiéndonos caminar en obediencia y fe, sabiendo que somos parte de una historia mucho mayor. De esta manera, en las Escrituras, tenemos la posibilidad de «anticiparnos» a algunos resultados, de conocer el «spoiler» de parte de nuestras vidas.
Todo fue según lo escrito. Todo es según lo escrito. Todo será según lo escrito. Dios cumple Sus planes.
Quiero invitarte a un ejercicio de fe, luego de comprender esto: es fundamental leer la Biblia teniendo en cuenta que diferentes partes de la Escritura nos hablan de nuestro pasado, pero también de nuestro presente y de nuestro futuro. Esta perspectiva nos permite entender mejor la utilidad de la aplicación de las verdades bíblicas en nuestras vidas, encontrando en la Biblia la manera de anticiparnos a algunas cuestiones. Nuestras vidas también irán según está escrito de ellas.
Por ejemplo, en Mateo 6:33, se nos instruye: «… busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas». Este versículo no solo nos proporciona una guía para nuestra conducta actual, sino que también nos ayuda a anticipar el futuro. La promesa de Dios es clara: si priorizamos Su reino y Su rectitud en nuestras vidas, Él se encargará de suplir nuestras necesidades básicas. Esta enseñanza nos motiva a vivir en obediencia y a confiar en Su provisión, recordándonos que nuestra fidelidad a Dios no solo impacta nuestro presente, sino que también establece un fundamento seguro para el futuro. Al leer la Biblia con esta comprensión de pasado, presente y futuro, podemos desarrollar solidez en nuestra fe, capacitándonos para enfrentar los desafíos de hoy, recordando las promesas cumplidas de ayer y confiando en las bendiciones que Dios tiene preparadas para nosotros mañana.
Otro ejemplo de esta realidad se encuentra en Mateo 7:24-27, donde Jesús compara a aquellos que escuchan Su palabra y la ponen en práctica con un hombre sabio que construye su casa sobre la roca. Cuando vienen las lluvias y los vientos, esa casa permanece firme. Por otro lado, el que escucha las palabras de Jesús pero no las obedece es como un hombre insensato que edifica su casa sobre la arena; cuando llegan las pruebas, esa casa se derrumba, y «grande fue su destrucción». Este pasaje nos ayuda a anticipar el futuro al mostrarnos que la obediencia a Dios es fundamental para la estabilidad en nuestras vidas. Lo que está edificado en obediencia a Él tiene la capacidad de resistir las pruebas y las adversidades, mientras que lo que se construye sobre desobediencia está destinado al fracaso. En este sentido, al considerar nuestras decisiones y acciones a la luz de la Biblia, podemos asegurarnos de que estamos edificando nuestra vida sobre fundamentos sólidos que perdurarán a pesar de las tormentas.
Otra muestra de cómo nuestras acciones presentes tienen repercusiones en el futuro cercano se encuentra en Gálatas 6:7-8, donde Pablo advierte: «No se dejen engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará… de la carne segará corrupción.. del Espíritu segará vida eterna». Este pasaje resalta el principio de la siembra y la cosecha: si sembramos en nuestra carne, cosecharemos corrupción, pero si sembramos en el Espíritu, cosecharemos vida eterna. Lo que esto nos dice sobre el futuro es claro: Dios establece un principio de causa – consecuencia que afecta a lo espiritual. Él nos promete una cosecha espiritual a aquellos que eligen invertir en lo que edifica espiritualmente. Al sembrar en el Espíritu, estamos construyendo un futuro lleno de vida y abundancia, en contraste con las consecuencias destructivas que surgen de vivir para la carne. Este principio no solo nos recuerda que nuestras decisiones tienen peso, sino que también nos alienta a actuar con sabiduría y discernimiento en nuestra vida diaria. Al entender la relación entre nuestra siembra y nuestra cosecha, podemos anticipar un futuro glorioso y lleno de propósito, basado en la obediencia y en la fidelidad a Dios.
Un principio fundamental sobre la generosidad y su impacto futuro se encuentra en 2 Corintios 9:6, donde Pablo declara: «Pero esto digo: el que siembra escasamente, escasamente también segará; y el que siembra abundantemente, abundantemente también segará». Aquí se establece una conexión directa entre nuestra siembra, y la cosecha que experimentaremos. Lo que este versículo nos revela sobre el futuro es claro: Dios promete una cosecha y una bendición a aquellos que ofrecen con generosidad. Aunque no siempre sabemos en qué forma se manifestará esta cosecha, el principio de que dar abundantemente resulta en abundancia es innegable. Este llamado a la generosidad nos impulsa a considerar cómo estamos invirtiendo en los demás y en el reino de Dios. Al elegir sembrar generosamente, no solo estamos cumpliendo con un principio espiritual, sino que también estamos abriendo la puerta a la provisión divina y a las bendiciones que vendrán como resultado de nuestras acciones. Así, al mirar hacia el futuro, podemos anticipar con fe que nuestras ofrendas generosas darán fruto en formas que quizás aún no imaginamos.
Así mismo, en Lucas 11:25-26, Jesús afirma: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» Este texto subraya una de las promesas más significativas que Dios nos ofrece: la vida eterna a través de la fe en Jesucristo. Lo que este versículo nos dice acerca de nuestro futuro es profundamente alentador. Dios nos asegura que, aunque enfrentemos la muerte física, la fe en Cristo nos garantiza la vida eterna. Esta promesa no solo transforma nuestra comprensión de la muerte, sino que también nos ofrece una perspectiva de esperanza y propósito en nuestra vida diaria. Al creer en Jesús, estamos seguros de que nuestra existencia trasciende lo terrenal y que, sin importar las circunstancias que enfrentemos, nuestra relación con Él asegura nuestra eternidad. Así, al mirar hacia el futuro, podemos anticipar con confianza la vida eterna y el gozo que nos espera en la presencia de Dios.
En cierto sentido, las Escrituras actúan como un adelanto, un «spoiler» para nuestras vidas, revelándonos lo que podemos esperar. Es fundamental que leamos la Biblia reconociendo que una parte habla de nuestro pasado, otra de nuestro presente y otra de nuestro futuro. Todo lo que está escrito se cumplirá conforme a lo que Dios ha determinado.
Como Jesús afirmó en Mateo 24:35: «El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán», todo sucederá según lo que está escrito, tanto en la historia de la iglesia como en nuestras vidas personales. Te animo a que ejercites tu fe sometiendo tu presente a la Palabra de Dios, para que así tu futuro pueda recibir las bendiciones que están guardadas para ti en las Escrituras.
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