¿Qué es la labor pastoral? Una respuesta común a esta pregunta es que se trata de oficiar matrimonios y también funerales. Incluye bautizar bebés y decir palabras amables a los extraños. Es consolar a los enfermos y ayudar a los pobres. El que hace estas cosas fielmente es un buen pastor. Esa es la concepción popular. Pero si de esto se tratara la mayor parte del trabajo pastoral, si fuera tan simple, fácilmente pudiera ser cumplido por los laicos. 

Como se mencionó en la primera entrega, para descubrir el alcance del servicio pastoral, debemos ir al Oriente, donde se originó nuestra metáfora del pastor y así verificar cuál era la tarea de un pastor en la región de Palestina.

Un salvador

El pastor es un salvador. Él salva a las ovejas que están perdidas. Una parte crucial de la tarea del pastor es el trabajo de rescate. Las ovejas son propensas a perderse. Se extravían a través de la simpleza y también por medio de la desobediencia y la necedad. Una oveja se mantiene con la nariz pegada al suelo, siguiendo la franja del pasto más verde, poco a poco, mientras se separa de sus compañeras hasta que, al fin, el resto del rebaño queda completamente fuera de su vista, y el pobre animal solitario no sabe dónde está. 

En el Antiguo Testamento, el tema del cuidado del pastor por su oveja se desarrolla meticulosamente. Los profetas y los poetas siempre están ensalzando el cuidado del pastor, pero no es hasta que pasamos al Nuevo Testamento que la atención de un pastor por la oveja perdida se convierte en un tema primordial y dominante. En la predicación de Jesús, entendemos por primera vez el cuadro completo de un pastor que sale a buscar a la oveja perdida. Era una de las características del pastoreo en las que Jesús le encantaba pensar. Esta era la disposición predominante en su propio gran corazón. Cuando vio a las multitudes, fue movido a compasión por ellas porque estaban desamparadas y dispersas, como ovejas que no tienen pastor. Uno de los dichos que les encantaba especialmente a los primeros evangelistas era: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15:24). El pastor que dejó a sus noventa y nueve ovejas en el redil y salió a buscar a esa oveja que se había descarriado fue el que Jesús levantó en alto como ideal y ejemplo. La tarea de rescate era estimada para su corazón. 

Cada vez que un ministro realiza un esfuerzo para recuperar a un miembro de su congregación que se ha descarriado, está haciendo la labor de un pastor. El ministro que permite que una oveja abandone su rebaño sin una herida en su corazón y sin levantar una mano para traer de regreso a esa oveja no es un buen pastor. 

El trabajo de cuidar exige prudencia, el trabajo de guiar requiere valentía, el trabajo de sanar involucra destreza, pero la tarea de rescatar es una labor de amor. Muchos ministros serían mejores pastores si tuvieran un corazón más amoroso. 

Uno que alimenta

Es conocido por todos que la alimentación de las ovejas es una obligación esencial del llamado del pastor, incluso por aquellos que están menos familiarizados con los pastores y su trabajo. Las ovejas no pueden alimentarse ni conseguir agua por sí mismas. Se las debe conducir al agua y al pastizal. El agua en Oriente con frecuencia se sacaba de pozos, y sacarla es parte del trabajo de un pastor. El pasto varía con las estaciones y el pastor cambia continuamente la ubicación de su rebaño. 

Cuando Ezequiel da una representación del pastor malo, el primer pincelazo en su descripción es que no alimenta al rebaño (Ez 34:2). Cuando Jesús le encomienda la iglesia a Simón Pedro, su primera palabra es “apacienta”. La tarea de alimentar no se debe descuidar jamás. El hecho de que Dios alimenta a su pueblo como un pastor era una idea llena de consuelo para el corazón hebreo. Él prepara la mesa, él hace que la copa rebose, esa es parte de su ministerio de gracia para con los hombres. Jesús afirma ser el Buen Pastor, y uno de los fundamentos para su declaración es que él alimenta. Debemos acudir a él para beber y para comer. Él es el pan de vida y también el agua de vida. 

La maldición del púlpito se encuentra en la superstición de que un sermón es una obra de arte, en lugar de ser un pedazo de pan o de carne. Se supone que debe ser una declamación, una oratoria o una disertación aprendida, algo fino y elegante para que los santos adulones lo admiren, aplaudan y comenten, o los pecadores irracionales de dura cerviz lo critiquen. Los sermones, cuando se los entiende correctamente, son principalmente alimentos. Son artículos de dieta. Son comidas servidas por el ministro para el sustento de la vida espiritual. Si los ministros pudieran recordarlo, eso les ayudaría a deshacerse de su lenguaje forzado y sus realces retóricos a liberarse de su grandilocuencia, y a quemar sus introducciones ornamentales y elevadas peroraciones. 

Un pastor tiene sus ojos fijos en las ovejas, y su primer interés es que las ovejas tengan suficiente para comer. Alimentar a las ovejas no es algo romántico, el elemento poético en esta acción no es algo que llama la atención. Es un trabajo prosaico pero vital, y nunca se lo realiza correctamente, a menos que lo haga un hombre que tenga un corazón honesto y sincero. 

Uno que ama

El pastor oriental hacía una cosa más: amaba a las ovejas. Las amaba de un modo desconocido para los pastores occiden- tales. Sus relaciones con ellas eran más cercanas y tiernas que cualquier cosa que se encuentre en el mundo moderno de la crianza de ovejas. La solitud de aquellas tierras orientales creaba una maravillosa intimidad entre la vida animal y la humana. A hombre y bestia los estrechaban lazos hermosos y sagrados. 

Pablo les dice a los colosenses: “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Col 3:14). Pablo considera que el alma está vestida con virtudes cristianas. Alrededor de estas hermosas manifestaciones del espíritu cristiano debe arrojarse la mayor de todas las virtudes: el amor. No importa qué otras virtudes pudiera tener un pastor de las ovejas de Cristo, si no tiene amor, es pobre y desnudo. Debe tener muchas virtudes, pero la que otorga vitalidad a todas las demás, la que las une a todas es el amor. Él tiene varias tareas por hacer, pero su trabajo supremo es amar. Si él ama, hará todas las cosas que los pastores deben hacer. 

¿En qué momento ha tenido el amor párpados somnolientos? El amor puede superar la noche más larga. Él guardará. El amor protege con un cuidado celoso. El amor protege de todos los peligros. ¡Él guiará! El amor tiene ojos que miran a lo lejos. El amor detecta las trampas y encuentra caminos seguros para entrar en la tierra de paz. ¡Él sanará! Las manos del amor son delicadas. El amor venda las heridas. ¡Él buscará y salvará! El amor no puede dormir mientras su ser querido se encuentra en medio de la tormenta en la montaña. ¡Él dará alimento! El amor es el que nutre en el banquete de la vida. El amor satisface. 

Si desea conocer, entonces, la labor de un pastor, mire a Jesús de Nazaret, el gran pastor de las ovejas que se erige frente a nosotros para siempre como el modelo perfecto del pastoreo, como el ejemplo sin defecto para todos quienes han sido confiados con el cuidado de las almas. Él dice: “Yo soy el Buen pastor. Yo cuido, yo guardo, yo guío, yo sano, yo rescato, yo alimento. Yo amo desde el principio y amo hasta el final. ¡Sígueme!”. 


El ministo como pastor - Editorial EBI

El ministro como pastor

Dado que Cristo es la imagen de su Padre, podemos concluir que Dios mismo es un Dios pastor. Para glorificarlo debemos hacer la obra de un pastor, y para disfrutarlo para siempre debemos tener un corazón de pastor.

Todo pastor debería leer este libro sobre cómo modelar el ministerio de liderazgo pastoral según la Biblia.


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