Una de las tretas del Enemigo es convencernos de que nuestro Padre está en nuestra contra, de que no nos ama o que no nos cuida. Cuando Satanás se acercó a Eva, le insinuó que Dios no la amaba, porque no le permitía comer del fruto prohibido. Cuando Satanás tentó al Señor Jesús suscitó la cuestión del hambre: “Si tu Padre te ama, ¿por qué tienes hambre?”
La bondad de Dios es una valla para no caer en tentación. Sabiendo que Dios es bueno, no necesitamos otra persona (ni mucho menos a Satanás) para solventar nuestras necesidades. Es mejor padecer hambre dentro de la voluntad de Dios que estar saciado fuera de la voluntad de Dios. Una vez que empecemos a dudar de la bondad de Dios, seremos atraídos a los ofrecimientos de Satanás; y los deseos normales internos asirán su carnada. Moisés previno a Israel para que no se olvidaran de la bondad de Dios cuando empezaran a disfrutar de las bendiciones de la Tierra Prometida (Deuteronomio 6:10-15). Hoy día necesitamos la misma advertencia.
Santiago presenta cuatro aspectos de la bondad de Dios.
Dios sólo da buenas dádivas
Todo lo bueno de este mundo proviene de Dios. Lo que no es de Dios, no es bueno. Si es de Dios es bueno, aunque no podamos apreciarlo inmediatamente. El aguijón que el apóstol Pablo padecía en su cuerpo provenía de Dios y aunque parecía una dádiva extraña, más tarde fue de gran bendición (2 Corintios 12:1-10).
Es buena la manera en que Dios da
Es posible dar de un modo que no exprese amor. El valor del regalo pueda disminuirse por el modo en que se da. Pero cuando Dios da, lo hace en gracia y amor. Lo que él da y el modo en que lo da ambos son buenos.
Dios da con constancia. Las palabras “desciende de lo alto”, por el tiempo presente del verbo, llevan en sí la idea sigue llegando. Pues Dios no da ocasionalmente; él da constantemente. Aun cuando no veamos sus dádivas, nos las está dando. ¿Cómo sabemos esto? Pues así Dios nos lo dice y creemos su Palabra.
Dios no cambia
En el Padre de las Luces no existe sombra de variación, y es imposible que cambie. Dios es sumamente santo, y por lo tanto no puede disminuir ni aumentar su santidad. La luz del sol cambia a medida que la tierra se mueve, pero el sol siempre permanece brillando. Si las sombras se interponen entre Dios y nosotros no significa que él las pone. El nunca cambia, y por lo tanto nunca debemos dudar de su amor o su bondad cuando nos encontramos en dificultades o tentaciones.
Si el rey David hubiera tenido presente la bondad del Señor, no hubiera tomado a Betsabé y cometido aquellos horrendos pecados. Al menos esto es lo que el profeta Natán le dijo: “Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl, y te di la casa de tu señor; y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más” (2 Samuel 12:7-8). Nota la repetición de la palabra “dí” en esta breve declaración. Dios había sido bueno con David, pero David lo olvidó y mordió la carnada.
La primera valla para no caer en la tentación: el juicio de Dios. La segunda es: la bondad de Dios. El temor de Dios es un aspecto saludable, pero el amor de Dios debe balancearlo. Podemos obedecerle porque si no él nos castigará; o podemos obedecerle porque él ya nos ha demostrado su generosidad y por lo tanto le amamos.
Fue la bondad de Dios lo que ayudó a José a no pecar cuando fue tentado por la esposa de su amo (Génesis 39:7-12). “He aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Génesis 39:8-9). José sabía que todas esas bendiciones provenían de Dios. Fue la bondad de Dios, en la persona de su amo, lo que le contuvo en la hora de la tentación.
Las dádivas de Dios son mejores que las ofertas de Satanás. Este nunca regala nada, pues uno termina pagando muy caro por lo que él ofrece. La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella” (Proverbios 10:22). Acán se olvidó de la advertencia y la bondad de Dios; vio el lienzo y el oro prohibido; lo codició y lo tomó. Se hizo rico, pero la tragedia subsecuente convirtió sus riquezas en la pobreza (Josué 7). La próxima vez que seamos tentados, meditemos en la bondad de Dios. Si sabemos que necesitamos algo, esperemos que Dios lo provea. Nunca hay que jugar con la carnada del diablo. Uno de los propósitos al sufrir la tentación es que aprendamos a ser pacientes. Dos veces David fue tentado a matar al rey Saúl y así apresurar su coronación, pero él resistía la tentación y esperaba la hora de Dios.
Puedes leer la primera parte de este artículo aquí.
Puedes leer la tercera parte de este artículo aquí.
Este artículo es un extracto del Comentario Wiersebe del Nuevo Testamento, publicado por Editorial EBI.
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