Hacia el final del ministerio público de Jesús, según lo registrado por Juan, encontramos un incidente en el que un grupo de griegos busca al Señor Jesús. El significado del pasaje a menudo se nos pasa por alto porque estamos observando más el encuentro que un pequeño comentario que Juan menciona al final de su cita de Isaías:

Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane. Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él (Jn. 12:37-41).

Tratando de descifrar el significado de las palabras de Isaías, a menudo pasamos por alto el versículo 41. Sin embargo, ¿qué quiere decir Juan con “Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él”? ¿Quién es este “él” al que Isaías se refiere?

Tenemos que retroceder un poco para ver que Juan cita dos pasajes del libro de Isaías. En el versículo 38, cita a Isaías 53:1-3, el famoso pasaje sobre el “siervo suficiente” que describe tan claramente el ministerio del Señor Jesucristo. Juan dice que la incredulidad de los judíos, a pesar de ver señales, fue un cumplimiento de la palabra de Isaías (Is. 53). Luego va más allá de esto para testificar de la incapacidad de ellos para creer, y cita a Isaías 6 y la “Visión del Templo” que recibió Isaías cuando fue designado como profeta:

En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo (Is. 6:1-4).

En esta asombrosa visión, Isaías ve a Yahvé (el Señor) sentado en su trono, rodeado de ángeles que adoraban. La gloria de Yahvé llena su vista. Isaías reconoce que es pecador y el Señor lo limpia, luego lo envía para que vaya y lleve un mensaje al pueblo. Pero el mensaje no es de salvación, sino de juicio.

Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad. Y yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Y respondió él: Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto (Is. 6:9-11).

Juan cita la esencia del mensaje de juicio dado a Isaías, y ve, como el cumplimiento de estas palabras, el corazón endurecido de los judíos, quienes habían visto los milagros del Señor Jesús y escuchado sus palabras de gracia.

Entonces Juan dice: “Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él”. Juan ha citado dos pasajes en Isaías, Isaías 53:1 e Isaías 6:10. Sin embargo, el contexto inmediato se refiere a las palabras de Isaías 6, y hay otras razones por las que deberíamos ver la referencia principal como el pasaje de Isaías 6. Juan habla de Isaías “viendo” “gloria”.

En Isaías 6:1, este mismo término se usa para “ver” al SEÑOR, y el mismo término “gloria” aparece en el versículo 3. Incluso, si conectamos ambos pasajes, se mantiene el hecho de que la única forma de definir cuál era la “gloria” que vio Isaías, era refiriéndose a la gloria de Isaías 6:3. Y esa gloria era la gloria de Yahvé. No hay nadie más cuya gloria podamos conectar con las palabras de Isaías.

Por lo tanto, si le preguntamos a Isaías: “¿Cuál gloria fue la que viste en tu visión del templo?”, él respondería, “La de Yahvé”. Pero si le hacemos la misma pregunta a Juan: “¿De quién era la gloria que vio Isaías?, respondería con la misma respuesta —solo que en su plenitud, “de Jesús”. Entonces, ¿quién era Jesús para Juan? Nadie más que el Dios eterno en carne humana, Yahvé.

Si los apóstoles mismos no dudaron en aplicarle al Señor Jesús pasajes exclusivos y distintivos que solo se pueden aplicar de manera significativa a la deidad, al Señor Jesús, ¿cómo es que no somos capaces de darle el mismo honor al reconocerlo por quien es él realmente?


Este artículo es un extracto del libro del libro La Trinidad Olvidada, escrito por el Dr. James R. White, publicado por Editorial EBI.

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