Como padres cristianos, queremos que nuestros hijos sigan a Dios, pero muchos hemos cometidos muchos errores. Uno de los errores más comunes es usar motivaciones inferiores al hablar con nuestros hijos. Las motivaciones que mencionaremos no son malas, en su mayoría, pero son deficientes. Estas motivaciones incluyen un granito de verdad bíblica, pero, cuando no las ligamos a la gracia de Dios, pueden convertirse en errores que traerán resultados devastadores en el corazón de nuestros hijos.
Pensemos un momento en las frases que usamos para motivar a nuestros hijos.
- “Si haces eso Dios te va a castigar”. La motivación: el temor a las consecuencias. El problema es que muchos jóvenes están dispuestos a jugársela. Piensan que el placer del pecado vale la pena, o que, quizás, serán la excepción y podrán escapar las consecuencias. El temor es una motivación inferior.
- “No hagas eso porque los cristianos no hacemos esas cosas”. La motivación: la obligación de ser un buen cristiano. Lejos de inspirar a nuestros hijos a andar en santidad y fidelidad a Dios, esta motivación les hará odiar la vida cristiana porque les impide hacer lo que desean hacer. Los que somos pastores, usamos una versión de esta motivación cuando le decimos a nuestros hijos que deben portarse bien “porque son los hijos del pastor”. Si les decimos esta frase a menudo, seguramente terminarán odiando el ministerio.
- “Si alguien te ve, ¿qué pensarán de ti?”. La motivación: su (o, mejor dicho, mi) reputación. Parecido al error anterior, esta motivación, en el mejor de los casos, crea resentimiento en nuestros hijos. En el peor de los casos, les hace unos buenos hipócritas, cuidando sus acciones cuando otros los ven y cometiendo sus pecados preferidos en secreto.
- “Eso está mal. ¿Por qué? Porque Dios dice que está mal y punto”. La motivación: la ley. Entonces, Dios se les hace fastidioso. Es un Ser que impone muchas reglas y prohíbe todas las cosas divertidas. La larga historia de Israel nos demuestra que la ley no es una motivación suficiente para cambiar nuestra conducta.
Si estas motivaciones son deficientes, ¿qué motivaciones debemos usar? ¿Cómo deberíamos motivar a nuestros hijos? Con la gracia de Dios.
- Exalta las virtudes de Dios. Por ejemplo, exalta la hermosura de la santidad. Explícales lo hermoso que es este atributo de Dios. Dios no es un ogro legalista que no quiere que te diviertas. En su amor, Él quiere el mejor camino para nuestras vidas, y la santidad es el mejor camino posible. Desenvuelve delante de sus ojos lo bello que es todo el carácter de Dios (su amor, su justicia, su sabiduría, etc.).
- Háblales de la cruz. En la cruz se revelan la misericordia y el amor de Dios. Allí vemos el impensable sacrificio que Cristo hizo voluntariamente por nosotros. Al mirar la cruz, les hablaremos de la gracia de Dios que salva a viles gusanos como nosotros.
- Cuando pequen, no te enojes. No les grites. No les dejes de hablar. A veces pensamos: “Es que así ya no lo volverán a hacer”. Es posible, pero tampoco querrán acercarse a ti, ni a tu Dios. Cuando pecan, responde con gracia. Abrázalos. Perdónalos. Ámalos. Así fue el padre del hijo pródigo. Así es Padre Celestial con nosotros. Seamos así nosotros con nuestros hijos.
Solamente la gracia de Dios revelada en el Evangelio de Cristo es suficiente para transformar el corazón del hombre y cambiar su conducta. No usemos motivaciones inferiores y deficientes. Dirijamos constantemente la atención de nuestros hijos a la gracia de Dios.
Este artículo fue publicado originalmente en Palabra y Gracia.
Criando hijos en el camino de la gracia
Como cristianos, tenemos experiencia de primera mano de la asombrosa gracia y amor de Dios. Sin embargo, como padres, a menudo no estamos seguros de cómo comunicar esto a nuestros hijos. El escritor, consejero y padre experimentado Bob Kellemen combina principios prácticos con un enfoque en la vida dependiente de Dios para explicar cómo podemos aportar nuestro conocimiento y experiencia del amor y la gracia de Dios para influir en las alegrías y desafíos diarios de la vida familiar.
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